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El golazo de Wiesner

En noviembre presentará su alianza con las fundaciones de Juan Pablo Montoya y Ángela Patricia Janiot. OIM también apostó por el proyecto, que pasará de 270 a 700 beneficiarios.

Élber Gutiérrez Roa
04 de septiembre de 2010 - 10:00 p. m.

Andrés no cabía en sí de la felicidad cuando Faustino Asprilla aceptó. La ex estrella de la selección Colombia de fútbol, del otro lado de la línea telefónica, acababa de comprometerse a jugar en un potrero del sur de Bogotá. Prometió y cumplió. Se vistió de cortos para enfrentar a un grupo de niños sucios en un potrero de esa incómoda montaña que aparte de las desgracias de la pobreza y la violencia padeció —y sigue padeciendo— la indiferencia derivada de su posición geográfica: por estar en la frontera entre Bogotá y Soacha, el Distrito argumentaba que su problemática era responsabilidad del municipio cundinamarqués y éste se la achacaba a la capital.

Con el “Tino” llegaron otros ex futbolistas profesionales (Lucas Jaramillo entre ellos) y jugadores frustrados como Andrés, el muchacho de camiseta y bluyín que convidó a Asprilla por teléfono. Cuarenta jóvenes del sector estrenaron uniformes y se tomaron fotografías con ellos al cabo de una jornada que terminó con mil versiones de la misma pregunta: “¿Cuándo vuelven?”. En el reino del olvido todos temen que los momentos gratos sean efímeros e irrepetibles.

El que no sale de allá es Andrés. Wiesner, como le dicen quienes prefieren llamarlo por su apellido. Quedó enamorado de la zona desde 2004, cuando viajó como periodista para reportar sobre el desplazamiento forzado, tragedia humanitaria que tiene allí su versión más dolorosa en Colombia, sólo superada en número por la que padecen los chocoanos. Desnutrición, abandono, violencia intrafamiliar, pandillas, reclutamiento forzado. No pudo ver más tragedias porque todas conducían a una sola —muerte— y ésta a su vez las reproducía sin parar.

Los dos primeros amigos que hizo en la zona, ambos menores de once años, perdieron la vida por física  hambre, encerrados en el cuarto en que su madre los dejó un día que salió a trabajar y no volvió. Otra niña tuvo que huir al comprobar que estaba en las listas de la muerte que los grupos ilegales repartían cada temporada. Los echaron de menos en el partido con Asprilla. Están entre las 847 vidas perdidas durante el último quinquenio de un sector fundado hace 20 años por desmovilizados del M-19 y que hoy alberga a unos 90.000 habitantes.

Andrés ya había probado con el fútbol en busca de un cupo como jugador de Santa Fe, pero no tuvo la suerte de su padre, Alfonso Wiesner, quien fue volante de ese club entre 1954 y 1956, temporadas en las que jugó 42 partidos al lado de famosos como Efraín “El Caimán” Sánchez. También había intentado con el derecho en la U. Javeriana y no pasó de primer semestre. Incluso tuvo un paso por la política como edil de la localidad de Chapinero en representación de “Por la Bogotá que todos queremos”, el movimiento del ex alcalde Enrique Peñalosa. Cumplido su período, que iba de 2000 a 2003, se decidió por la comunicación social, que terminó llevándolo a Cazucá como reportero de Conexión Colombia.

Como Wiesner sólo pensaba en fútbol y temas sociales, un día de sexto semestre se le ocurrió que la mejor forma de resolver su tarea de “comunicación para el desarrollo” era fusionar las dos pasiones. Cuando la docente María Fernanda Peña le encargó un proyecto para crear una fundación, empacó sus guayos y se fue para Cazucá. Convenció a Asprilla e hizo una fiesta para recolectar fondos con los cuales les compró uniformes a los 40 niños y adolescentes que aceptaron su invitación. Jugó, recibió loas de su maestra y terminó gestando una de las fundaciones de ayuda social más importantes del país.

