El hombre que vio a todos los cantantes

Cuando por ley los artistas que llegaban a la ciudad debían presentarse en la Media Torta, Vicente Fernández tuvo que huir en horas de una madrugada. Se había quedado sin voz. Lo reemplazó una chiquilina costeña llamada Shakira.

Fernando Araújo Vélez
25 de julio de 2008 - 09:50 p. m.


Su última canción derivó en histeria. Sandro se había desbordado en gritos, brincos, canciones y locura. Sudaba, más allá del frío de aquella mañana de domingo de comienzos de 1983. Se lo notaba agitado, pero aún así o porque estaba agitado, hizo una pausa. Respiró. Sonrió. Le pidió un pucho a uno de sus músicos y lo aspiró dos o tres veces. “El cigarro acabó por dejarlo al borde de la tumba”, diría más de 20 años después su compañero de viejas andanzas sobre escenarios y teatros, Elio Roca.

Entonces cerró los ojos. Dejó que un melancólico acorde de guitarra lo sumiera en la tristeza, el drama, la angustia y el dolor. Inmóvil, comenzó a cantar: “Tan sólo queda aquí, el viejo maniquí donde probabas tú, la seda y el chiffón que llamó la atención de todo aquel que vio tu cuerpo de princesa…”.

“Tal vez esa fue la escena más espectacular que vi sobre el escenario de la Media Torta”, recordaba ayer en la tarde Eduardo Corredor, el hombre que presentó a Sandro aquella mañana en este teatro al aire libre. “Y lo digo después de haber visto a cientos de artistas de todos los colores y pelajes desde que comencé a ser el presentador de la Media Torta, por allá en el año de 1982”. Sandro se desesperó en la mitad de su canción. Lloró. Se rasgó las vestiduras.

Cayó de hinojos ante el público o ante el fantasma de su amada, que en últimas, parecían la misma persona, y quebrado, continuó: “Te di mi sangre, mis caricias, mis palabras, mas tú creíste que eras reina, que yo tu esclavo debía darte todo y así,  y así te di mi amor, y me anulaste, y te regalé todo, te di mi sangre mis sentidos mis caricias y tú todo lo tomaste…”.

“Y a pesar de su pasión, siempre fue un tipo sereno, muy amable, sin ínfulas de nada”, evocó Corredor, con pausas y sonrisas, como si hubiera vuelto a vivir al hablar de  aquellos tiempos. Recordó que Sandro casi no podía dar un paso sin prender un “pucho”, como les decía a los cigarrillos, y contó que en los últimos años, cuando estuvo en coma, sus miles de fans armaron carpas frente a su habitación de hospital en Buenos Aires para seguir minuto a minuto su evolución.

Habló del pánico que sintió un año más tarde, cuando fue viendo llegar a los estudiantes de la Universidad Nacional con pancartas, gritos, protestas y un coro que decía “el pueblo con Silvio jamás será vencido”. “Fue el momento más dramático


que sentí allí, un instante que evidenció, además, que el público de la media torta no sólo es muy culto por haber visto ballets clásicos como Cascanueces, ópera y jazz, obras de Brahms y Schubert, sino que es y ha sido sumamente diverso. Si cantaba Silvio Rodríguez, bien, pero si el invitado era Óscar Agudelo, también se llenaban las gradas”.

Silvio Rodríguez comprendió que cualquier arenga, cualquier tipo de discurso revolucionario podría haber desembocado en una revuelta. Cantó “Una mujer se ha perdido, conoce el delirio y el polvo... “. Cantó “La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes...”.

Cuando le pidieron Ojalá murmuró que tal vez no la recordaba bien, pero igual lo intentó, rasgando la guitarra en vez de deshacerse en acordes, y dejando que el público completara  lo que él ya había olvidado, como “ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta...”. No hubo disturbios esa mañana. Los rebeldes se marcharon con sus banderas en alto mientras cantaban una y mil veces “Debo partirme en dos, debo partirme en dos”.

 Corredor fue testigo de miles de sucesos. Conoció a los más importantes artistas latinoamericanos, pero también a personajes de novela que iban todos los domingos a la Media Torta. Se sorprendió cuando Raphael detuvo uno de sus ensayos porque había aparecido una mujer, “y una mujer, sólo una mujer, puede desconcentrar a mis músicos y transformar en fracaso un recital”, decía. Se sintió parte de una película de suspenso cuando supo que Armín Torres, el empresario que había contratado a Vicente Fernández, lo sacó del país a escondidas una madrugada para que no tuviera que cumplir con el decreto 966 del Congreso, que les exigía a todos los cantantes, artistas, bailarines y demás presentarse en la Media Torta.

“Fernández se había quedado sin voz, no era asunto de eludir la ley, y fue reemplazado, qué ironía, por una chiquilina desconocida y muy costeña que se hacía llamar, simplemente, Shakira”. Se le aguaron los ojos con Rocío Durcal, sobre todo cuando las noticias informaron que había fallecido, y soñó con volver a ver algún día la Plaza de Bolívar repleta hasta sus calles aledañas como aquella mañana en la que Julio Iglesias bajó al Palacio Liévano en un helicóptero y cantó sus canciones de siempre, El amor, Gwendoline, A quién.

Hoy, Corredor estará de nuevo en el centro de un escenario que ya es su vida. Con un micrófono en la mano y una sonrisa a medias recordará que la Media Torta fue una idea original de Jorge Eliécer Gaitán, pues él deseaba que el pueblo tuviera cultura gratis. Contará anécdotas, historias; hablará de alcaldes anteriores y políticos, hará énfasis en que por la Media Torta surgieron Rock al Parque, y Jazz al Parque y todos los festivales de la ciudad. Tal vez cierre los ojos para pensar, aunque sea por un segundo, que él también es la historia de ese teatro.

Por Fernando Araújo Vélez

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