El veterinario Santiago Naranjo trabaja con el Escuadrón Anticrueldad del Idpyba, que atiende denuncias por maltrato animal en Bogotá, como abandono, negligencia, sobreexplotación, abuso sexual, maltrato físico y emocional. En su cotidianidad notó un patrón: pocos relacionan la violencia contra los animales con la violencia de género o intrafamiliar. Al ver casos en los que sí había conexión buscó ahondar en el tema y en los últimos años desarrolló un estudio con la U. Nacional para respaldar lo que encontraba en su trabajo diario.
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Gracias al apoyo de la Secretaría de la Mujer, analizó una gran cantidad de casos, pero por protección de las víctimas solo expuso cinco, suficientes para validar una realidad: muchos agresores ya no solo buscan hacerles daño a las mujeres a través de sus hijos, sino que también instrumentalizan el vínculo entre la víctima y su mascota, para seguir haciendo daño. Los efectos los explica la senadora Andrea Padilla, de la siguiente forma: “Las mujeres a las que les amenazan sus mascotas son siete veces más propensas a retrasar su decisión de dejar a sus agresores”.
Los datos también validan la relación de violencia doméstica con el maltrato animal. “Un estudio de la Unidad de Análisis de Conducta del FBI halló que, de 259 casos activos por maltrato animal, el 60 % de los agresores tenían cargos por violencia de pareja”, resalta Padilla. Aunque en Colombia la proporción es diferente, también existe: según la Fiscalía, de 4.027 investigados por maltrato animal, entre enero de 2020 y abril de 2024, el 10 % enfrentaba cargos por violencia intrafamiliar. “Esto muestra cómo la violencia contra los animales y la de género están relacionadas, reflejando un patrón de abuso que trasciende especies”, insiste Padilla.
Violencias paralelas
Tradicionalmente, el rol del cuidado de los animales en el hogar está asociado a la mujer. “Ese vínculo afectivo termina siendo el vehículo del victimario para agredir. Si bien no mostraban señales de violencia directa contra ellas, terminaba ejerciéndola contra las mascotas. Ahí, las mujeres empezaron a reconocer patrones que podrían repetirse a lo largo de la relación, incluso en contra de ellas”, explica Naranjo.
Este hallazgo lo refuerza el estudio “Violencias interrelacionadas, caracterización del vínculo entre las violencias basadas en género y las violencias hacia los animales en Bogotá”, de la Secretaría de la Mujer y el Idpyba, que se hizo a partir de los registros de casos de violencia basada en género atendidos a través de programas como la Línea Púrpura, la estrategia de hospitales, las duplas de atención psicosocial y la Casa de Todas.
La entidad filtró más de 5.000 casos, en los que había animales involucrados, y aleatoriamente eligió una muestra de 1.000. Allí partieron de un dato: en el 42 % de los hogares hay al menos una mascota y el 50 % de las mujeres cuidadoras (547.846 en la ciudad) también cuida animales, dedicándoles mínimo 70 minutos diarios. Esta situación hace vulnerables a muchas, como lo evidencia uno de los testimonios incluidos en el estudio, que narra cómo un sujeto se presentó un día en la casa de los familiares de la mujer y le arrojó gasolina a ella y a su mascota.
“Si el animal es víctima de violencia, esto expone a la mujer a contextos de violencia psicológica, ya sea por el sufrimiento generado hacia el animal o porque se está normalizando la crueldad en el hogar, lo que puede propiciar una escalada de violencia contra sus miembros”. Por eso, resalta el informe que si el bienestar de las mascotas depende del cuidado de su tenedora, el bienestar de ella es requisito para garantizar el del animal. “Es por ello por lo que, en el marco de las violencias interrelacionadas, si la tenedora es víctima de violencia de género, el animal igual queda expuesto”, dice el estudio.
Dinámicas de control en el hogar y vacíos en la atención
El estudio del veterinario Santiago Naranjo también ahonda en los roles de género, en contextos de pareja, y encontró que, en las dinámicas de control de los hogares, atravesados por estructuras patriarcales, el maltrato animal resulta ser la manera de instrumentalizar a las víctimas y ejercer el dominio que se busca. “Encontramos que no se trata de dos violencias separadas, una hacia la mujer y otra hacia el animal, sino entrelazadas, que responden a la misma estructura de poder”, explica el investigador.
Finalmente, una de las situaciones que identificó la investigación y qué más genera preocupación es el hecho de que, por falta de un esquema de protección para las mujeres que incluya a sus mascotas, ha llevado a muchas a permanecer en el entorno violento, por miedo a dejar desprotegidos a sus animales, quedando en una sin salida, compartiendo techo con su agresor, así deseen lo contrario. “El vínculo afectivo se convierte en un factor que las revictimiza, porque no hay garantías institucionales para proteger a los animales durante el proceso de denuncia”, revela el estudio.
La Secretaría de la Mujer reconoce los vacíos y señala que, ante la inexistencia de protocolos específicos que aborden las violencias interrelacionadas, “los equipos de la Secretaría han recurrido a soluciones improvisadas, como la autogestión de redes de apoyo, para la protección temporal de los animales”. Por su parte, en el Idpyba, la respuesta institucional depende de la experiencia individual de los profesionales, lo que genera una atención inconsistente dada la ausencia de protocolos.
Así las cosas, ahora con el reconocimiento de la familia multiespecie, que acuñó el Tribunal Superior de Bogotá en una de sus sentencias (tras la demanda de un hombre que alegaba que, tras separarse, su expareja no le permitía ver a su perra) y los resultados de las investigaciones, que evidencian cómo la violencia de género también se ejerce a través del maltrato animal, es clara la necesidad de actualizar las estrategias de atención, para que este tipo de hechos lleguen a un punto que no se puedan controlar.
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