Su premisa era la misma que pregonan los asesores de seguridad de las grandes capitales, desbordadas hoy por la violencia urbana. El exceso de tiempo libre hace que los jóvenes de las zonas deprimidas sean más vulnerables ante problemáticas como el reclutamiento forzado, la drogadicción y el alcoholismo. La diferencia está en que Wiesner canalizó su ayuda a través del deporte, masticando sus palabras con lentitud y sin afán: “Yo fomento valores con un balón”.

El proyecto creció. De escuela de fútbol para 40 niños pasó a fundación con capacidad para 270 y ya no se mantiene a punta de fiestas con famosos organizadas en el Parque de la 93. Cuenta con el respaldo de la empresa privada, entes multilaterales como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y los gobiernos nacional y de Soacha.

Fue así como logró el flujo de caja para montar una sede propia que da empleo a 15 personas —todas de Cazucá— y brinda talleres de literatura, cine, fotografía, asistencia psicosocial y hasta refuerzo escolar. El bus que alquilaba para llevarlos a conocer la Plaza de Bolívar o el estadio El Campín dio paso a uno que les acaba de donar Nissan. El ofertazo de ropa usada (que recogía entre sus amigos y vendía a $200 y $500 en la misma zona) continúa, pero también tiene alianzas con “Aprende PC” para poner computadores en sus instalaciones.

Más aún, cuenta con otra sede en Cartagena, en las faldas del cerro de La Popa, al que también llegó a documentar sobre la situación social, esta vez para los especiales de Pirry, del canal RCN. Allí la OIM le financió una panadería en la que trabajan 200 personas, muchas desvinculadas de un temido grupo delincuencial.

¿Qué viene ahora? Crecer más. La Fundación de Wiesner se unirá con Colombianitos, la de la periodista Ángela Patricia Janiot, conductora de CNN, y con Fórmula Sonrisas, del automovilista Juan Pablo Montoya. También recibirá un nuevo apoyo de la OIM para poner servicio de internet a toda la comunidad de Cazucá. A cambio deberá ampliar la cobertura de su proyecto, que podría llegar a unas 700 personas.

El potrero en el que estuvo Asprilla (y luego Óscar Córdoba y luego el “Gato” Pérez y muchos actores y actrices) tiene ahora una cancha profesional estrenada la semana pasada, exactamente a los cuatro años del primer partido que Wiesner hizo en la zona. Se invirtieron $700 millones y en noviembre tendrá listas las graderías y los camerinos. Para hacer deporte, para seguir metiéndole goles a la violencia.

La alianza con Juan Pablo Montoya

El crecimiento de la Fundación Tiempo de Juego, la ampliación de sus servicios, su mayor cobertura en Soacha y la posibilidad de extenderse a otras regiones hicieron que Andrés Wiesner pensara en convertirla en una fundación de segundo piso, que tendrá como operador a la Fundación Arcángeles. Él presidirá la junta ejecutiva y buscan director operativo.

Paralelo a este proceso está el de la asociación con las otras tres grandes fundaciones que promueven asistencia social a través del fútbol: Colombianitos, de la periodista Ángela Patricia Janiot, conductora de CNN; Fórmula Sonrisas, del automovilista Juan Pablo Montoya; y Fútbol con Corazón, del empresario Samuel Azout. En noviembre harán un torneo de fútbol por la paz, con Montoya como invitado especial.

Entre periodista y líder social

Las principales vivencias de Andrés Wiesner en el cerro de La Popa y Cazucá han sido documentadas en los reportajes televisivos que él mismo realiza y le han valido reconocimientos de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), fundada por Gabriel García Márquez, entre otras. En alguno narra el viaje a Argentina de dos muchachos de Cazucá a los que logró patrocinar para jugar un torneo de barrio. En otro hizo seguimiento a la vida de una pandilla de la misma zona, la muerte de uno de los amigos que consiguió allá, el estado de coma en que quedó otro, la ida a prisión de dos más.

Cada uno de estos momentos ha tenido meses de dedicación, frustración, padecimientos por amenazas y hasta conflictos profesionales por “traspasar la línea entre el periodismo y el trabajo de la fundación”.

Por Élber Gutiérrez Roa

 

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