Muchas de las noticias ambientales que hemos leído en los últimos años nos muestran la magnitud de las crisis planetarias. Por mencionar solo un ejemplo, a medida que nos acercamos al final del año, 2025 está empatado con 2023 como el segundo año más cálido registrado, confirmando los efectos del cambio climático. Si bien estos hechos pueden crear un panorama desesperanzador, también nos recuerdan la urgencia de actuar para mantener un planeta sano.
Este año nos recordó que hay una oportunidad de cambiar el rumbo para cumplir los compromisos globales plasmados en el Acuerdo de París, el Marco Global de Biodiversidad y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), entre los más relevantes. Estas herramientas nos ofrecen una hoja de ruta clara para limitar el calentamiento global a 1,5 °C, detener y revertir la pérdida de biodiversidad, y garantizar un desarrollo más equitativo y sostenible.
Desde Bibo, la campaña ambiental de El Espectador, quisimos movilizar a la sociedad hacia la acción ambiental, convirtiendo la información en un motor de cambio tangible. Para esto, a lo largo del año trabajamos en diferentes artículos explicando algunos de los temas principales a la hora de hablar de las crisis planetarias (cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación), no solo explicando los problemas que representan, sino también planteando posibles soluciones en las que todos podemos contribuir.
2025 se presentó como un año clave para la conservación de la biodiversidad y la mitigación del cambio climático. Colombia afrontaba el reto de actualizar y cumplir sus compromisos en ambas materias. Estos desafíos se evidenciaban en temas como la reducción de la deforestación, el control de las especies exóticas invasoras, la gestión del agua y la actualización de las políticas ambientales.
Organizaciones como el Instituto Humboldt, WWF Colombia y The Nature Conservancy (TNC) plantearon varios desafíos que marcaron el rumbo ambiental del país durante 2025, así como las decisiones cruciales para afrontarlos.
La gestión del agua
Uno de esos desafíos fue parte de los ejes centrales de la campaña BIBO 2025: la gestión hídrica del país. Aunque el agua es un recurso renovable y ocupa alrededor del 70 % de la superficie del planeta, apenas el 2,5 % es agua dulce y menos del 1 % está disponible para consumo humano. En la mayoría del mundo el agua se utiliza principalmente para la agricultura, y Colombia no es la excepción.
¿Podemos hablar de una crisis hídrica generalizada en el país? La respuesta es no, y como se mencionó en uno de los artículos de Bibo de este año, es porque cada región es diferente. Pero esto no quiere decir que todo marche bien, hay cuestiones importantes sobre las cuales llamar la atención: el uso desmedido del agua, el cambio climático y la contaminación.
Cambio climático
El otro gran desafío es el cambio climático que cada vez deja efectos más notables: aumento de temperaturas, blanqueamiento de corales, desplazamiento de especies, entre otros. La lista de responsables puede ser extensa, pero los principales se pueden resumir en: el uso de combustibles fósiles, el cambio en los usos del suelo (como la deforestación o la expansión de la frontera agrícola), la mala gestión de los residuos sólidos orgánicos o el metano que produce el ganado.
La gran pregunta que todos nos hacemos ante esos escenarios es: ¿qué hacer? Entre las recomendaciones, hay una que se repite con frecuencia: reemplazar los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas), los mayores contribuyentes a la crisis climática.
Esta fue una de las principales propuestas en la cumbre de cambio climático (COP30) que se desarrolló en Brasil. Este evento reunió cerca de 200 países para abordar esta crisis planetaria.
Si bien parece un tema técnico, es más cercano de lo que parece, pues esta cumbre, que se celebra cada año, trata temas bastante cotidianos, como mencionaba María Inés Rivadeneira, líder de Políticas del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF América Latina y el Caribe). “El precio de los alimentos, la energía que consumimos o la salud de las personas y los ecosistemas que sostienen la economía y la vida. Cada grado de aumento en la temperatura global se traduce en más sequías, incendios, inundaciones, pérdida de biodiversidad o vidas humanas, pobreza y pérdidas millonarias”.
Hechos que llaman a la acción
En la lista de Rivadeneira están los incendios. Estos eventos han afectado a diferentes ecosistemas, entre ellos a los páramos, claves en la gestión del agua. Un grupo de investigadores de la Universidad del Rosario, en convenio con el Instituto Humboldt, analizaron estos eventos en Colombia para crear un ranking de los complejos de páramos con mayor porcentaje de área quemada en las últimas dos décadas.
