Lo primero que dice Horst Salzwedel con su español enredado es que haber regresado a Colombia lo llenó de tristeza. Pese a que siente que encontró un país mucho más pacífico que el de hace 20 años, le apena que sus esfuerzos como científico hayan sido en vano. Parece, reitera, “que no fue de mucha ayuda todo el tiempo que dedicamos a estudiar la Ciénaga Grande de Santa Marta, en ese intento por restaurarla. Hoy la encuentro igual que cuando empezamos a rehabilitarla”. Es decir, cree que está en una de sus peores épocas.
Salzwedel es alemán. Estudió en la Universidad de Kiel y es Ph.D. en biología. A finales del año pasado, después de trabajar en Papúa Nueva Guinea, Alemania, Nigeria, Chile y España, decidió regresar a Santa Marta. En esa ciudad aterrizó por primera vez en 1980 para ayudar a formar las primeras generaciones de biólogos marinos colombianos. Y a ella volvió después, en 1992, para tratar de frenar las pésimas condiciones en las que estaba la ciénaga. Los ganaderos, los palmeros, los agricultores y la carretera que los políticos le atravesaron en la década del 50 y que ahora el vicepresidente, Germán Vargas Lleras, quiere ensanchar, habían destruido a ese ecosistema. Tal era el impacto que antes de levantar esa vía la pesca era de 27.000 toneladas anuales, y cuando Salzwedel llegó apenas llegaba a 1.785.
Para explicar el deterioro en el que estaba, Salzwedel me envía un breve documental con imágenes borrosas: desperdicios flotando por el más grande e importante complejo lagunar de Colombia, manglares destruidos, miles de pobladores a la deriva porque ya no tenían los pescados como sustento... “Eso fue lo que nos encontramos, junto con unas aguas muy salinizadas y concentraciones de oxígeno muy bajas”.
Pero, cuenta, sucedió algo excepcional. Se empezaron a unir fuerzas y actores para rescatar la Ciénaga Grande de Santa Marta. Desde el Inderena (que hacía las veces de Ministerio de Ambiente), hasta la Gobernación, Invemar, los campesinos, los gremios ganaderos, palmeros y bananeros acordaron trabajar todos en una misma dirección. Bajo el nombre de Proyecto de Rehabilitación Colombo-Alemán para la Recuperación de la Ciénaga Grande de Santa Marta (Pro-Ciénaga), se unieron para volver a hacer crecer el mangle y la pesca, y crear estrategias para que el agua dulce del río Magdalena volviera a encontrarse con la sal del mar.
“Logramos recuperar parte de los manglares y devolver a ese ecosistema algo de la vitalidad que había perdido. Tratamos de hallar soluciones teniendo en cuenta la acción del hombre y creamos programas de monitoreo”, recuerda Salzwedel. “Sabían que no tenían que hacer sólo ciencia para resolver problemas concretos, sino que también debían organizar a los actores y crear espacios para deliberar y llegar a consensos. Se creó, por ejemplo, la Asamblea Pesquera y la Asociación de Municipios de la Ciénaga”, dice Sandra Vilardy, una de las científicas colombianas que mejor han estudiado esa red de humedales.
De todo ese esfuerzo también nació la Corporación Autónoma Regional del Magdalena (Corpamag), que luego cayó en el vacío de la burocracia y la política. Según los cálculos de Salzwedel, se invirtieron más de US$40 millones: la agencia de cooperación alemana GIZ aportó US$15 millones y el Banco Interamericano de Desarrollo le prestó a Colombia otro pedazo. Todo eso desembocó a que en 1997 la Ciénaga fuera declarada sitio Ramsar.
Es por todo ese trabajo que Salzwedel, ahora jubilado y de vuelta para radicarse en Santa Marta, se lamenta. Le parece muy vergonzoso que Colombia no haya continuado con la tarea que le correspondía. Pero le parece aún peor que, teniendo todo esos referentes, quiera cometer los mismos errores del pasado.
Se refiere al plan para expandir la carretera entre Barranquilla y Santa Marta, en el que se piensa mover 400 metros algunos tramos para evitar la erosión costera, pese a que varios científicos, como Vilardy, recomiendan adoptar otro modelo. “Están a punto de volver a botar la plata si siguen con esa idea. Me da tristeza que las entidades oficiales de la región estén a punto de cometer el mismo error dos veces seguidas”, alerta.
Una de sus mayores preocupaciones es que se deteriore tanto la zona que las aves migratorias que encuentran hogar en la Ciénaga ya no tengan las mismas condiciones. “Colombia tenía la obligación de proteger este ecosistema ante el mundo. ¡Eran compromisos internacionales! ¿Por qué no siguen el ejemplo de Florida, que hoy tiene humedales bien conservados que atraen a miles de turistas?”, se pregunta.
Según él, el Caribe tal vez lo lograría si las autoridades implementaran planes de manejo que ya están elaborados. "Si, para solucionar la escasez de plata, los directivos intentaran buscar recursos y convenios internacionales no sacrificarían el ecosistema por gastos". Además les recomienda prestar más atención a científicos como Vilardy, pues tienen mucho más claro que ellos la verdadera situación de la Ciénaga.
“Insisto: los políticos tienen que aprender algo del pasado, de la carretera mal hecha. Pero parece que no tienen disposición. He estado en varias entidades y siento que no la tienen. Es que cualquier persona que haya sido elegida por el pueblo tiene el deber de servirle. Esa es su tarea y tiene que cumplirla. Eso lo sé hasta yo, que soy un simple biólogo”.