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¿Quién no le teme a Naomi Klein?

La periodista se ha convertido en una de las voces más escuchadas en las cumbres del mundo, como en la pasada COP. Perfil de una de las principales líderes del movimiento por la justicia climática.

Ricardo Abdahllah
26 de diciembre de 2015 - 01:00 a. m.

Noviembre 25, en la sala Olympe de Gouges, en París. Naomi Klein coordina un taller con numerosas ONG internacionales llegadas a París al margen de la COP21. Noviembre 30, Klein participa en la capital francesa en los “Juegos del clima”, una parodia de los “Juegos del hambre”, dirigida a denunciar que muchos de los patrocinadores de esa cumbre son a su vez grandes contaminantes. Dos horas más tarde, Klein interviene en una “huelga climática” en la que se discuten temas que van desde el escepticismo frente a la voluntad de los jefes de Estado hasta las consecuencias del transporte de carbón en la costa colombiana. Dos días después dirige un nuevo taller sobre resistencia ciudadana y participa junto con activistas griegos e indígenas canadienses en un panel titulado “Capitalismo vs. medioambiente”. Esto justo después de la premiere de su documental Esto lo cambia todo. Al día siguiente, preside la ceremonia de entrega de los Premios Pinocho a las empresas que más mienten sobre sus políticas ambientales. Las audiencias del Tribunal Internacional por los Derechos de la Naturaleza la ocupan dos mañanas. En la tarde de una de ellas actúa como fiscal contra la Exxon en un juicio popular y por dos noches sube a la tarima de Le Trianon junto a Patti Smith, Thom Yorke y Flea para un concierto-ponencia, en el que exigen que los negociadores de la COP21 escuchen las voces ciudadanas. Su agenda del fin de semana incluye foros en la “Aldea de las alternativas”, convocada en el suburbio de Montreuil por un centenar de asociaciones excluidas de la cumbre oficial. A partir del segundo lunes de la COP21, su cuartel general se traslada a la Zona de Acción por el Clima, instalada por la “Coalición21”, otra iniciativa ciudadana, en la antigua sede de los Servicios Funerarios Municipales de París. Es allí donde tres mil personas vienen a verla el jueves en la noche para el que debería ser su último discurso durante el tiempo de la cumbre.

Klein anuncia que no es el último y lo hace en francés. “El Estado se ha aprovechado del terrorismo para impedir que nos movilicemos. Hay que hacerle saber que no es así. Por eso el sábado vamos a salir a todos. El 12 de diciembre, a las 12, nos tomaremos las carreteras”.

El público entiende que lo que ha querido decir es “calles” (entre rues y routes cualquiera se confunde) y le confirma la cita, por demás ilegal, con una explosión de aplausos.

Del consumismo a la guerra contra las marcas

Su abuelo era un marxista convencido que perdió el puesto por haber organizado la primera huelga en Disney, sus padres se mudaron a Canadá para escapar a la persecución de la que eran víctimas por coordinar acciones contra la guerra de Vietnam. Así que su primera rebelión fue contra los rebeldes. “Supongo que por eso cuando era niña me metí de lleno en el consumismo. Estaba en un conflicto permanente con mis padres y sólo quería que me dejaran sola”, decía Klein en 2000 a la periodista Katharine Viner, de “The Guardian”.

El motivo de la entrevista era que la canadiense, de apenas 30 años en ese entonces, se había convertido en una de las figuras más visibles de las protestas contra la cumbre del Banco Mundial en Praga. Además acababa de publicar su primer libro, “No logo”. A lo largo de cuatro partes la obra abordaba la manera como las “grandes marcas” se imponían por la fuerza a los consumidores, logrando enormes beneficios comerciales y al mismo tiempo disminuían costos sustituyendo sus centros de producción en los países donde estaban establecidas por fábricas con salarios miserables en los países menos desarrollados.

“No logo”, que sería traducido a 28 idiomas y considerado por el “New York Times” como “la biblia del movimiento altermundialista”, marcaría la carrera de Klein en los años siguientes y la expectativa del público por su siguiente obra, Cercas y ventanas, una serie de ensayos sobre la globalización.

“Le di ese título para hacer referencia a las cercas que nos imponen los estados, las grandes compañías y las organizaciones multiestatales. Esas cercas que convierten en privadas el agua y la tierra, que nos impiden movernos a través de las fronteras o manifestarnos en las calles. No ha perdido ninguna validez en estos años. Tampoco la idea de ventanas, por las que podemos asomarnos al mundo y respirar”, dice la autora”.

El título de Morir por MacDo en Irak, que coescribió con Geoffrey Geuens, Tariq Ali y Jean Bricmont, en cambio, no necesita mayores explicaciones.