En términos generales, los investigadores encontraron que el complejo de páramos más afectado por incendios entre los años 2000 y 2022 es el de Perijá, con 33,8 % de áreas quemadas. En segundo lugar, está el complejo de páramos de Chiles- Cumbal, en Nariño, con un 21,4 % de áreas quemadas. Luego sigue Tota-Bijagual-Mamapacha, en Boyacá, con 16,8 %. El cuarto puesto lo ocupan las áreas de páramos del Altiplano cundiboyacense con 16,3 % de áreas quemadas, y, finalmente, está el complejo de Cruz Verde-Sumapaz, con 14,6 %.
Estamos perdiendo la biodiversidad
La otra gran crisis planetaria, y que a su vez representa uno de los mayores desafíos, es la pérdida de biodiversidad. Según la edición 2024 del Informe Planeta Vivo, en solo cinco décadas, el planeta ha perdido el 73 % del tamaño promedio de sus poblaciones de fauna silvestre. En América Latina y el Caribe, la cifra llega al 95 %. La crisis de biodiversidad avanza a un ritmo acelerado, con una feroz deforestación en regiones como la Amazonia. ¿Qué hacer?
A principios de este año se realizó la segunda parte de la cumbre de biodiversidad más importante del mundo, la Conferencia de las Partes (COP16). Cerca de 200 países se reunieron nuevamente en Roma para abordar los temas que quedaron pendientes en Cali. Uno de esos fue el dinero que se necesita para cumplir con las 23 metas del Marco Global de Biodiversidad (adoptado a finales de 2022, en la COP15), que, en términos generales, busca detener y revertir la pérdida de biodiversidad para 2030.
Los países encontraron un punto medio sobre quién debe administrar esos recursos. También se logró que comunidades locales y pueblos indígenas pasen a ser un grupo de trabajo permanente en las negociaciones del Convenio de Diversidad Biológica (CBD).
El rol de las comunidades indígenas y locales
Para hacerle frente a los retos que hemos mencionado se necesita integrar distintos esfuerzos. Sin embargo, hay uno en particular en el que la campaña Bibo ahondó este año: el rol fundamental que juegan los pueblos indígenas, afrodescendientes, campesinos y las comunidades que habitan los diferentes ecosistemas.
Desde TNC resaltan la importancia de apoyar los procesos de generación y análisis de información liderados por las comunidades, pues las chagras, las lagunas, los relatos de los abuelos y abuelas, los recorridos por el bosque también representan una fuente de información valiosa para conservar la naturaleza. La ciencia liderada por comunidades no pretende reemplazar otras formas de saber, pero sí exige ser reconocida como lo que es: una apuesta metodológica, política y técnica por comprender el territorio desde adentro.
En ese sentido, hay un término que está tomando fuerza: la “sociobioeconomía”, una propuesta que plantea partir de los sistemas de conocimiento de los pueblos y comunidades que habitan territorios clave desde el punto de vista ambiental, y que cuentan con sus propios modelos de desarrollo, sin recurrir a una explotación desenfrenada de los recursos. Colombia tiene una oportunidad valiosa para implementar estos modelos.
Contaminación, Orinoquia y acciones cotidianas
Hay otros temas que no se quedaron por fuera durante la campaña de Bibo 2025. La contaminación, otra de las crisis planetarias, fue uno de estos. A inicios de agosto, 175 países se encontraron en Suiza para intentar llegar a un acuerdo que han negociando durante tres años y que busca enfrentar la contaminación por plásticos. El tratado no tuvo éxito, pero algo que resaltan los expertos es el liderazgo de países como Colombia en la promoción de obligaciones globales vinculantes para hacerle frente a esta crisis.
También hablamos sobre la importancia de la Orinoquia, una región que actúa como un gran puente natural que conecta los Andes con la Amazonía, permitiendo que el agua fluya, que las especies se desplacen y que los ecosistemas se comuniquen entre sí. Esta conectividad no solo es vital para la biodiversidad, sino también para nosotros: de allí viene buena parte del agua que se consume en el centro del país, se almacenan significativas cantidades de carbono en sus suelos y se producen alimentos clave como arroz, carne, cacao y marañón.
Conservar esa riqueza depende de diferentes factores, incluidas las decisiones cotidianas que ahora toman más relevancia que nunca. Para esto hay ciertas preguntas que nos pueden ayudar: de dónde vienen los productos que consumimos, de qué están hechos y qué tanta vida útil pueden tener; son realmente necesarios, se pueden reemplazar por algo que ya existe o responden a una necesidad pasajera; finalmente, saber cómo se pueden disponer de manera correcta cuando no se usen y preguntarnos qué tan fácil podrían reincorporarse en un nuevo ciclo de producción.
Desde Bibo seguiremos trabajando por llevar la ciencia al terreno de lo cotidiano, demostrando que el cambio no solo es necesario, sino también posible, y que cada persona tiene en sus manos el poder de actuar para proteger nuestro futuro común.