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Energías limpias, a paso lento

Los gobiernos del mundo ya llegaron a un consenso: la lucha contra el cambio climático implica necesariamente dejar la dependencia de los combustibles fósiles para la generación de energía y encontrar nuevas fuentes, menos contaminantes e inagotables. ¿Por qué es tan difícil esa transición?

Redacción Vivir
24 de julio de 2013 - 10:00 p. m.
Parque eólico marino de  Walney, Cumbria, Reino Unido.  / Global Warming Images - WWF - Canon
Parque eólico marino de Walney, Cumbria, Reino Unido. / Global Warming Images - WWF - Canon

“La inversión mundial en energías renovables se desploma”. El titular apareció en una de las principales agencias de noticias europeas unas semanas atrás y fue recogido por los principales medios de comunicación del mundo. La mala noticia señalaba que, por segunda vez desde 2006, los dineros anuales destinados para este fin habían disminuido: mientras que en 2011 el gasto global fue de US$279.000 millones, el año pasado esa cifra cayó 12% y llegó a US$244.000 millones, un descenso impulsado principalmente por la inestabilidad de los mercados de Estados Unidos y Europa. A pesar de esto, se advierte que la tendencia de crecimiento se había mantenido desde 2004 (ver infografía), lo que se complementa con los pronósticos de Bloomberg, según los cuales las inversiones en energías renovables crecerán entre 2 y 3,5 veces hasta 2030.

El informe Tendencias globales en inversión en energía renovable 2013, del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), entregó un desalentador balance del último año, que contrasta con los dineros que se siguen destinando para la generación de energía a partir de combustibles fósiles, principal fuente de emisión de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera. Según cifras del Fondo Monetario Internacional (FMI), los subsidios globales para estas fuentes energéticas llegaron a US$1,9 billones al año. De ser eliminadas estas subvenciones —señala el organismo— las emisiones de CO2 se reducirían 13%.

Tanto el FMI como la Agencia Internacional de Energía han pedido que se eliminen estos subsidios, argumentando que la dependencia que hemos creado a los combustibles fósiles (el petróleo, el carbón y el gas, responsables de la generación del 80% de la energía global) no sólo está poniendo en riesgo el abastecimiento de este servicio por tratarse de fuentes que se agotan, sino que está provocando una enorme crisis ambiental.

Ya los gobiernos del mundo han llegado a la conclusión de que la única manera de mitigar estos efectos es financiando y promoviendo energías renovables (que producen electricidad a partir del sol, el viento y el agua). Muestra de ello es que hace menos de un mes el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció que fortalecerá las regulaciones de emisiones de carbono de las centrales eléctricas que queman carbón y, casi al mismo tiempo, trascendió que el Banco Mundial limitará el financiamiento a estas plantas.

La transición hacia un sistema de “descarbonización” en la producción energética ha implicado unos altos costos (en tecnologías, recurso humano e investigación) que naciones como Alemania, China y EE.UU. han asumido como líderes en la carrera por las energías limpias. Sin embargo, esa barrera de los precios ha empezado a derrumbarse en los últimos cuatro años, dejando sin argumentos a los gobiernos que todavía se amparan en esta justificación para negarse a la transición; se estima que los costos de los paneles solares han descendido 60% en los últimos cuatro años y los de las turbinas eólicas cerca de 25%. También se ha planteado que este tránsito podría acelerarse si parte de los subsidios que hoy se invierten en combustibles fósiles se destinara a la generación de energías renovables.

¿Cuál ha sido el aporte de Colombia? Según el informe Climascopio 2012, del Banco Interamericano de Desarrollo, Colombia ocupa el séptimo puesto entre 26 países, en un ranquin que mide los esfuerzos que han hecho las naciones de América Latina y el Caribe para fomentar el crecimiento de la energía limpia o de bajo carbono.

Según este informe, Colombia todavía tiene un largo camino por recorrer: el año pasado se invirtieron en el país US$50,4 millones en proyectos y empresas de energía limpia, cifra que representa una caída del 74% con respecto al dinero que se había destinado el año inmediatamente anterior. El primer puesto del listado se lo llevó Brasil, seguido de Nicaragua, Panamá, Perú, Chile y México.

¿Cuál es el real potencial de Colombia en energías limpias? Su ubicación geográfica en un área tropical con importantes recursos naturales le da grandes oportunidades. En cuanto a la energía solar, el país tiene una enorme capacidad porque está ubicado en la zona ecuatorial, que presenta un régimen de radiación con muy poca variación a lo largo del año; la costa Atlántica cuenta con el mayor potencial, especialmente La Guajira.

Precisamente en esta región están también los recursos más prometedores para la generación de energía eólica que todavía no se han explotado; actualmente se cuenta sólo con un parque de generación eólica en la Alta Guajira (el Jepírachi), aunque empresas como Isagén y EPM están evaluando nuevos proyectos.

En cuanto a la energía hídrica, Colombia está clasificado como el cuarto país en el mundo con capacidad hidráulica. Sin embargo se estima que en proyectos grandes sólo se ha explotado un 8,27% de su potencial y en pequeñas centrales hidroeléctricas, el 0,67%. La opción de producir energía a través de la combustión o gasificación de material orgánico (biomasa) está también a la espera de ser explotada, pero persisten obstáculos como los altos costos del transporte y la baja densidad energética.

En 2001, con la creación de la Ley 697, las energías limpias recibieron un primer impulso estatal. Sin embargo, su implementación sigue siendo muy limitada y se ha focalizado especialmente en las zonas no interconectadas, como una estrategia para incrementar el acceso. ¿Por qué el país se ha demorado tanto en dar este paso?

Edwin Cruz, director de Energía de Andesco —gremio que agrupa a las empresas de servicios públicos domiciliarios—, reconoce que en la región, a excepción de Brasil, la producción de energías renovables no convencionales “es marginal”. “En el mundo muchos de estos proyectos se han desarrollado con incentivos de los gobiernos, porque los costos de las tecnologías son excesivos”, dice.

Destaca que Colombia tiene una “altísima participación” en generación hidroeléctrica a gran escala (nuestra capacidad efectiva de generación de energía es de 14.300 MW, y de esta cifra 9.200 MW corresponden a generación hidráulica), lo que hace que su matriz energética sea renovable y limpia. Según Cruz, las energías renovables no convencionales (eólica, solar, biomasa) jugarían un papel complementario para contar con “una bolsa energética diversificada para asegurar el abastecimiento”.

La misma posición defiende el viceministro de Energía, Orlando Enrique Cabrales, quien resalta que “el 66% de nuestra capacidad instalada es hidráulica y eso lleva a que tengamos una emisión de gases de carbono muy baja, de menos del 0,4% del total global”. Reconoce que el país no tiene en sus planes subsidiar la generación de otro tipo de energías renovables, pero sí está trabajando para eliminar las barreras regulatorias.

Diana Vega, del Programa de Energía Limpia para Colombia de Usaid (la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional), advierte que aunque el país tiene un recurso hídrico importante y una matriz energética limpia, “hay un costo que vamos a tener que asumir si no diversificamos”. Y concluye que ha sido un proceso lento porque “apenas se está despertando una conciencia; porque no hay liderazgo político; porque no estamos tomando en cuenta que el cambio climático ya está encima y que con estas alternativas, además de hacerle frente, vamos a aumentar la competitividad del país; porque tenemos barreras mentales y regulatorias. Si no empezamos a introducir estas energías ya, nos vamos a quedar rezagados”.

* Con asesoría de Javier Sabogal, oficial de Economía Verde, y Juliana Correa, consultora de WWF".

Por Redacción Vivir

 

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