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En Bogotá preocupa la violencia contra la mujer

La investigadora, Mercedes Hernández, invitada a los Diálogos de Alto Nivel de Río+20 da algunas puntadas para repensar la desigualdad urbana que enfrentan las mujeres que viven en la capital.

Natalia Herrera Durán
12 de agosto de 2014 - 04:47 p. m.

Mercedes Hernández es feminista e investigadora de violencia sexual y feminicidio. Ha participado en comisiones de denuncia e investigación de esta violencia tan recurrente en Colombia. Conoce los testimonios crudos de cómo se ha dado este flagelo en el país y en otros conflictos armados de Asia, África, y Europa. Actualmente vive en España, es secretaria general del Lobbie Europeo de Mujeres Migrantes (LOBBIEMM) y preside la Asociación de Mujeres de Guatemala AMG. Hernández está en Bogotá y es una de las expertas que llegaron invitada a los Diálogos de Alto Nivel de Naciones Unidas Río+20 que terminan este martes.

Vino para contarles a los bogotanos sin distinción de género, entre otros temas, porqué Bogotá, al igual que muchas ciudades del mundo, refleja la segregación y desigualdad de las mujeres, y cómo esta violencia no podrá acabarse sin una voluntad real de los gobiernos locales y nacionales, traducida en mayores presupuestos para políticas de justicia, respeto y promoción de estos derechos. Los interesados podrán escucharla en la conferencia de entrada libre que se realizará este 12 de agosto, a partir de las 10:30 a.m., en la Plaza de los Artesanos (Pabellón 2. Carrera 60 # 63ª-52). En diálogo con El Espectador dio algunas puntadas de su perspectiva.

¿Cómo analiza la segregación y la desigualdad urbana?

La segregación y la desigualdad urbana son reflejo de otras segregaciones y desigualdades sociales y culturales. Las ciudades develan esas verdades. Es muy diciente, por ejemplo, la segregación por motivos de género, la violencia contra las mujeres en las ciudades las ha apartado del espacio público, las ha recluido a espacios privados donde no tienen oportunidad de participar en el mundo democrático, de esa vida ciudadana.

¿Cómo ve a Bogotá en ese sentido?

Bogotá está inmersa en esta problemática, que tampoco es ajena a todas las ciudades del mundo. La violencia contra las mujeres en la ciudad es mundial, ya lo dijo la declaración del Concejo Académico de Naciones Unidas, en Viena en 2012. Por supuesto que Bogotá no está por fuera de esto y tiene preocupantes indicadores, aquí una mujer es asesinada cada 3 días. Esa es una cifra altísima y encabeza junto con otros países las tasas más altas en el mundo. Por eso la preocupación por este tema no debe ser poca. No basta, eso sí, con que haya cada vez más expertas en el tema, se trata también de que toda la sociedad se involucre.

¿Cómo ve la Alcaldía de Gustavo Petro en este tema?

Me parece que esta administración ha visibilizado la violencia contra la mujer en la ciudad, no la ha ocultado, está en la agenda y en el debate y hay cambios, materializados, por ejemplo, con la creación de la Secretaría Distrital de la Mujer y el trabajo que hacen en lo local. También encuentro mayor interés en apropiarse del tema y movilizarse por parte de la opinión ciudadana, como ocurrió con Rosa Elvira Celis, para decir que la violencia contra la mujer no está admitida, que no se trata de un mal inevitable, que no importa que una mujer esté de noche, en espacios públicos, y que eso nunca puede justificar que alguien atente contra su vida o su cuerpo. De todas formas, todos los días la ciudadanía de las mujeres se ve amenazada por diversas violencias, esto a pesar de que hay una gran demanda por ocupar espacios públicos, las universidades están llenas de mujeres, los sitios de trabajo, etc.

¿Qué piensa de los vagones exclusivos para mujeres en Transmilenio, como estrategia del Distrito contra el abuso sexual en este servicio público de transporte?

Entiendo que no es una medida exclusiva, es un servicio optativo que reconoce que hay una problemática. Ahora el problema no se va a resolver con eso, es mucho más estructural, por eso lo veo como una salida paliativa, porque una verdadera salida es educativa y sólo verá sus efectos a largo plazo si la política estatal así lo garantiza. Es una pequeña cura local para una violencia extendida que necesita respuestas más profundas.

¿Qué elementos indican que una ciudad segrega y es desigual con sus mujeres?

Son muchos. El hecho de que una mujer tenga que pensar cómo salir de su casa vestida, porque socialmente no se admite la libre expresión, y puede exponerse a una agresión, es una muestra de ello. La ciudad tampoco permite que una mujer transite sola por las noches sin ser agredida por ciertos lugares. El ocio de noche, por ejemplo, como espacio simbólico, es intransitable para las mujeres. Asimismo, los espacios deportivos son normalmente pensados para hombres. Otro indicador, sin duda, es la representación que tienen en los gobiernos locales, si ellas no están representadas en la vida política no hay voz, se da la idea de que no pueden ser autoridades.

¿Cómo ve la relación conflicto armado y feminicidio en la ciudad?

Tiene mucha relación, la violación dentro de conflictos armados es un arma de guerra y en los espacios de ciudad, como en lo rural, es de permanentemente disputa de territorio. El cuerpo de la mujer se convierte en otro territorio por conquistar, por ejemplo, por las bandas que delinquen en muchos sectores marginales. Cuando frente a estas agresiones el Estado no hace nada y la impunidad es tan grande se les está diciendo a los hombres que esa violencia está permitida. Eso no puede suceder.

Ahora que todos hablan de posconflicto, ¿cuál es el reto que tiene Bogotá con sus mujeres en ese sentido?

Va ser muy importante que en ese eventual posconflicto se protejan los derechos de las mujeres más que nunca o como siempre debe ser. Sobre todo porque muchos de los combatientes que se reinsertarán en la vida civil han sido adiestrados en esa violencia como un mecanismo útil de destrucción del tejido sexual. Eso lo aprendieron bien. Tanto en tiempos de paz como de guerra el cuerpo de la mujer ha sido un receptáculo de la guerra y eso debe cambiar. El Estado no puede renunciar a proteger a sus habitantes, menos de las mujeres que son como en la mayoría de países latinoamericanos más de la mitad de la población.

¿Cómo garantizar que esto no se quede en el discurso?

La única forma es adjudicando para este fin una buena cantidad de presupuesto que empiece a combatir esta realidad de violencia contra las mujeres en la ciudad que viene de muchos años atrás. El panorama ha cambiado, los temas están en la agenda pública pero la realidad no es nada alentadora aún. Hay que elevar esos presupuestos para ver cambios verdaderos. Otra forma de violencia a las mujeres es no asignar este presupuesto con respecto a las proporciones del problema.

 

Por Natalia Herrera Durán

 

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