Más allá de la pandemia: 2020, un año clave para actuar por la naturaleza

El COVID-19 ha despertado un sentido de urgencia global que otros desafíos, como el cambio climático o la pérdida de biodiversidad, no habían logrado. El llamado es fuerte y claro: si no cambiamos nuestra relación con la naturaleza y garantizamos su protección, la vida como la conocemos cambiará para siempre.

- Redacción Medio Ambiente
23 de abril de 2020 - 03:11 p. m.
La mayoría de organizaciones ambientales catalogan el 2020 como el “súper año”.  / Meridith Kohut / WWF-US
La mayoría de organizaciones ambientales catalogan el 2020 como el “súper año”. / Meridith Kohut / WWF-US

La pandemia ha alterado los planes de un año con grandes decisiones pendientes para abordar la crisis climática y de biodiversidad. Sin embargo, es necesario insistir en que estos desafíos no son temporales y no podrán controlarse a menos que existan compromisos más ambiciosos de parte de gobiernos y ciudadanos que se traduzcan en acciones reales y constantes basadas en la protección y uso sostenible de la naturaleza.(Lea: Estas son las fechas más importantes para el medio ambiente en 2020)

Si algo ha demostrado esta situación es que lo que sucede en una esquina del planeta afecta las demás. Todas las formas de vida que existen están interconectadas y tienen en común un soporte vital: la naturaleza. Por eso, el concepto de BIBO 2020: conexión, planeta y gente. Este año, nuestros contenidos estarán enfocados a visibilizar todas esas acciones que ya se están tomando para aprovechar sosteniblemente los ecosistemas y demostrar cómo, bien manejados, son una garantía frente a desastres naturales, el hambre, la pobreza y la escasez de agua, entre muchos otros desafíos.

La ciencia ha proporcionado suficiente evidencia. La primera Evaluación global de biodiversidad, presentaba el año pasado por el IPBES, señala que la humanidad ya ha alterado el 75% de la superficie terrestre y el 66% de los océanos. Un millón de especies está en peligro de desaparecer. Hoy, el 75% de los ecosistemas terrestres están afectados por la degradación del suelo. Los humedales son los más afectados, ya perdieron 87% de su extensión original y hablamos de la principal fuente de agua dulce del planeta. Según datos de Naciones Unidas, los bosques naturales se han reducido dramáticamente en 25 años. Pasando de 10,6 millones de hectáreas en la década de 1990 a 6,5 millones de hectáreas en 2015.

En la última década, la presión y transformación que el ser humano ha ejercido sobre los ecosistemas se han hecho más notorias. Nuestras acciones han alterado los procesos físicos, químicos y biológicos que interactúan para hacer posible la vida como la conocemos. Ya alcanzamos los niveles más altos de dicha transformación y hoy, no es posible saber si el planeta podrá regresar a esa relativa estabilidad que tanto necesitamos.

El panorama es sombrío, pero la oportunidad sigue latente si tomamos acciones inmediatas. Aprovecharla dependerá de que todas las decisiones económicas y sociales que se tomen en adelante estén basadas en la protección y uso sostenible de la naturaleza y, por ende, en nuestro bienestar. 2020 es la oportunidad para hacerlo, por eso, la mayoría de organizaciones ambientales lo cataloga como el “Súper año”.

Durante este tiempo Naciones Unidas entregará el primer reporte sobre el cumplimiento de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). El histórico tratado para hacerle frente al cambio climático, el Acuerdo de París, alcanzará su primer plazo de cumplimiento; esto significa que los países deben revisar y asumir compromisos más ambiciosos para reducir las emisiones que causan esta variabilidad climática. Además, es un año clave para abordar la crisis que enfrenta la naturaleza, ya que en este año también está previsto que culminen las negociaciones y se establezcan nuevas metas para protegerla.

Sin duda es el inicio de una década decisiva, pues tanto científicos y expertos coinciden en que solo quedan diez años para que todos estos compromisos se traduzcan en una protección real y efectiva de la naturaleza. Por eso, no hay más tiempo que perder, debemos darle la relevancia que merece, de eso dependerá nuestro bienestar. (Puede leer: Hoy se celebra medio siglo del Día de la Tierra. ¿Para qué ha servido?)

Lejos de ser una expresión o representar un discurso ambiental, las Soluciones Basadas en la Naturaleza (SbN) hacen referencia a un enfoque científico que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) define como ese conjunto de acciones dedicadas a proteger, restaurar y gestionar de forma sostenible los ecosistemas, con el propósito de contribuir a diferentes componentes del bienestar humano.

