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Gimnasios al aire libre: templos de actividad física y apropiación del espacio

La reciente inauguración de un gimnasio totalmente equipado debajo del puente de la Av. Boyacá con Calle 127 levantó la curiosidad y el escepticismo de vecinos y ciudadanos que acercaron a probarlo. Desde su apertura, un grupo de deportistas calisténicos han llamado la atención por su cuidado y uso del lugar.

Miguel Ángel Vivas Tróchez

08 de diciembre de 2025 - 07:00 p. m.
El gimnasio bajo el puente de la Boyacá se construyó en la fase final de la obra principal, como parte del modelo del IDU que integra deporte, seguridad e infraestructura.
Foto: Gustavo Torrijos
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Al ruido de la carga pesada de las obras aledañas, los carros deambulando con prisa hacia el norte y el eco urbano inconfundible de la ciudad, se sumó el del trajín de los fierros del nuevo gimnasio al aire libre de Bogotá, debajo del puente de la avenida Boyacá con calle 127. Pesas de todos los tamaños, barras, máquinas para trabajar casi cualquier fracción del cuerpo y la ventaja de contar con el impulso sereno del viento y del sol capitalino son los insumos que encuentran quienes se acercan a ejercitarse.

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Es la primera vez que un gimnasio tan completo de este tipo se abre en la ciudad, con todos los accesorios, en una buena zona y, sobre todo, gratis. Su instalación hace parte de una campaña del Distrito para revitalizar el espacio público debajo de los puentes vehiculares, lugares que a veces funcionaban como verdaderas cuevas del miedo por los robos, consumo de sustancias y habitabilidad de calle. De momento, al menos debajo de este puente, los vecinos hablan de tranquilidad y de esa calma particular que se siente cuando hay deportistas moviendo el entorno durante todo el día. Ellos son los compañeros de los transeúntes.

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Ese ambiente es el que atrapó a quienes hoy lo usan como segundo hogar. Aquí llegan principiantes con ganas de empezar desde cero, aficionados que buscan medir su fuerza y atletas que convierten el entrenamiento en una expresión artística. Entre estos últimos está Olympus, un colectivo de jóvenes que practica calistenia con la devoción con la que los atenienses, siglos atrás, acudían al mismo templo del cuidado físico. Para ellos, las barras son puntos de despegue. Suben con una precisión que parece coreografía, saltan entre estructuras, giran en el aire, se sostienen con las yemas de los dedos sobre agarres diminutos. Lo que hacen no es solo fuerza: es control, concentración, un baile sin música. Desde la inauguración de este gimnasio, aunque también con presencia en otros habilitados en la ciudad, estos maestros de la disciplina y el control del cuerpo, demuestran porque no es cierto que este recinto vaya a ser vandalizado y desvalijado, como lo vaticinan las voces más escépticas.

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Culto al ejercicio

El líder del grupo, Aníbal Alberto González, conocido simplemente como “Coach”, lleva dos décadas entrenando y casi la mitad enseñando en parques públicos. Habla de este gimnasio como quien habla de un viejo sueño. “Estamos contentos con la alcaldía porque estos espacios hacen que la gente entienda la calistenia. Es para todos: niños, adultos mayores, quien quiera intentarlo”, dice. Para él, el deporte fue un punto de quiebre. Lo repite sin cansancio, mientras calma la respiración después de un circuito de barras y mortales en el aire. “El cuerpo cambia con el ejercicio, sí, pero lo que de verdad cambia es la mentalidad. Ver a mis pupilos llegar a mi nivel, o superarlo, me llena de orgullo”. Los demás jóvenes del grupo lo ven como una inspiración, y no dudan en pedirle consejos al momento de saltar al pequeño abismo del concreto en el gimnasio.

