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La torre que transforma la polución en joyas

Este invento, creado por el artista holandés Daan Roosegaarde, puede limpiar el esmog de un área igual a la de un campo de fútbol y convertirlo en accesorios que valen hasta 250 euros.

Maria Paulina Baena, Holanda
17 de marzo de 2016 - 04:37 a. m.

Dann Roosegaard, un artista holandés de 36 años, tuvo una extraña inspiración para crear sus obras: la polución. Después de quedar fascinado con Beijing (China) y visitarla varias veces, descubrió que las ciudades modernas debían ser habitables otra vez. “Como artista siempre trabajo con el mundo alrededor, que me maravilla y que me irrita. Quería ser parte de eso y usarlo como un ingrediente para crear, para diseñar”, dijo cortante y con ese inglés gutural propio de quienes viven en los Países Bajos.
 
Una de sus obras está ubicada en un espacio verde en Vierhavensstraat, un barrio de la ciudad de Rotterdam, en Holanda. Se trata de una torre de siete metros de altura, cubierta con unas láminas de metal que cuando se abren en la parte superior toman la forma de un robot gigante o de un transformer. “En este momento estamos en uno de los lugares más limpios de Rotterdam”, dice Roosegaard. 
 
De hecho, estar ahí lo obligaba a uno a ser más consciente de la respiración y del aire que entra a los pulmones, comúnmente infestado de partículas microscópicas de esmog. El aire no era el mismo de siempre, por el contrario, tenía la textura de ser liviano y purísimo. “Creando espacios donde la gente pueda sentir la diferencia, oler la diferencia, es clave para crear un movimiento de la conciencia. De una u otra forma estás creando tu propia utopía”, remata el artista.
 
La estructura llamada “Smog Free Tower” (“Torre libre de esmog”, en español) fue construida con un grupo de expertos, entre diseñadores e ingenieros, durante dos años. Es capaz de limpiar 35.000 m3 de aire por hora, que equivale a un estadio de fútbol al día o a un barrio pequeño de Rotterdam. Ese aire se purifica en un 75 % y no utiliza más electricidad que una caldera de agua, es decir, entre 1.100 y 1.400 watts.
 
El mecanismo es simple física en acción. Consiste en un campo electromagnético que carga las partículas del aire positivamente. Para ponerlo en términos más sencillos, es imaginarse la frotación de una bomba sobre la cabeza de una persona. Los pelos se ponen de punta porque los iones se cargan positivamente. Ese mismo principio electrostático sucede con el esmog: que se atrae a la torre y se carga con ionización positiva limpiando las partículas sucias.
 
Las partículas de esmog recolectadas lucen como un puñado de polvo que, a simple vista, serían un desperdicio. Sin embargo, el 42 % del esmog es carbono y cuando este elemento es puesto bajo mucha presión se obtienen diamantes. Entonces el esmog recolectado se comprime, se deposita en un cubo transparente y el resultado final es una joya, sostenida sobre un aro de acero, cuyo valor oscila entre los 50 y 250 euros. Comprando una de ellas, como explica Roosegaard, se le están donando 1.000 m3 de aire puro a la ciudad donde está la torre. 
 
El prototipo ha viajado a Mumbay, Kazajistán, Beijing y París. Ahora se prepara para un tour mundial que no siempre es visto con buenos ojos por los gobernantes. Según Daan Roosegaard, muchas ciudades no quieren enfatizar en su polución. “La idea tampoco es venderlo a un particular, sino que la gente se beneficie”, sostuvo Lidi Brouwer, miembro del estudio Roosegaard, donde nació el proyecto. Por eso, la torre no busca ser una solución final, sino una experiencia sensorial a la que se unan gobiernos, organizaciones de la sociedad civil y la misma industria.
¿Qué tenemos que hacer para que una ciudad esté libre de esmog?, se pregunta el artista. De acuerdo con cifras del Estudio Roosegaard, en Holanda las personas viven nueve meses menos por culpa de la polución con contaminantes en el aire que son invisibles. Pero existen países como China o México donde el esmog permanece como una capa o bruma gris que cubre la ciudad.
 
Con esa obsesión artística de crear paisajes interactivos, donde las personas se sientan conectadas a su ambiente, Daan Roosegaard no se detuvo en la torre de esmog como su obra maestra. Ha hecho más. Por ejemplo, esta semana lanzaron el “Windlicht” (“Molinos de luz”, en español) “que tiene como fin mostrar la poesía de la energía limpia”, sostiene el artista.
 
Como explicó, los holandeses se acostumbraron a vivir con molinos de viento desde el siglo XVIII, pero desconocen el poder que hay detrás. Este proyecto es una danza de líneas verdes fosforescentes que crean un juego dinámico entre la luz y el movimiento. Las aspas que giran a 280 kilómetros por hora emiten líneas finas de luz que se unen con otras mostrando el movimiento de una soga gigantesta y desordenada. 
 
Otro de sus asombrosos trabajos que se destacan por su innovación fue el “Sostenible Dance Floor” (“Pista de baile sostenible”, en español) que se instaló en el Club WATT de Rotterdam en 2008. A través de un piso interactivo se genera electricidad a toda la discoteca a través del baile. Al concepto llegaron luego de darse cuenta de que algunos materiales producen energía cuando se aprietan y que detrás de cada paso que dejamos generamos energía. ¿Qué pasaría si pudiéramos capturarla como una fuente limpia de electricidad?
 
Daan ha elaborado autopistas inteligentes con líneas brillantes a lado y lado que se cargan en el día e iluminan el camino en la noche durante ocho horas. También se ideó la ruta en bicicleta de Van Gogh en el pueblo de Nuenen, donde el artista vivió en 1883, elaborado con miles de piedras centelleantes que emulan la obra “La noche estrellada”.Y al final, después de recordar su trayectoria, Roosegaard, en pocas palabras, resume su obra: “El mundo necesita nuevas ideas para sobrevivir. Es así de simple”. 

Por Maria Paulina Baena, Holanda

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