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"Aquí tenemos un UPJ"

El primer acto transcurre en un parque del barrio Cedritos.

Sebastián Serrano
30 de mayo de 2014 - 09:56 p. m.

Es un domingo soleado y varias personas descansan sobre el pasto. Una moto de policía irrumpe en escena y se detiene a pocos metros de dos jóvenes. El primero viste chaqueta negra y lleva una maleta de mensajero, el segundo usa bermudas, saco de rayas y apoya los pies sobre una bicicleta. Los patrulleros descienden y el que venía conduciendo dice: “Me hacen el favor, se levantan los dos y me regalan una requisa”.

Las requisas ocupan todo el segundo acto. El de la bicicleta afirma vivir en el vecindario y la requisa transcurre sin contratiempos. Cosa muy distinta sucede con el tipo pálido de la chaqueta negra, quien protege su maleta y dice: “No, agente, usted no tiene derecho a meter la mano en mis cosas, espere que yo se las saco”. A lo cual el patrullero contesta: “A mí no me venga usted con esas maricadas”. Acto seguido le arrebata la maleta y comienza a esculcarla. “¿Entonces qué es esto, ah?, ¿Usted es que me cree a mi güevón?”, pregunta mientras acomoda sobre un tronco una pipa de madera, un trillador y una botellita de gotas azules. “Yepes, aquí tenemos un UPJ”, anuncia en voz alta.

El tercer acto comienza con la aparición de María Magdalena, una chica de veinte años, que deja caer su hula-hula y corre hasta el patrullero para interpelarlo: “Pero agente, ¿usted por qué se lo quiere llevar si él no estaba haciendo nada?”. El patrullero responde: “Mire, señorita, esto aquí (señala los objetos) es porte de artefacto con intención de consumo de sustancias ilícitas y amerita conducción a la UPJ”. Magdalena le replica: “Pero si él no tiene ni un gramo de marihuana…”. Entonces Yepes mete la cucharada: “Mire, señorita, es mejor que nos deje a mí y a mi compañero manejar el procedimiento, si no quiere que la esposemos”. Toma al joven pálido por el brazo y se alejan escoltados por el de la moto.

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Sólo hasta el epílogo entran en escena los rufianes. Son cuatro y llegan a la colina mientras los patrulleros y el UPJ se alejan. El más joven grita: “¡Suéltelo, cerdo!”. De inmediato el más rufián de todos le propina una palmada en la cabeza y lo reprende: “Eso, póngase de sapo a ver si se lo cargan a usted también por loca”. Entonces Magdalena, que estaba a punto de retomar su aro, cambia de opinión y regresa al lugar de los hechos para increparme: “Y usted ni siquiera fue capaz de abrir la boca por el chino, eso, móntese en su bicicleta y lárguese. ¡Cobarde!”. Yo sólo siento la presión que ejerce la pipa de vidrio en uno de mis zapatos y la pequeña bolsa que se aprieta entre mis bermudas y la hebilla del cinturón. Entonces, el más rufián se pone de pie para decirle a María Magdalena: “Bebé, deja el show, deja ya tanto drama”.

* Las crónicas en este espacio han sido escritas para El Espectador por estudiantes de la revista Directo Bogotá de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana.

Por Sebastián Serrano

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