Antes de la década del noventa, varios grupos científicos habían tratado de revolucionar la forma en que se iluminaba el mundo. Buena parte de ellos seguía una ruta que parecía ser la indicada: trataban de producir luz azul con diodos emisores, unos aparatos pequeñísimos capaces de convertir la electricidad en partículas de luz o fotones. Quien lograra dar con ese color podría, al combinarlo con los diodos de luz roja y verde (que existían hace un buen tiempo), conseguir el blanco, un tono esencial para iluminar a la humanidad.
Justamente, dar con ese hallazgo fue lo que les valió ayer el Premio Nobel de Física a los japoneses Isamu Akasaki e Hiroshi Amano, de la Universidad de Nagoya, en compañía del profesor Shuji Nakamura, de la Universidad de California en Santa Bárbara (EE.UU.). Sus trabajos, hechos por separado pero presentados ambos en 1992, les abrieron las puertas a las conocidas bombillas led (light emitting diode) de luz blanca y larga duración, que poco a poco han ido desplazando a las bombillas incandescentes (amarillas) y a las lámparas fluorescentes, conocidas también como ahorradoras.
¿El motivo? Al transformar la electricidad en fotones y no en calor, como sucedía con los otros bombillos, las led permiten un ahorro de energía significativo. Mientras que las tradicionales alcanzan 16 y 70 lumen (unidad en que se mide la potencia de luz) por un vatio, las led logran 300. En palabras sencillas: pueden permanecer encendidas 100.000 horas. Las tradicionales y las fluorescentes, 1.000 y 10.000, respectivamente.
“La invención de los diodos emisores de luz azul eficientes ha permitido las fuentes de luz brillantes y de ahorro energético. Ahora tenemos una alternativa más duradera y eficiente que las viejas fuentes de luz”, dijo la Real Academia Sueca de las Ciencias.
El jurado consideró que el esmero de estos físicos por encontrar un material que produjera el color azul, merecía el mayor reconocimiento. Durante varias décadas no pocos lo habían estado buscando, pero solo ellos lo encontraron a finales de los 80. Tras cientos de intentos probaron con cristales de un material llamado nitruro de galio, que resultó ser la pieza faltante.
“Mucha gente abandonó ese proyecto, pero yo seguí trabajando en lo que creía y amaba”, dijo Akasaki, uno de los premiados.