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Opinión: César Álvarez, tribuno de los titiriteros

Ojalá en estos tiempos plagados de egoísmos surjan entre las nuevas generaciones de titiriteros, tribunos legítimos del oficio, como el maestro César Álvarez Escobar.

Alberto López de Mesa
05 de noviembre de 2024 - 04:55 p. m.
César Álvarez, director del Teatro de titeres La Libélula Dorada
César Álvarez, director del Teatro de titeres La Libélula Dorada
Foto: Cortesía
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Este año, cuando la Secretaría de Cultura empezó a publicitar el Festival Internacional de las artes vivas, los titiriteros bogotanos protestaron con pequeños videos puestos en sus respectivas redes sociales, porque en el listado de artes escénicas programadas no aparecía la palabra títere, se les incluía en el modo genérico “Animación de objetos”, yo mismo participé en el clip protesta que puso en Facebook el grupo El Guiño del Guiñol.

Mientras lo realizábamos pensé en César Álvarez el director del Teatro de títeres La Libélula Dorada quien como fundador y presidente de la Asociación de titiriteros de Colombia, ATICO, posicionó en la Secretaría de Cultura de Bogotá y en el Ministerio de Cultura el teatro de títeres junto a las artes capitales y sobre todo como un sector con luz propia de las artes escénicas.

César en esa época tal vez asumió a sus colegas como un movimiento artístico en favor del cual ofició como gestor cultural lo que en la práctica era usar su simpatía y su idoneidad para persuadir funcionarios con decisión sobre los presupuestos para que destinaran algo para el fomento, la cualificación o la circulación de obras del arte titiritero, esto nunca ha sido fácil porque podía toparse con cacatúas y lémures de la burocracia cultural que no se portan como servidores públicos y tratan a los artistas como contrincantes.

Como presidente de ATICO César logró que se financiarán publicaciones, talleres, encuentros, muestras de obras e incluso un rubro para el funcionamiento de la asociación. No faltaron quienes decían que él usaba esa posición para favorecer a su propio grupo, lo cual fue un infundio de envidiosos flojos, pues un día el mismo me aclaró: “mi hermano Iván me reprocha el que le dedique esfuerzo y tiempo en conseguir para el sector en vez de concentrarme en las necesidades de La Libélula Dorada”.

Vale aclarar que el comentario del gran dramaturgo y titiritero Iván Darío Álvarez corresponde a su afán, en ese momento, por fortalecer el grupo. También él es un comprometido, desde su poética y desde su postura filosófica al lado de los ácratas, es un constructor de humanismo. Los dos hermanos son ya un referente de la vanguardia titiritera de Latinoamérica.

A decir verdad, el que los artistas piensen en colectivo se ha dado en momentos históricos particulares y con el liderazgo de quienes tienen conciencia social, pues por lo general los creadores son egómanos fiados en sí mismos para surgir y más los titiriteros que por tradición, como anacoretas, en la intimidad de su taller construyen sus muñecos, al punto que hay algunos que no divulgan los mecanismos que descubren o inventan, lo ocultan cual truco secreto de prestidigitador. Son pocos y espíritu especial los que, como César Álvarez, procuran generar movimientos artísticos para lograr que su oficio se posicione en la sociedad como servicio espiritual imprescindible o para que su pensamiento y su estética de alguna manera incida en el devenir humanista de la sociedad.

El arquetipo del titiritero introspecto en su oficio es el Gueppeto de la novela Pinocho de Carlo Collodi: es el viejo artesano que crea su títere ideal y enajenado de conflictos sociales asume una relación paternal con su obra.

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Otro tipo de titiritero es el que recrea Katherine Paterson en su novela El Maestro de Marionetas: En Osaka, una ciudad convulsionada por la pobreza y la injusticia, el veterano titiritero Yoshida instruye al aprendiz Jiro en la técnica y la poética del títere Bunraku a la vez que le infunde sensibilidad social como ética misional del artista. Para el maestro de Marionetas no basta ser consciente sino que hay que ser consecuente, con astucia de dramaturgo permite que el rebelde perseguido por la policía se refugié en pasadizos secretos de su teatro.

Yo percibido el quehacer de César más afín a Yoshida que a Gueppeto, salvo que su incidencia es desde lo cultural: Consiguió recursos para la investigación de los títeres en Colombia que realizó con su esposa Consuelo Méndez, un aporte juicioso a la memoria del títere colombiano, desde los posibles ancestros precolombinos, valorando la juguetería de africanos y españoles como ascendientes atávicos, por cierto en ese texto me enteré de la Tarasca un muñeco de feria originario del altiplano cundiboyacense.

Otras gestiones memorables que logró César desde ATICO fueron la titiriferia en la que participaron sin discriminación los grupos bogotanos y más trascendental el taller internacional de dramaturgia para títeres, al que asistieron de varias ciudades del país directores y escritores destacados y lo impartieron magistralmente Mauricio Kartum de Argentina, Fredy Artiles de Cuba y Sonia Gonzales de Venezuela.

Esto, sin mentar lo que ha hecho por el movimiento titiritero desde la Libélula Dorada, logrando que el lenguaje titiritero fuese valorado a la par con el lenguaje actoral – tal vez no se le reconozca tal incidencia- pero lo cierto es que, en el Festival Iberoamericano de teatro, en el festival internacional de Manizales incluyen en la programación, dignamente y sin reparos, obras de títeres. Aquí, con humor, le doy el calificativo de tribuno de los titiriteros, a la usanza romana, porque ajá, por algo se llama César.

Una prueba de su altruismo y de su empeño irreductible en posicionar ante el mundo el títere colombiano, es el hecho de que mientras los festivales de titeres llevan el nombre del grupo que los organiza, todos procurando posicionar la marca, la imagen corporativa de su empresas culturales, el que creó y dirige César se llama “Festival internacional de títeres MANUELUCHO, con lo cual rescata para siempre a un personaje identificador de la titeregonía colombiana, posicionándolo a la altura de Monsieur Guignol, de Polichinela, de Karagues.

Con ese mismo tesón ha hecho del teatro sede de la Libélula Dorada un polo cultural reconocido y dignificativo para la localidad y para la ciudad, programado además de títeres, muestras de danza contemporánea, el festival de Jazz, últimamente llegan cantautores alternativos, intérpretes de nuevas ondas.

Si, algunos dirán, que le tocó diversificar la oferta porque con solo títeres no se mantiene el teatro, eso es una perogrullada de los envidiosos, pero si en realidad la estrategia fuera hacer de la sede un negocio, pues pondría a la entrada una taberna o un chuzo de comidas rápidas, que serían rentables y se jodería menos que programando obras de arte.

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No. Cuando se tiene sensibilidad social y espíritu de artista verdadero como el de César Álvarez, la trascendencia está en humanizar al público y no en el vulgar negocio. De muchas maneras el sistema económico neoliberal ha impuesto la mentalidad de negocio como una pandemia, los grupos artísticos disputan en las piñatas de las convocatorias estatales, por inercia asumen el competir como modo de la existencia, no hay tiempo para pensar en los otros, menos en el colegaje que es la competencia. Por ello resalto el que César Álvarez a la vez que sublima su ser en el arte de los títeres oficia su ética humanista.

Ojalá en estos tiempos plagados de egoísmos surjan entre las nuevas generaciones de titiriteros, tribunos legítimos del oficio, como el maestro César Álvarez Escobar.

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Clara(kua1q)05 de noviembre de 2024 - 06:15 p. m.
Excelente artículo y reconocimiento a un gran artista de las artes escénicas. ¡En hora buena!
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