Una epidemia devasta a las ranas

Un hongo letal, identificado en 1997, sigue expandiéndose por el mundo matando a millones de ranas. Biólogos colombianos intentan averiguar qué tan grave es la situación en el país. ¿Otra mala señal del cambio climático?

Pablo Correa - Oscar García
19 de agosto de 2017 - 03:55 a. m.
“Atelopus laetissimus”, población San Pedro de la Sierra, Sierra Nevada de Santa Marta. / Fotos: Luis Alberto Rueda
“Atelopus laetissimus”, población San Pedro de la Sierra, Sierra Nevada de Santa Marta. / Fotos: Luis Alberto Rueda

En 1989, en la fría ciudad de Canterbury, en Inglaterra, se reunieron expertos en anfibios de todo el mundo. En la agenda del Primer Congreso Mundial de Herpetología se coló un tema que preocupaba a algunos de ellos. Algo estaba diezmando las poblaciones de ranas en distintas locaciones. En el trópico el problema parecía más enigmático por la intensidad de las muertes.

Karen Lips, una investigadora norteamericana, viajó ese mismo año a Costa Rica para seguir las pistas de su animal favorito. Mientras contaba individuos en el Parque Internacional La Amistad, en el sur del país, en la reserva Monteverde, en el noroeste, otro investigador estadounidense, Alan Pounds, salía cada día a dar largas caminatas por el bosque de niebla poblado de orquídeas, donde construye sus nidos el bello quetzal, para estudiar la interacción de comunidades de organismos.

Lips regresó en 1993 a la misma zona para encontrarse con una sorpresa: prácticamente se habían desvanecido las ranas. Ya no croaban en las noches. “De repente comenzaban a desaparecer. Eran sitios bien protegidos. Lejos de ciudades. No sabíamos por qué morían”. Pounds fue testigo de algo similar años más tarde. Dos especies simbólicas, la rana dorada de Costa Rica y la rana arlequín, prácticamente se esfumaron para siempre.

Un artículo en el periódico The New York Times alertó del misterio que rodeaba la muerte de ranas. El reporte fue leído por investigadores en Australia y otros en un zoológico en Washington. Inmediatamente contactaron a Karen Lips para contarle que habían visto algo similar. Luego de tomar muestras apareció la respuesta. Un hongo microscópico, Batrachochytrium dendrobatidis, colonizaba la piel de los anfibios hasta impedir el intercambio de gases que ocurre por esta vía. Las ranitas morían en cuestión de semanas por un paro cardíaco.

Lips viajó a Panamá en los años siguientes para confirmar que el problema estaba también allí. “Demostramos que se desplazaba y era una epidemia”, recuerda. La Evaluación Global de Anfibios de la UICN mostró que el 43 % de las especies de anfibios estaban en declive y el 32 % amenazadas. De las 168 especies de anfibios que presumiblemente han desaparecido de nuestra vista desde 1980, se cree que 100 fueron víctimas del hongo. Como lo describió Lips en uno de sus artículos, “se trata de la mayor depredación de un vertebrado por especies invasoras”. Sin ranas comienza un desequilibrio de ecosistemas. Mueren serpientes por falta de comida. Aumentan vectores como los mosquitos. (Imagen: Atelopus laetissimus. Cortesía: Luis Alberto Rueda).

Colombia, paraíso de ranas

Con 803 especies de anfibios, Colombia es el segundo país con más riqueza biológica en esta categoría. Si una epidemia los estaba diezmando debía estar aquí. Vicky Flechas, bióloga de la Universidad Javeriana y con un doctorado de los Andes, se enamoró de las ranas cuando era estudiante de pregrado. Comenzó estudiando los sapos arrieros, una exótica especie que al aparearse fabrica nidos de espuma para depositar sus huevos. Luego se especializó en el canto de las ranas.

Flechas aprendió a identificar el hongo. En todos los lugares que visitaba lo encontraba. En la isla de Gorgona y también en Cáqueza (Cundinamarca). Otros 16 biólogos dispersos por el país le pidieron que analizara muestras de las poblaciones de ranas que estudiaban para confirmar si tenían el hongo.

Hace dos meses publicaron juntos, en la revista de la Asociación de Biología Tropical y Conservación, el informe más completo que existe hasta ahora del problema en Colombia. En total muestrearon 81 localidades en el país y se tomaron frotis de 2.876 anfibios pertenecientes a 14 familias taxonómicas.

“El hongo está en todas partes. Desde el nivel del mar hasta ecosistemas por encima de los 3.000 metros”, señala la investigadora colombiana. No significa que sea igual de peligroso en todas partes. Las temperaturas altas y los ecosistemas secos impiden su crecimiento. Es particularmente letal entre los 800 y 2.000 metros de altitud. Algunas bacterias que cohabitan en la piel de los anfibios parece que también los protegen.

Luis Alberto Rueda, de la Universidad del Magdalena y otro de los coautores del trabajo, ha recorrido desde hace más de diez años la Sierra Nevada de Santa Marta buscando y contando ranas. En 2006 confirmó que las coloridas y majestuosas ranas arlequines, extintas en muchos rincones de Costa Rica, aquí, por fortuna, seguían vivas. “En Colombia nos quedamos rezagados. Llegamos tarde a esa problemática. Mi mayor temor es que sigamos perdiendo biodiversidad y no nos demos cuenta de ello. Que existan poblaciones amenazadas y ni siquiera los científicos lo detectemos. Me da temor pensar que las ranas de la Sierra desaparezcan. Uno vive con ese desasosiego”, dice. (Imagen: Atelopus carrikeri rojo. Cortesía: Luis Alberto Rueda).

 

¿Se puede detener?

Los anfibios son organismos frágiles. Podría pensarse en ellos como un termómetro de la vida. Alan Pounds explica que “son muy sensibles a los cambios de temperatura”. La temperatura de su cuerpo varía con la del ambiente. Cree que “el hongo es un jugador en la crisis de los anfibios, pero un patógeno no explica todos los cambios que estamos viendo”. En su opinión, las ranas son una de las primeras víctimas del cambio climático. En Costa Rica, los patrones de lluvia están cambiando. Cae más agua en períodos más cortos. El hongo se dispersa mucho mejor en terrenos húmedos.

Karen Lips no está de acuerdo con los planteamientos de Pounds. Para ella son, por ahora y de acuerdo a la evidencia científica, dos asuntos distintos. Peras y manzanas. El hongo tiene el comportamiento de una epidemia. El cambio climático también es real y traerá consecuencias inesperadas. “El cambio climático está trabajando. Pero es otra historia. No tenemos evidencia de que provoque la explosión de hongos”, dice.

En la revista Science, hace dos semanas, Lips y cuatro de sus colegas afiliados a universidades australianas, enviaron un SOS global por las ranas. Además de recordar que se detectó otro hongo que está afectando a las salamandras, plantean crear una estrategia para evitar que la epidemia llegue a los pocos lugares donde no se ha reportado, como Nueva Guinea.

Lips ya visitó Colombia, tiene planeados otros viajes y comienza a trabajar con biólogos nacionales. Cree probable que la muerte de anfibios aumente en los países en desarrollo, donde muchas especies no se describen y su ecología es desconocida, lo que constituye un obstáculo adicional para la conservación efectiva. Por esto, junto con sus colegas, pidió que la “ayuda y la experiencia científica de fuentes internacionales deben fluir hacia las regiones que son el último refugio remanente para una gran proporción de las especies de anfibios del mundo”.

(Mapa: Tomado de revista Science. Verde corresponde a lugares donde se ha identificado el hongo. 

Por Pablo Correa - Oscar García

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