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El pueblo que cambió las basuras por lombrices

Nunca apareció un carro de basuras en el corregimiento San José de Saco.

María Paulina Baena Jaramillo
29 de junio de 2014 - 12:04 a. m.
 Las familias de San José de Saco dividen las basuras en desechos orgánicos e inorgánicos.  / Cortesía Fundación Mima y Anspe
Las familias de San José de Saco dividen las basuras en desechos orgánicos e inorgánicos. / Cortesía Fundación Mima y Anspe

Los saqueros no se acostumbraron al mal olor. Tampoco quisieron ser una población decididamente pobre. Mucho menos se resignaron a que el Estado los dejara a su suerte con un arroyo por el que no corría agua, sino basura. “¡Este pueblo daba vergüenza!”, dice Antía Jiménez, habitante de San José de Saco, mientras descarga dos baldes de desechos sobre el motocarro verde chillón en el que tres operarios con tapabocas escuchan música cristiana.

En San José de Saco, un corregimiento ubicado en el municipio de Juan de Acosta, al occidente del departamento del Atlántico, donde habitan 2.000 personas y 516 familias, nunca pasó un camión de basura. “La opción era tirarla al río, enterrarla en los patios de las casas o quemarla”, recuerda Shirley Ramos, presidenta de la Junta de Acción Comunal.

El problema comenzó a resolverse el día que llegó el Centro de Innovación Social de la Agencia Nacional para la Superación de la Pobreza Extrema (Anspe), “que se dedica a mapear a 1’500.000 familias en condición de pobreza extrema”, así lo explicó Ana María Rojas, su directora. Esta entidad en alianza con Pioneros de la Innovación Social comenzaron un diagnóstico de la población conocida como el “Plano Vivo”: una herramienta multidimensional que permite mirar la pobreza desde los ingresos y derechos. La información que se recogió evidenció que el logro 25: “Disponemos bien de las basuras”, no se estaba cumpliendo.

La Fundación Mima (Manejo Integrado de Medio Ambiente), apareció con una solución al problema de las basuras. Esa solución eran lombrices. Bastó sembrar un par de ellas para que el pueblo empezara a cambiar.

Ese animal baboso que se arrastraba, que para muchos era sinónimo de suciedad, era capaz de devorarse toda la basura orgánica (cáscaras, residuos de alimentos, cartón, hojas, servilletas y estiércol) y producir, con su excremento, el humus: el mejor abono orgánico del mundo.

El pueblo tenía una ventaja con las basuras y era que el 82% de los 1.312 kilos de residuos diarios eran orgánicos. Fue ahí donde el zootecnista Carlos Vergel, director de Mima, se encargó de echarse el proyecto al hombro, capacitar a las familias en la división de basuras y “solucionar su problema sin politiquería”, dice.

Lo primero que hicieron fue recoger la basura del pueblo y dejarlo limpio. Se detectaron los basureros más prominentes del corregimiento que se esparcían por 14 puntos. Se hicieron dos jornadas de recolección, el 21 y 22 de febrero de este año, en donde se llenaron 15 volquetas repletas de basura que fueron solicitadas a los municipios cercanos. Un total de 14 toneladas de desechos.

Luego comenzó el proceso de educación. El más milimétrico, porque “si alguna familia fallaba, se dañaba todo el proceso”, cuenta Carlos. El procedimiento consistió en visitas técnicas y talleres en donde las familias dividían sus basuras en dos baldes: azul y blanco. Después, el motocarro de basura operado por cuatro funcionarios que se rotan en turnos de la mañana y la tarde empezó a funcionar a las 5:30 a.m.

El motocarro es una moto con platón que puede soportar 600 kilos de basura. Los operarios van todos los días de casa en casa recogiendo los dos baldes. Se fijan que esté bien separada. Regresan al lugar donde están dispuestas las 10 camas con lombrices, trituran el material orgánico y al cabo de 6 días el resultado es el humus. Los desechos inorgánicos, como plásticos, vidrio y envolturas, se almacenan por 5 semanas y se venden en Barranquilla.

El proceso de reciclaje de residuos se divide en compostaje y lombricultura. El primero se demora 45 días y es un proceso de transformación de la materia orgánica para obtener compost, un abono natural. El segundo es una técnica moderna basada en la cría de lombrices que descontaminan los residuos orgánicos producen abono de alta calidad y se reproducen con más de 1.500 crías en el año.

Se trata de un animal maravilloso para Carlos Vergel quien las ha estudiado durante 25 años. La lombriz es hermafrodita: tiene los dos sexos femenino y masculino. Cuando se aparea con otra lombriz quedan las dos preñadas y cada cápsula de huevos puede producir entre 2 y 21 lombrices. Viven hasta los 12 años. Nunca se enferman y trabajan las 24 horas del día. En San José de Saco hay sembradas 25 mil lombrices californianas por metro cuadrado que producen 150 kilos de humus por metro cuadrado. Es decir, 450 kilos de abono por año.

Este es un programa comunitario que es administrado y financiado por la misma población. Esta primera fase es operada por un tercero, que es Mima. La idea de la segunda etapa es entregarle el proyecto a la comunidad y esperar a que funcione solo.

Según Carlos Vergel, “se le quitó un problema de encima a la Alcaldía”. Mario Varón, asesor regional de la Anspe, explica que al mes se recogen 36 toneladas que no van a parar al mar. Las tres o cuatro toneladas mensuales de humus que producen las lombrices se venden a $300 el kilo. Lo que resulta en $900 mil mensuales por el abono total.

Como se trata de un sistema sostenible las familias pagan $7.000 mensuales y las tiendas entre $10.000 y $15.000 mensuales. Héctor Duque, un paisa de Santuario, Antioquia, propietario de la tienda más grande del pueblo, comenta que “me tocaba tirarlo al arroyo, y aunque no me gustaba no había de otra”.
Actualmente, 5.000 corregimientos en el país tienen este problema, pues 8.000 toneladas de basura diaria caen a los ríos y arroyos. Ya se está replicando el mismo esquema en varios municipios colombianos, como en Rincón del Mar, Sucre y Puerto Rico, Meta. El Salado también estaría interesado en copiarlo.
En este pueblo del Atlántico mucha de la basura se quedó enterrada en la arena. Como la huella de lo que alguna vez fueron un pueblo sucio y descuidado. Pero ya no hay enfermedades ni infecciones, como asegura Nereida Arteta, encargada del puesto de salud.

Y esa mezcolanza de olor dulce y agrío que alguna vez se respiró en San José de Saco ahora es “un aire más puro”, como coinciden casi todos los habitantes del lugar. La preocupación es que desde noviembre no cae una gota de agua que es fundamental para que las lombrices puedan trabajar porque, como no tienen dientes, necesitan la humedad en los materiales que consumen.

Ese animal fue capaz de darle otra cara al pueblo. Así, un saco de basura fue reemplazado por un saco de abono de lombriz.

 

mbaena@elespectador.com

@mapatilla

Por María Paulina Baena Jaramillo

 

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