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La vida después de un ataque de hipopótamo: ¿cuántos accidentes más hay que esperar?

La situación con los hipopótamos se está saliendo de control. En el río Magdalena, hay pescadores que tienen cada vez más encuentros con ellos y ya hubo una persona que casi pierde la vida. Mientras científicos piden medidas urgentes, el Minambiente no ha puesto en marcha el plan para controlar esta especie invasora y dice que su prioridad es la translocación. Sin embargo, ningún país ha aprobado el envío de algún individuo.

Sergio Silva Numa

30 de noviembre de 2025 - 08:58 a. m.
Es posible que en 10 años haya más de mil hipopótamos en Colombia si no se toman medidas.
Foto: Ana María Barrero
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La valoración médica dice lo siguiente:

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El animal —un hipopótamo— lo pateó, lo mordió y lo pisoteó y le causó traumas graves en el tórax, el abdomen y las extremidades. Lo trataron de forma hospitalaria con diagnósticos de traumatismo de tórax grave por fracturas costales múltiples; trauma de hombro izquierdo con fractura de clavícula; trauma abdominal con contusión esplénica (bazo) y fractura de apófisis transversa de L1 (vértebra lumbar); y trauma severo de miembro inferior izquierdo, con fractura abierta de fémur.

También, escribió la doctora Ligia de los Dolores Montoya Echeverry, presentó una infección bacteriana y no pudo hacer las sesiones de fisioterapia por las restricciones de la pandemia.

Además, quedó con la pierna derecha más corta.

Aunque Echeverry, médica especialista en salud ocupacional, reciba pacientes, semana tras semanas, es difícil olvidar a Luis Enrique Díaz Flórez, entonces de 48 años, proveniente de la vereda Estación Pita, en Puerto Triunfo (Antioquia), agricultor, sin ARL, sin afiliación a fondo de pensión, sin saber leer ni escribir. Llegó a su consultorio en 2022, en Medellín, con su historia médica impresa.

(Lea El desencanto de los científicos con las convocatorias de Minciencias: $1 billón en juego)

Dos años atrás, en 2020, lo habían ingresado a sala de reanimación de un hospital en Rionegro, Antioquia. Luis Díaz dice que fue en San Vicente Fundación, pero San Vicente Fundación prefiere mantener todos los datos de sus pacientes en privado.

En el documento que guarda en una carpeta plástica, el personal de salud escribió que ese 11 de mayo e 2020 llegó con politrauma severo, directo a sala de reanimación y a ser conectado a un ventilador. La primera semana, le fijaron el fémur derecho y las costillas del costado izquierdo, de la tercera a la séptima, entre muchas otras intervenciones. Esos primeros días, le aseguró Luis a los médicos y a las enfermeras, cerraba los ojos y veía animales.

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Luis Enrique Díaz junto a su mamá, en su casa.
Foto: Laura Salomón Prieto

“Todo el primer año, no podía escuchar el nombre del animal porque se ponía a llorar”, dice María Nohemí Flórez Montoya, su mamá. O Ema, como todos la conocen en la vereda Estación Pita. Se le pueden pasar muchas fechas, pero no la del ataque del hipopótamo a su hijo en la finca El Carmelo, luego de recoger agua de un riachuelo (“¡Corra, malparido!”, es lo único que él recuerda).

El paciente presenta “síndrome de estrés postraumático”, escribió la doctora Echeverry, cuando lo valoró en 2022. “Presenta, de manera objetiva, un daño a la salud, por las secuelas del ataque de un animal salvaje”. Si hacía falta, fue explícita en que cambió su estilo de vida y las posibilidades de desempeñarse en los roles “laboral, personal, familiar y social”.

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Luis es más breve: “Quedé jodido”.

Ya no trabaja en fincas; se dedica a reciclar.

Si fuera por él, que se lleven a los hipopótamos y los desaparezcan.

Una de las cicatrices que le dejó el hipopótamo a Luis Díaz en la espalda.
Foto: Sergio Silva Numa

¿Dejen quietos a los hipopótamos?

No todos piensan como Luis por el lado de Puerto Boyacá (Boyacá), donde hay una población de hipopótamos viviendo en una isla en medio del río Magdalena: la Isla del Silencio. No es muy claro cuántos individuos hay, pero Katherin Corrales, bióloga del Grupo de manejo de especies invasoras de Corpoboyacá, cree que son entre 15 y 20. Tal vez, debe añadir uno más, porque el profesor Germán Jiménez, Coordinador de la Maestría en Restauración Ecológica de la Universidad Javeriana, vio hace poco una cría mientras hacía observaciones con sus estudiantes.

