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Utría, un paraíso entre la selva y el mar

La selva húmeda tropical del Chocó ha sido el hogar de cientos de especies animales, así como el sustento económico de indígenas emberas y comunidades negras del departamento. Sin embargo, el ecosistema vive bajo la amenaza de la tala indiscriminada y la sobreexplotación de sus recursos.

Karen Tatiana Pardo
15 de octubre de 2015 - 05:00 a. m.

En un rincón del Pacífico colombiano, más exactamente en el departamento del Chocó, se encuentra ubicado el Parque Nacional Natural Utría, que cada año hace de “sala de parto” para especies migratorias como ballenas jorobadas y tortugas marinas en peligro de extinción.

A un lado se asoma el ecosistema más amplio del lugar: 43.000 hectáreas de selva húmeda tropical que cobijan siete tipos de mangle, cientos de especies animales y vegetales, y varios ríos y cascadas de aguas cristalinas. Hacia el otro lado, un mar tranquilo y cálido, en donde habitan diez especies de corales, 106 especies de peces y varios moluscos, crustáceos e invertebrados.

Pero la magia no termina aquí, en la noche el agua se llena de estrellas. Millones de microorganismos cargados de luz recorren las aguas del lugar dando un show de bioluminiscencia que el turista puede apreciar desde los puentes de madera o inclusive nadando.

El 80% del territorio de Utría se traslapa con territorios indígenas de la etnia embera-dobidá, organizados en tres resguardos, la cual viene dando desde hace siglos un uso sostenible a los recursos naturales para su subsistencia y prácticas ancestrales.

La selva húmeda tropical es tal vez el ecosistema menos estudiado de Utría, ya que todos los esfuerzos de conservación e investigación se han enfocado primordialmente en los ambientes marino-costeros del parque. Esto significa que no se conoce con exactitud la estructura y composición del bosque en donde indígenas y comunidades afrocolombianas cazan, talan, pescan y cultivan.

Sin embargo, investigaciones realizadas por la Fundación Natura ponen en evidencia una reducción en la fauna cinegética (de caza) que podría afectar los procesos de dispersión de semillas y por tanto modificar las características de una selva heterogénea con árboles que alcanzan los 45 metros de alto y uno de diámetro.

En el interior del área protegida, las mayores presiones se presentan en los resguardos indígenas de Alto Río Valle Boroboro, Jurubidá y Chorí Alto Baudó en donde animales como la danta, el puerco de monte, el mono araña y la guagua podrían estar en peligro de desaparecer. Además de otras especies, como iguanas, armadillos, venados, el mico tití, el mono cariblanco y el tigrillo que también se ven afectados.

Según un estudio de Parques Nacionales Naturales (PNN), las presiones al ecosistema se deben al rápido aumento de las poblaciones indígenas y afrocolombianas que incrementan la demanda de proteína animal y, de otra parte, “por el cambio de las herramientas y métodos de cacería tradicionales por métodos introducidos no sostenibles, como son el perro y la escopeta, los cuales favorecen la cacería intensiva e indiscriminada en detrimento de la sostenibilidad del recurso, pasando de una economía de subsistencia a una con fines comerciales”.

Las comunidades étnicas han hecho uso del recurso forestal de manera tradicional para la construcción de viviendas, tambos, escaleras, enramadas, canoas, remos, palancas, artesanías, sillas y mesas, así como para la leña y el consumo de frutas y semillas. Este aprovechamiento se hace de manera selectiva, tumbando los árboles y palmas con hachas, machetes y muy pocas veces con motosierra. Sin embargo, se han visto casos en los que la tala es más intensiva pues hay intereses de comercialización.

Jesús Emiro Nagles, chocoano y funcionario de PNN, asegura que monitorear todas las actividades que se hacen en las 54.300 hectáreas que tiene Utría es una tarea casi imposible de cumplir, y mucho más para un equipo de expertos y operarios que no supera las diez personas.

“Los indígenas tienden a ser responsables con los ecosistemas del parque, pero las comunidades negras de los municipios de Jurubirá, El Valle y Bahía Solano a veces ingresan en la noche, cuando ya estamos dormidos, a talar madera fina y pescar con redes de trasmallo que también se llevan moluscos, crustáceos, langostas, pianguas y cangrejos para vender”, dice Nagles.

PNN tienen un programa de prevención, vigilancia y control que consiste en socializar con la comunidades los impactos negativos del uso indiscriminado de los recursos naturales. A la vez hacen recorridos para monitorear las zonas más afectadas, que, según lo que han percibido, son: Cocalito, Morromico, Cuevita, San Pichí, Boroboro y El Fondeadero.

Aunque a la fecha la selva se encuentra en muy buenas condiciones, el director del PNN Utría, César Vargas, considera que es una situación a la que se le debe prestar atención para mantener la conectividad del bosque y los servicios ecosistémicos que presta. “Si los bosques dejan de ser una masa de árboles y se convierten en parches aislados, es muy posible que el parque pierda su funcionalidad para mantener a las poblaciones. Esta conectividad se pierde por procesos de transformación, tala indiscriminada y el uso de potreros, por eso es un trabajo que se tiene que hacer con los indígenas que viven en el parque, pero también con los municipios aledaños”, advierte Vargas.

Por Karen Tatiana Pardo

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