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Sin los bosques amazónicos, las ciudades seguirán ardiendo

“El ser humano ha deforestado el 17% de los bosques amazónicos y los expertos aseguran que perder entre el 20% y el 30% nos llevaría a una sequía generalizada que acabaría con la selva tropical y tendría severos impactos en el clima regional y global”.

Obispo Francisco Duque-Gómez*
01 de febrero de 2024 - 05:00 p. m.
Genérica Opinión EE
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Foto: Diego Peña Pinilla

Colombia arde. Durante el primer mes de 2024 se registraron más de 300 incendios forestales en todo el territorio nacional y, según el Ideam, el 86% de los municipios colombianos se mantiene en alerta hasta abril, cuando se proyecta, finalice la temporada seca y un particularmente caluroso Fenómeno del Niño.

Sin embargo, fueron las imágenes de los Cerros Orientales de Bogotá en llamas las que acapararon la atención de los ciudadanos y medios de comunicación. Cuando es la capital la que se está quemando, es difícil hacernos los de la vista gorda y ya no parece tan lejana la amenaza del cambio climático, que en gran medida impacta a las regiones y empobrece a quienes laboran la tierra. Según un estudio del Foro Económico Mundial, en 2030 la pobreza extrema en América Latina y el Caribe habrá aumentado en 300% por esta causa. (Puede ver: Pesca de tiburones: un asunto en el que ni Duque ni Petro aciertan)

Pero el cambio climático ya no es cosa solamente del campo. Si bien el incendio forestal en la capital pudo controlarse, no debemos desatender este claro grito de auxilio ambiental y recordar el privilegio que tenemos de estar parados sobre el segundo país más biodiverso del planeta y ser parte de la Amazonia, el inmenso pulmón que es su bosque tropical más extenso. Nuestro compromiso debe ser protegerlo, pues sin este mitigador natural del cambio climático, Bogotá y las grandes ciudades también seguirán ardiendo.

¿Cómo se explica esta relación tan estrecha? La ciencia ha demostrado que en la medida en que talamos los bosques tropicales, la Tierra se ve expuesta a oleadas de calor aún más intensas, pues los árboles son los encargados naturales de absorber el dióxido de carbono, un gas de efecto invernadero que deja la actividad humana, a la vez que actúan como reguladores térmicos.

En la Amazonia nacen también los “ríos voladores”, bautizados así por el científico brasilero Antonio Nobre. Gracias a esos flujos masivos de agua en forma de vapor que se forman en el océano Atlántico y luego inician su proceso de evaporación en la selva amazónica, son posibles las lluvias de todo el continente y el balance de los demás ecosistemas.

En una investigación citada por El Espectador se demostró la relación entre el transporte de humedad y la pérdida de los bosques. Los efectos de la deforestación, las sequías y los incendios causan “reducciones abruptas en las cantidades de lluvia después de una deforestación crítica”. Cabe recordar que el agua que usamos en Bogotá proviene de los páramos de Chingaza y Sumapaz, que a su vez son alimentados por nuestra selva amazónica. (Puede ver: 190 municipios en alerta por desabastecimiento de agua)

Pero los bosques tropicales no solo estabilizan los climas locales, sino que protegen las tierras de la erosión. Escenas como los deslizamiendos ocurridos en la vía Quibdó-Medellín son un claro ejemplo del desbalance en el ciclo del agua. Nuestras regiones están conectadas por un flujo genético que permite a las especies vegetales y animales sobrevivir, evolucionar, migrar, reproducirse. A través de la conectividad entre la Amazonia y los Andes alcanzamos también a tocar los ecosistemas de Centroamérica y Norteamérica, en una interdependencia sabia y extensa.

Es por esto que la protección de nuestro aliado número uno ante el cambio climático no debería ser una opción, sino una cuestión de supervivencia. El ser humano ha deforestado el 17% de los bosques amazónicos y los expertos aseguran que perder entre el 20% y el 30% nos llevaría a una sequía generalizada que acabaría con la selva tropical y tendría severos impactos en el clima regional y global.

Ya no suenan las alarmas de los carros de bomberos en Bogotá, pero las alertas siguen prendidas porque, históricamente, febrero suele ser el mes en el que se registran más incendios en la Amazonia. Los expertos nos han advertido que el principal combustible es la deforestación, pues los carteles aprovechan la temporada seca para talar y quemar todo a su paso.

Que no nos gane la indiferencia, como sociedad civil, debemos exigir la protección de los bosques tropicales y castigar legalmente a quienes la amenacen; revisar que los compromisos de los gobiernos y del sector privado para reducir la deforestación en Colombia se cumplan y empoderar a las comunidades en las zonas expuestas, formándolos en temáticas como protección y restauración de los bosques y protección de los derechos de los pueblos indígenas. Esta es la misión que desempeña en las regiones con mayores índices de deforestación la Iniciativa Interreligiosa para los bosques tropicales, IRI Colombia.

Puede ver: Logran, al parecer, el primer avistamiento de un tiburón blanco recién nacido

Cuando pase El Niño, podremos calcular el impacto ambiental que dejaron los incendios y conoceremos los avances del Plan de Contención de la Deforestación del gobierno, que es el gran responsable de conservar los ecosistemas en el posconflicto. Pero es nuestro deber ser conscientes de que si se extingue la selva, nuestros días en la ciudad también están contados.

*Obispo Francisco Duque-Gómez. Presidente del Consejo Interreligioso de Colombia. Miembro del Consejo Asesor de la Iniciativa Interreligiosa para los Bosques Tropicales IRI-Colombia.

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Por Obispo Francisco Duque-Gómez*

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