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Hipopótamo fotografiado cerca al río Magdalena.
Foto: Julián Rengifo

El número que hay en el Plan de Manejo del Ministerio de Ambiente de junio del 2024, fruto de un trabajo entre el Instituto Humboldt y el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, es un poco mayor: en el “Grupo del río Cocorná”, como llaman a esos hipopótamos, hay 31 individuos. Habitan un área de 38.3 kilómetros cuadrados, que es casi lo mismo que tiene toda la localidad de Chapinero, en Bogotá.

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(Lea Construir un estadio sobre el río Magdalena: una idea “fuera de lugar”)

En todo caso, no todos los que viven en esa zona, tienen la misma opinión de Luis. Julio Pascual Meneses, que llegó hace seis meses para aprovechar su retiro como maestro de obra, no cree que los hipopótamos sean agresivos. Melco Téllez tampoco quiere que los maten, como han propuesto algunas veces, aunque eso sí, de noche ya no sale. A Víctor Aguilar Hernández, de la Asociación de Pescadores de Puerto Vallarta, tampoco le preocupa mucho que haya hipopótamos. Si los ve y está capturando bagres, blanquillos, bocachicos, barbudos o capaces, se va para otra parte del río.

En cambio, Giovanni Contreras, fiscal de la Junta de la Vereda Morro Caliente, no se guarda nada: “Esos animales ya no nos dejan pescar. ¡Qué paridera! Aquí llegaron dos hace como 10 años y ahora fíjese cuántos son. Si a mí me sale y me siento atacado, es la vida mía o la de él. Si me toca matarlo, lo mato. Así de sencillo. Primero yo, que tengo tres hijos”.

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Giovanni Contreras, pescador.
Foto: Laura Salomón Prieto

Don Sacra, de 60 años, de padre y abuelo pescador, relata que ya ha tenido tres encuentros; en uno casi se rompe una pierna, cuando un hipopótamo casi le voltea la canoa. Como a él, a Jorge Bustos también le da miedo tirar la atarraya de noche porque no cree que le dé tiempo para actuar si sale un hipopótamo. Para colmo de males, le viven dañando sus anzuelos con sus cuerpos pesados.

Pero si hay alguien que esté cerca del grupo de hipopótamos es Miguel Antonio Díaz. Vive en la Isla del Silencio, con sus vacas y sin luz. A diferencia de sus compañeros, optó por cargar una pieza de pólvora en el bolsillo por si un día los hipopótamos se le acercan mucho. “Con esto, ¡pum! Y salgo corriendo. Una mechita, lo lanzo y lo prendo. Es por pura prevención. Solo lo he tenido que usar una vez, cuando se me iban metiendo a la casa”.

La pólvora que guarda Miguel Díaz en su bolsillo por si tiene algún encuentro con un hipopótamo.
Foto: Sergio Silva Numa

Como todos los hipopótamos, los que viven en una “charca” en la Isla del Silencio, migraron desde la Hacienda Nápoles. Suelen estar ahí todo el día, camuflados, para salir a buscar comida tipo 5 o 6 p.m. Pueden comer unos 50 kilos de hierbas en un día y para hacerlo atraviesan el Magdalena y abren caminos a fincas cercanas. En las orillas dejan caminos de lodo de un metro de ancho. Y cercos dañados.

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“Eso a cada ratico es arregle y arregle portillos. Y vea esos tanques de agua como los dejaron, destrozados. O si no, ensucian el agua, que es para el ganado, que es de lo que vivimos”, lamenta Miguel.

(Lea Pez basa: el Minambiente busca erradicarlo, prohibirlo y declararlo especie invasora)

Él, que calcula haber visto hipopótamos desde hace unos 8 años en la isla, sabe, por documentales, que en África el hipopótamo mata más gente que los leones. Su posición le ha traído uno que otro disgusto con sus vecinos, a quienes sí les gusta tener cerquita al tercer mamífero terrestre más grande del planeta. Alguna vez, cuenta uno de ellos, tuvieron una cría que terminó escapándoseles.

¿Qué irían a hacer cuando creciera y midiera tres metros de largo y pesara hasta 3,2 toneladas? Suelta una carcajada.

Imagen de un fragmento de la Isla del Silencio.
Foto: Laura Salomón Prieto

Se cierra una ventana de oportunidad

Si hubo una decisión que parecía alentadora para quienes han estudiado los hipopótamos, fue la que tomó el Ministerio de Ambiente el 21 de junio de 2024. Ese día expidió una resolución en la que adoptaba un “Plan de Manejo y Control”. Como lo indicó, después de 42 años de haber sido introducidos al país, ningún gobierno “había tomado decisiones concretas para hacerle frente a la problemática”.