Klein es una figura habitual de las grandes cumbres mundiales, o mejor, de quienes se manifiestan durante las cumbres. Además de estar presente en la Batalla de Seattle y el movimiento Occupy, tiene en su hoja de vida un arresto por manifestarse frente a la Casa Blanca. La idea central de su venida a la pasada COP era hablar de Eso lo cambia todo, su más reciente libro, que fue llevado a la pantalla con el mismo título.

Los atentados de París, apenas dos semanas antes del inicio de la COP21 la llevaron a encontrarse más bien en una recreación de La doctrina del Shock, su trabajo previo en el que aborda cómo la conmoción de los ciudadanos frente a los eventos catastróficos naturales o provocados suele utilizarse para impulsar políticas económicas que no hubieran encontrado consenso en un escenario normal. Para probarlo analizaba el impacto de eventos que van desde el Golpe de Estado en Chile y la Guerra de las Malvinas al huracán Katrina, pasando por Bolivia, Rusia, Sudáfrica y el 11 de septiembre. Para el crítico John Gray de The Guardian “el libro lleva a que sea difícil resistir a la sospecha de que el 'capitalismo del desastre' está creando desastres más grandes de los que puede manejar”. Paul B. Farrell del Dow Jones Business News afirmó en el momento de la publicación que la obra de Klein “revela la influencia de fuerzas culturales en la reestructuración de la economía mundial cuando las poblaciones se enfrentan por recursos naturales decrecientes y la deriva de Estados Unidos de una democracia representativa hacia un gobierno controlado por múltiples, concurrentes y bien financiados intereses oscuros”.

 

“Tras una tragedia, perdemos nuestros puntos de referencia. Lo que antes nos pareció seguro ya no lo es y tenemos la impresión de que nuestra vida cotidiana no será la misma. Frente a ese trauma colectivo, nos replegamos e infantilizamos, confiando en que nuestros 'líderes' nos van a proteger. Ellos lo saben y se aprovechan de esa indefensión que sentimos para hacernos aceptar medidas contra las que antes de la tragedia nos habríamos rebelado. Mientras nosotros lloramos, ellos se están moviendo”, dice Klein, quien en la Plaza de la República dio ejemplo de lo que ha pedido a los a quienes se encuentran en París: desobedecer las consignas del Estado de Urgencia impuesto por el presidente Hollande. “Lo que pasa es que estados de urgencia hay muchos. Las desigualdades creadas por el capitalismo transnacional son uno. La situación climática es otro. En la COP21 se reúnen representantes del primero de ellos para hacernos creer que nos darán soluciones para el otro. Y Francia aprovecha el trauma colectivo para que en lugar de obligarlos a escuchar nuestras soluciones nos contentemos con las que les convienen a ellos”.

Para Klein no existe una disyuntiva entre las luchas políticas y climáticas “Al contrario. El gran problema de la pasada COP21 es que se elaboran estrategias centradas en la tecnología, pero se deja intacto un sistema que está basado en el hiperconsumismo. En realidad todas las luchas van juntas. Por eso la idea de limitar el calentamiento global me parece incompleta. Lo que necesitamos es trabajar la idea de justicia climática, en donde no sólo se proteja el medio ambiente como algo abstracto sino que se respeten los derechos de las personas a acceder a una tierra, agua y aires libres de contaminación y a conservarlos, aún si para hacerlo hay que sacrificar intereses económicos y sobre todo si, como suele suceder, esos interese son ajenos a las comunidades a las que perjudican”.

La idea de Justicia Climática, es el principio del “Gran salto hacia adelante” que propone Klein en su Leap Manifesto, un documento redactado por sesenta organizaciones civiles reunidas en Toronto y que según ella fue tomando forma luego de años de trabajo junto a los grupos de nativos indígenas del Canadá que han perdido el acceso a sus tierras luego de que en estas se iniciaran explotaciones mineras a gran escala. Los firmantes del Manifesto incluyen organizaciones como Idle No More, Greenpeace, 350.org, No one is illegal y Mining Watch y artistas como Neil Young y Leonard Cohen.

“Allí hablamos por supuesto de energía y claro que es necesario desarrollar energías limpias, pero si éstas van a estar en manos de las mismas compañías que hoy controlan y manipulan el mercado de energías fósiles, no habremos alcanzado. La transición energética no debe limitarse al tipo de producción, sino permitir que las comunidades administren sus recursos de manera local y por supuesto a que se beneficien de la energía producida en sus territorios”, dice Klein.

¿Sirven para algo las Cumbres Climáticas? Klein toma su tiempo antes de responder. “No es que no sirvan. Es que es ingenuo creer que una cumbre climática va a resolver el problema. Yo había dicho que la Cumbre de París no iba a servir y sin embargo aquí estoy. Con la gente que sabe que quienes se benefician los problemas de fondo. Tenemos que hacernos escuchar y no mirar desde el borde. Pero los sacrificios para que nos escuchen son enormes. Esto es una guerra, porque cuando tú vas a tú vas a exigir justicia, ellos van a responderte con las armas”.

Por Ricardo Abdahllah

 

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