El hospital Simón Bolívar de Bogotá tiene un "osito" que cura

Hace 35 años, el médico Germán Darío Bernal fundó la unidad de quemados pediátricos del Hospital Simón Bolívar, un espacio para los menores, apto para la investigación y para hallar curas alternativas, y centro de formación de sus residentes.

Mónica Rivera Rueda
26 de junio de 2017 - 02:00 a. m.
Mauricio Alvarado
Mauricio Alvarado

Todas las mañanas, el médico Germán Darío Bernal Romero llega a la unidad de quemados de la subred norte Simón Bolívar, en Bogotá, para dedicar su atención a los niños que están bajo su cuidado. Entre las 7:00 y 7:15 de la mañana, el doctor, más conocido entre los pacientes y los trabajadores del centro asistencial como “Osito”, se pone su bata blanca y, con maletín en mano, empieza su aventura diaria: revisar a sus pequeños pacientes, escribir las historias médicas, asistir a las curaciones, ver a los padres para hablar de la evolución de sus hijos y, finalmente, hacia las 10:00 a.m., sentarse con sus residentes para hablar de lo que les ha puesto a leer y enseñarles “a ver más allá de sus cinco dedos”, asegura.

Este es un trabajo que viene realizando desde hace 35 años, desde que el médico Cristóbal Sastoque, uno de los profesores que le dieron clase en su especialización en pediatría, le envió un telegrama a San José del Guaviare pidiéndole que hiciera parte de su nuevo reto: crear la unidad de quemados del hospital Simón Bolívar. A él no le bastó con eso. Quiso hacer un hogar para los menores y un espacio de investigación en el que pudiera implementar otras formas de sanación entre sus pacientes.

Su historia comenzó en 1949. Aprendió a caminar a los ocho meses, pero pronto lo dejó de hacer. Ante la inactividad hubo un dictamen: tenía polio. La vacuna apareció cuando cumplió cuatro años, pero fue afortunado, pues la enfermedad sólo le afectó la pierna izquierda hasta la rodilla, por lo que toda la vida ha cojeado. “Franklin Delano Roosevelt también tuvo polio, pero a él sí le tocaba andar en silla de ruedas”, dice el médico entre risas.

En el colegió comenzó a interesarse por la medicina. En su familia materna tenía de ejemplo a varios galenos. Recuerda que los días en que lo llevaban a actividades lúdicas en la Universidad Nacional, sus compañeros se subían a las ventanas del anfiteatro para ver a los muertos. Bernal nunca lo hizo, porque tenía claro que iba a estudiar en esa facultad para ser médico.

Y así fue. Se graduó de la Universidad Nacional, en Bogotá; hizo su rural en San José del Guaviare y vivió allá, en una primera etapa, por dos años. “Era una época de colonización”, dice al negar que en ese momento fuera zona de influencia guerrillera. Trabajó para el centro de salud El Retorno, donde había sólo un cuarto para el médico. A los seis meses los habitantes le hicieron una casa, hecho definitivo que lo hizo quedarse más tiempo en el municipio.

Bernal recuerda que en su primera Navidad “me regalaron una camionada de juguetes en Bogotá, por lo que me tocó contratar un transporte para llevarlos hasta el aeropuerto y de ahí hasta el pueblo. La pasé muy feliz. En total estuve seis años, hasta que me dio la ventolera de especializarme en pediatría”.

El primer año de la especialización, cuando trabajaba en el hospital de la Misericordia de Bogotá, se prometió que nunca iba a laborar con quemados porque tenían un olor particular. En el tercer año lo mandaron para esa área y todo tuvo que cambiar. “Me di cuenta de que los quemados son interesantes. Entonces comencé a buscar qué les generaba ese olor y encontré algunas soluciones para contrarrestarlo”, dijo Bernal.

Su interés en curas nuevas lo ha llevado a enamorarse de la investigación. Todas las tardes llega a su casa a almorzar y, luego de tomar una siesta, se sienta en su computador a leer estudios internacionales para adelantar sus investigaciones sobre medicina. Ahora trabaja buscando la causa de que los pacientes con contusiones médicas mueran. Asegura que luego de eso deberá hacer un manual de protocolo, porque muchos médicos hoy no ven más allá de los métodos que les hacen aprender de memoria en la universidad.

“En el San Juan de Dios nos acostumbramos a preguntarle al paciente qué le pasa, no cuál EPS tiene”, dice Bernal al considerar que muchos galenos se preocupan más por el beneficio propio que por el bienestar de sus pacientes. Se cuestiona cómo un médico puede dedicarse a recetar acetaminofén cuando ni siquiera sabe cómo actúa en el cuerpo para quitar el dolor. Por esto mismo, tiene la costumbre de hacerles muchas preguntas a los residentes que hacen prácticas junto a él. “Admiro profundamente a Sócrates y aplico su mayéutica, porque a través de las preguntas y las respuestas mis residentes encuentran el conocimiento, encienden las neuronas y comienzan a entender cómo funcionan las cosas”.

Es más que feliz en la unidad de quemados que ayudó a crear. Se pensionó hace cinco años, pero sólo estuvo un mes y medio fuera del hospital: “Me pregunté qué hacía en la casa y volví, porque mis niños me necesitaban”. El nombre de Osito se debe a lo cariñoso que es con sus pacientes. A ellos les dice sapitos.

A diario los amenaza con que si se portan mal los llevará al cuarto de los monstruos y cuando ellos preguntan cuál es, no duda en decir que es el vestier de las enfermeras, a las que denomina brujas.

Muchos de sus pequeños pacientes se sienten como en su casa dentro del hospital. Bernal asegura que se debe a que, en medio del dolor, los que trabajan en la unidad son una familia a la que no quiere dejar. “Empecé esta aventura hace 35 años y voy a estar hasta cuando pueda. No sé, pero creo que moriré allá”.

Por Mónica Rivera Rueda

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