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Para dimensionar el tamaño del lío, citaba cifras que pondrían nervioso a cualquier científico: hoy hay 169 hipopótamos en todo el país, “generando grandes afectaciones a especies, comunidades y ecosistemas”. De no adelantar ningún tipo de manejo, se lee, superarán los 1.000 individuos en el año 2035. En 2060 podría haber hasta 1.307.

Pero la dicha duró poco. Cuando investigadores como Nataly Castelblanco le echaron un vistazo al documento, se llevaron una sorpresa. Lo que vio no era, precisamente, un plan de manejo como los que ella, que ha dedicado su vida como bióloga a estudiar mamíferos acuáticos y semiacuáticos, ha conocido. “Los planes de manejo deben tener una ruta clara a seguir: el primer año se hace esto, el segundo se hace esto otro, con un presupuesto específico. En lo que yo vi no había acciones específicas. No decía ni dónde, ni cuándo, ni cómo se iban a hacer las cosas”.

Hoy todavía no lo dice. El plan menciona cuáles son las acciones para controlar la población de hipopótamos (alertas tempranas, caza de control, confinamiento, translocación e intervención social), pero no detalla plazos ni especifica prioridades.

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Los hipopótamos pueden pesar entre dos y tres toneladas.
Foto: Ana María Barrero

Sin embargo, Natalia María Ramírez, directora de Bosques, Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos del Ministerio de Ambiente, es clara con la prioridad que tienen hoy: “nuestra primera opción es translocarlos”, es decir, enviarlos a otro lugar. Dice que han estado adelantando conversaciones con Ecuador, Perú, Filipinas, India, México, República Dominicana, Chile y Sudáfrica, pero, hasta el momento, “no hemos tenido una respuesta oficial para autorizar el ingreso de estos individuos. Es una especie exótica invasora —declarada así en 2022—. Por tal razón, cada país debe de realizar un análisis exhaustivo del riesgo que dichos individuos y las condiciones de manejo pueden llegar a tener frente a su biodiversidad”.

Para Ramírez es claro que una sola medida no es la única solución y que se requieren varias “orientadas al control, al manejo y a la prevención”, como la esterilización (“se han hecho 20 esterilizaciones”). También es clara en que la última opción que contempla el Ministerio es la eutanasia. En cualquiera de esos casos, se requiere un protocolo que los científicos llevan esperando más un año. Ramírez intuye que estarán listos en el primer semestre de 2026.

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La espera, sin embargo, está impacientando a los investigadores. El profesor Germán Jiménez, de la Universidad Javeriana, no se explica por qué ha habido tanta tardanza en tomar decisiones. Sabe que, en el fondo, hay un costo político que ningún gobierno quiere pagar, pero le asombra que “con un problema de esta magnitud” el país se esté moviendo tan lento. “¿Por qué estamos dejando reproducir a los animales?”, se pregunta. “Es perentorio ejecutar el plan de acción. Necesitamos recursos y hay que hacerlo urgente. Si no hacemos algo ya, seguimos aletargando la situación y se nos sigue saliendo de las manos”.

¿Qué sucederá cuando los hipopótamos empiecen a desplazar especies nativas de Colombia como manatí o la nutria?, es una de las preguntas que hoy se hacen investigadores.
Foto: Ana María Barrero

“Salirse de las manos” es una frase que, posiblemente, se le quede corta al tamaño del problema. En 2023, Jiménez, junto con otro grupo de investigadores, publicó un artículo en la revista Scientific Reports (del grupo Nature) en el que hacían un cálculo más conservador de lo que sucederá en los próximos años si no se toman cartas en el asunto. El crecimiento de la población, señalaban, es del 9,6 % anual. Es lo que llaman un “crecimiento exponencial”, por, entre otras cosas, explica el profesor, unas muy buenas condiciones de hábitat, donde no hay períodos de sequía como en África ni existen depredadores para sus crías.

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Dicho de otra manera, en lugares como la Isla del Silencio o por donde vive Luis Díaz, los hipopótamos encontraron el paraíso, aunque en Colombia el paraíso es gigante: ya hay señales de que están en la Depresión Momposina.

Esa situación le genera muchas preguntas a investigadores como Castelblanco, Jiménez y Corrales: ¿Qué se podrá hacer con esos individuos si ha sido retador emprender acciones con los que están en la Hacienda Nápoles y alrededores? ¿Habrá una salida para evitar que haya encuentros con humanos? ¿Qué sucederá cuando empiece a desplazar especies nativas de Colombia como manatí (T. manatus), la nutria (Lontra longicaudis) y el chigüiro (H. hydrochaeris) o a eutrofizar (dejar sin oxígeno) cuerpos de agua, como parece estar sucediendo en el Magdalena Medio?