Una solución efectiva basada en la naturaleza debe cumplir tres criterios esenciales: 
1. Estar fundamentado en acciones de conservación, uso sostenible y/o restauración de ecosistemas. 
2. Deben resolver un problema que afecte el bienestar humano. 
3. Incluir beneficios para las especies y la biodiversidad asociada a ese lugar donde se están desarrollando. 

Además, estas acciones  le apuntan a resolver desafíos persistentes en la historia de nuestras sociedades: la seguridad alimentaria, el cambio climático y sus efectos inmediatos -especialmente en comunidades locales que dependen directamente de sus territorios para sobrevivir- y desastres que, como es el caso colombiano, tienen una amplia relación con la variabilidad climática. En una perspectiva global, este tipo de soluciones podrían contribuir con el 30% de la reducción de emisiones que se necesitan para hacerle frente a la crisis climática. (Puede leer: La polución podría aumentar la tasa de contagio del coronavirus, según expertos)

Un ejemplo muy claro es el trabajo en la costa Pacífica Nariñense, donde organizaciones como WWF trabajan con las comunidades locales para establecer y ordenar el uso de ecosistemas de manglar y que, en conjunto con mejores prácticas pesqueras, constituyen una solución para la seguridad alimentaria de estas poblaciones y garantizan la integridad ecológica de dichas regiones. 

Algunas de las medidas que se han tomado: dar a conocer las especies que tienen y que están en peligro de extinción, promover periodos de veda y diversificar la oferta. Además de promover intercambios de anzuelos para reducir la captura de otras especies como tortugas marinas. 

La conservación y el uso sostenible de la naturaleza implica mucho más que garantizar, a largo plazo, los beneficios que sustentan la vida en el planeta.

Hoy, al menos un 50 % de la economía global depende de la biodiversidad. En otras palabras, más de la mitad del PIB mundial se basa en  los servicios que esta proporciona. Si seguimos perdiéndola a un ritmo acelerado,  nuestras economías seguirán en riesgo. (Le podría interesar: Crisis del coronavirus vs. crisis climática: lecciones de un confinamiento forzado)

Lograr ese cambio de percepción implica una mayor consciencia sobre su valor económico. Construir un planeta en armonía requerirá nuevos modelos económicos que se basen en el bienestar social, capaces de proponer iniciativas que involucren el conocimiento científico y la sabiduría de pueblos que  ancestralmente han estado ligados  a sus territorios. Apuestas de este tipo pueden reducir la huella ecológica de todos los sectores productivos y sus cadenas de consumo, al menos, en un 50 %.

El mundo ha trazado acuerdos internacionales que hacen parte del plan para lograr un futuro sostenible. Y aun cuando existe la percepción de que quienes se reúnen son gobernantes y personajes con poder de decisión, no podemos olvidar que ellos representan a las casi 8.000 millones de personas que viven en este planeta. 

Sus decisiones tienen un efecto global. El 2020 es un año particularmente importante porque, como se mencionó anteriormente, tres de las agendas globales cumplen sus primeros plazos para poner en marcha las metas propuestas, y deben examinar el éxito de los compromisos adquiridos o establecer nuevos objetivos.

La crisis sanitaria actual alteró significativamente estos encuentros sin que eso signifique que los compromisos ambientales deban disminuir. Uno de los eventos más importantes del 2020: la Conferencia de las Partes de Cambio Climático (COP 26) fue aplazada para 2021. En esta reunión, los países debían presentar sus planes de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, conocidas como Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC). 

También se habla de una nueva fecha para la 15ª Conferencia de las Partes del Convenio de Diversidad Biológica que este año dará por terminadas las metas Aichi —establecidas hace diez años para lograr la protección y el manejo sostenible y efectivo de la naturaleza— y en la que debe adoptarse el texto, que sigue en negociación, del Nuevo Marco Global para la Biodiversidad. Es decir, una nueva agenda que le apunta a reducir las amenazas y presiones que enfrentan las especies y ecosistemas, debido a las actividades humanas. 

Esta situación sin precedentes afectará la capacidad de respuesta de todos los países, sin contar las consecuencias económicas que representará, pero el mensaje de organizaciones ambientales alrededor del mundo es claro: el cambio climático y la pérdida de naturaleza son dos desafíos que permanecerán, incluso cuando se logre controlar la pandemia. Es el momento de apostar por una transformación estructural del modelo económico en el largo plazo, los sistemas productivos y replantear los patrones de consumo.  (Lea: La positiva del coronavirus: Manos más limpias y cielo azul, lo bueno que ha dejado el brote)

Por - Redacción Medio Ambiente

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