A pesar de más de 60 años de protecciones legales que prohíben la caza de lémures, estos primates continúan siendo ampliamente cazados para alimento. Madagascar, por ejemplo, es una de las naciones con menor seguridad alimentaria del mundo, y muchas familias que viven cerca de sus bosques eligen cazar lémures amenazados para mejorar su nutrición. Si bien esta práctica es relativamente común dentro de las comunidades rurales que bordean las áreas protegidas en todo Madagascar, y los esfuerzos para abordar esta caza impulsada por la inseguridad alimentaria están en curso, comparativamente se sabe muy poco sobre la escala o los impulsores del consumo de lémures en las áreas urbanas, como ciudades.
A medida que el mundo se urbaniza rápidamente, se proyecta que la población urbana de Madagascar superará a su población rural, lo que según un grupo de investigadores plantea preguntas muy urgentes sobre el potencial de cambio de patrones en el comercio de especies en peligro de extinción hacia los centros urbanos en crecimiento. Los investigadores presentan en la revista Conservation Letters la primera evaluación nacional del comercio urbano de carne de lémur, entrevistando a 2.600 personas en 17 ciudades. Los resultados muestran que cada año se venden miles de lémures, incluidas algunas de las especies más amenazadas, en un mercado mayormente oculto donde el 95 % de las transacciones ocurre directamente entre proveedores y clientes de confianza.
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En las 17 ciudades encuestadas, la carne silvestre se vendía en todas, y aproximadamente uno de cada 12 restaurantes ofrecía este tipo de platos. Sumando todos los casos, estos establecimientos servían cada año alrededor de 132.000 animales silvestres, de los cuales unos 4.700 eran especies amenazadas y casi 18.000 estaban clasificadas como casi amenazadas. La carne de lémur aparecía en el menú: al menos un tercio de las ciudades la vendía, y aunque solo uno de cada 200 restaurantes la ofrecía, aun así esto representaba 750 lémures servidos al año únicamente en restaurantes. Sin embargo, este número es apenas una fracción: la mayoría de las ventas (94,5 %) se hace directamente, sin pasar por restaurantes, se lee en el estudio.
Con esa proporción, el estudio estima que en total podrían venderse cerca de 13.000 lémures al año solo en estas 17 ciudades. En cuanto a las especies, el comercio se concentra principalmente en lémures pardos y rufos, que representan la mayor parte de la captura y venta. Los cazadores no buscan una especie en particular: toman lo que encuentran. Los compradores tampoco son selectivos, aunque sí existe ligera preferencia por los lémures rufos, que se consideran más sabrosos y valiosos. En general, el precio depende del tamaño del animal: los lémures bambú son los más baratos y los grandes indris los más costosos. En los restaurantes, un plato de lémur preparado puede llegar a costar hasta tres veces más que un plato de carne doméstica, y servirlo representa ganancias de entre 200 % y 400 %. Además, los restaurantes que ofrecen carne silvestre suelen tener un menú más variado y precios más altos, lo que indica que su clientela es más adinerada.
El comercio se sostiene porque proveedores lo ven como una oportunidad económica estable, mientras que consumidores urbanos con mayor poder adquisitivo consideran la carne de lémur un producto de lujo con un valor especial por su “origen silvestre”.
El comercio de lémures es constante todo el año, pero aumenta durante los meses en los que los animales están más “gordos” y durante temporadas festivas o de mayor disponibilidad de dinero. La presencia de este comercio no depende del tamaño de la ciudad ni de su región: las ciudades grandes y pequeñas, de norte a sur, tienen la misma probabilidad de vender carne de lémur. Los animales provienen de proveedores que viajan decenas de kilómetros hasta zonas de bosque, y aunque las aldeas suelen servir como base para estas expediciones, muchas veces la población local desconoce que desde allí opera la caza ilegal. (Puede ver: Las 14 especies de aves que podrían perder su hábitat)
Cuando los científicos preguntaron sobre los motivos para comprar o vender lémures, surgieron siete grandes temas: sabor, salud, pureza, rareza, dinero, leyes, y facilidad o dificultad del oficio. Para los consumidores, la carne de lémur es buscada por su sabor intenso, “silvestre” y fragante; muchos la describen como una de las carnes más ricas que han probado. También existe la creencia de que, por venir del bosque y alimentarse de productos “puros”, la carne de lémur fortalece la salud, rejuvenece y aporta energía. Su rareza y su sabor particular también la convierten en un alimento que “varía la dieta”.
Tanto compradores como proveedores reconocen que los lémures están disminuyendo y que cada vez es más difícil conseguirlos. Pero, paradójicamente, esta escasez aumenta su valor en el mercado y hace que algunos consumidores los busquen más por su excepcionalidad.
“Las implicaciones ambientales del comercio urbano son profundamente preocupantes”, escriben los autores del estudio. A medida que la demanda crece en las ciudades, se expanden zonas de caza que se mueven constantemente alrededor de los centros urbanos, incluso dentro de áreas protegidas. Lo más grave es que todas las especies de lémures vendidas están en peligro de extinción, y la presión se concentra especialmente en dos grupos: los lémures pardos, que representan el 60% de las ventas, y los lémures rufos, con un 26%. Esto, dicen los autores, contrasta con las zonas rurales, donde se consume un abanico más amplio de especies de acuerdo con su disponibilidad natural.
Frente a esta realidad, los autores creen que combatir el comercio urbano de carne de lémur requiere estrategias muy diferentes a las usadas para frenar la caza de subsistencia en comunidades rurales. “Este comercio se ve impulsado por clientes adinerados en un sistema donde los cazadores periurbanos corren un riesgo desproporcionado y las comunidades rurales son ignoradas, lo que hace que la simple aplicación de la ley en zonas rurales sea injusta e ineficaz”, se lee en el estudio.
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Si bien las políticas de seguridad alimentaria deberían centrarse en las comunidades adyacentes a las áreas protegidas para reducir la caza de subsistencia, es poco probable que estas iniciativas afecten al comercio urbano específico. Se necesita, dicen los autores, una estrategia multifacética: por un lado, crear alternativas económicas reales para los proveedores, reforzar la regulación de armas y mejorar los controles sobre escopetas y municiones; por otro, desarrollar campañas dirigidas a reducir la demanda entre los consumidores urbanos, apoyadas en información sobre salud pública y seguridad alimentaria. (Puede ver: Parque Nacional Los Nevados tendrá cierre temporal)
También, agregan los autores, podría explorarse programas de recompra de armas y reformas legales que creen zonas de amortiguación libres de armas cerca de las áreas protegidas. Sin embargo, incluso con estas medidas, la demanda de este “lujo silvestre” difícilmente desaparecerá solo con controles o campañas informativas. “Comer es una de nuestras conexiones más íntimas con la naturaleza, pero también la de mayor impacto. Sin una estrategia integral basada en datos, los vertebrados más amenazados del mundo pronto podrían ser consumidos hasta la extinción”, concluyen los autores.
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