Aunque entre las otras opciones que piden grupos animalistas se encuentra la esterilización y la castración, hay desafíos enormes que tienen muy claro los funcionarios de Cornare, la autoridad ambiental que más práctica tiene en el manejo de hipopótamos.

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Huella de hipopótamo en la vereda Las Angelitas, cerca a Puerto Boyacá.
Foto: Laura Salomón Prieto

David Echeverri López, el Jefe de la Oficina de Gestión de la Biodiversidad, cuenta que para cada esterilización quirúrgica hay que planear una compleja logística. Para capturarlos, explica, primero, deben cebarlos (con zanahorias, preferiblemente), algo que los hipopótamos empiezan a eludir si se hace con frecuencia. Si lo capturan, un equipo entra en acción para sedarlo (con medicamentos disparados a través de un rifle) y para llevar a cabo todo el procedimiento quirúrgico.

“En total, se requieren unas 12 o 13 personas. Debe hacerse por la noche. El procedimiento empieza a las 11 p.m. y acaba a las 5 a.m.”, asegura. Hasta ahora, han hecho 35 operaciones; la última fue en enero de este año. El costo de cada una supera los COP 35 millones.

El otro camino es dispararles un fármaco llamado GonaCon que actúa como anticonceptivo. Pese a que López sospecha que se han reducido el número de crías por el lado de Doradal (el municipio en el que cada cierto tiempo aparecen imágenes de hipopótamos que se vuelven virales), reconoce que es una medida muy difícil de evaluar. “Se lo disparamos a machos y hembras, pero no tenemos cómo saber a cuáles individuos se lo pusimos. Logísticamente, es imposible marcarlos. Además, no es fácil conseguir el medicamento; toca en EE.UU.”. Su costo aproximado es de USD 200 (dólares) por mililitro y cada hipopótamo requiere una dosis de 5 mililitros (es decir, una dosis vale COP 4 millones)

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El estudio de Scientific Reports de 2023 era claro frente a esa medida: el uso repetido puede provocar infertilidad a largo plazo en algunas especies, aunque esto aún no se ha demostrado en hipopótamos.

Hipopótamo captado por una cámara trampa de Corpoboyacá.
Foto: Cortesía Corpoboyacá

Los autores de ese artículo hicieron un cálculo del costo de todas esas medidas para el caso de los hipopótamos en Colombia. Planteaban varios escenarios, en los que el valor crecía a medida que las autoridades tardaran más tiempo. Si se toma la decisión de inyectarles anticonceptivos con dardos a 83 individuos en un año, su valor sería de USD 850.000, que hoy equivalen a más de COP 3 mil millones (pesos colombianos). El problema es que la erradicación tardaría 45 años y los hipopótamos seguirían causando impactos en ecosistemas.

Si se tomaba esa misma decisión, pero con menos hipopótamos por año (67), el valor ascendería a USD 1.85 millones. Pero si se retrasaba 10 años, su costo aumentaría a USD 5.58 millones.

En la otra cara de la moneda, si se tomaba en ese momento el camino de la eutanasia asistida por veterinarios con 83 individuos en un año, el costo sería USD 610 mil, pero los erradicarían de manera inmediata. Si, por el contrario, se hacía ese procedimiento con 8 ejemplares cada año, Colombia tardaría 27 años en erradicar a esa especie invasora a un costo de USD 1.58 millones.

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Zona cerca a la Isla del Silencio, por donde suelen pasar los hipopótamos.
Foto: Sergio Silva Numa

“Habiendo tantas urgencias en el sector ambiental, ¿es moral gastar todos esos recursos en esas medidas?”, pregunta Castelblanco. “¿Le vamos a dar prelación a una especie invasora en vez de invertir en nuestras especies nativas?”, cuestiona Jiménez.

Quienes han estudiado los hipopótamos saben que es una decisión difícil de tomar, pero creen que ya es hora de tomar decisiones, pues se está agotando el tiempo. Saben que la caza de control incomoda a un sector de la población, pero piden no echar en saco roto esa opción, porque es posible que, pronto, no haya marcha atrás.

Para decirlo en palabras de los autores del artículo de Scientific Reports, “para cuando las preocupaciones sociales o ecológicas se vuelvan más pronunciadas, puede que no sea factible eliminar a los hipopótamos del paisaje”.

*Este artículo contó con reportería de Laura Salomón y César Giraldo.

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Por Sergio Silva Numa

Editor de las secciones de ciencia, salud y ambiente de El Espectador. Hizo una maestría en Estudios Latinoamericanos. También tiene una maestría en Salud Pública de la Universidad de los Andes. Fue ganador del Premio de periodismo Simón Bolívar.@SergioSilva03ssilva@elespectador.com
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