Entre quienes hacen parte de ese renacer del espacio público en forma de gimnasio aparece Ángela Villabona, entrenadora deportiva y levantadora olímpica. Llegó en bicicleta, vio las obras desde antes de su inauguración y se quedó. Explica que este parque se diferencia por su nivel de complejidad. “Aquí no solo hay barras, también máquinas reales de musculación que permiten trabajar el cuerpo completo. Cada estación tiene un código QR para aprender a usarla sin improvisaciones”, cuenta entusiasmada. Ángela insiste en la importancia del calentamiento, de empezar con cargas bajas, de moverse con conciencia. Habla con exactitud técnica y con la convicción de quien siente que el deporte le dio un giro completo a la vida. “Cuando el cuerpo se vuelve fuerte, la mente es indestructible”, dice. Y añade algo que intenta transmitirle a las mujeres deportistas. “Entrenar aquí también es una forma de reclamar espacio sin miedo. Nunca he tenido un problema. Las mujeres tenemos derecho a usar estos lugares y a sentirnos seguras”.

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El ambiente de camaradería se siente en cada rincón. Durante las tardes, cuando el viento golpea más frío, y los arreboles capitalinos son en el cielo raso idílico del gimnasio, los atletas de Olympus arman circuitos donde todos se ayudan. Juan Camilo Gómez, uno de los representantes del grupo, dice que la clave está en la apropiación. “Este es nuestro templo. Y cuando un lugar se llena de gente, cambia”, afirma, mientras instala sus juguetes, pequeños agarres de madera suspendidos por garfios en las barras del gimnasio. Colgarse de ellos, ya es una hazaña, pero pasar de uno a otro, usando el cuerpo como impulso, es solo para los más avanzados, por más “fácil” que parezca.

Infraestructura con propósito

Detrás de esa transformación hay una idea que el IDU ha repetido en los últimos meses: construir infraestructura que sirva para algo más que mover carros. Una visión donde cada obra se piensa como un espacio vivo, no como una simple estructura de paso. Los gimnasios al aire libre encajan en esa lógica. Se instalan en zonas que antes estaban desaprovechadas —bajopuentes, andenes amplios, sectores grises— y se diseñan para que la actividad física se convierta en una herramienta de convivencia, seguridad y bienestar. Cuando un espacio atrae movimiento, deja de ser un vacío urbano.

En esta apuesta el IDU le informó a este diario que ha levantado gimnasios en tres obras nuevas: la avenida La Sirena, la avenida Mutis y la avenida El Rincón.
Foto: Gustavo Torrijos

En esta apuesta, el IDU le informó a este diario que ha levantado gimnasios en tres obras nuevas: la avenida La Sirena, la avenida Mutis y la avenida El Rincón. Cada uno tiene un carácter distinto. En Mutis hay 17 máquinas de fuerza y movilidad, además de siete puntos biosaludables adicionales. En La Sirena, un módulo compacto de barras y anillas funciona como pista para quienes entrenan con el peso corporal. En El Rincón, bajo los puentes, se instaló un gimnasio con ocho barras de calistenia y diecinueve máquinas complementarias, además de bicicleteros y mesas para la comunidad.

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Todo suma más de 90 máquinas de uso libre. Las piezas están fabricadas en materiales reforzados, capaces de resistir el clima, el uso constante y los intentos de vandalismo. Asimismo, se instalan en la fase final de las obras principales y, una vez terminadas, la administración local y la comunidad se encargan de mantener su vida activa. Peor este esfuerzo sería en vano, sin la participación de todos. La ciudadanía tiene un papel esencial, que es el de usar los equipos con cuidado, mantener el entorno limpio y apropiarse del espacio. Solo así estos lugares pueden mantenerse seguros y abiertos.

El IDU describe todo esto como infraestructura con propósito: obras que no se quedan en el cemento, sino que modifican la relación entre la gente y la ciudad. Columnas verdes, murales, corredores sostenibles y gimnasios donde antes no había nada. No se trata solo de construir un puente o ampliar una avenida, sino de crear lugares donde la ciudad respire mejor.

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Hace unas semanas, cuando el gimnasio llevaba apenas tres días abierto, el alcalde Carlos Fernando Galán y el director del IDU, Orlando Molano, se acercaron a conocerlo. No se quedaron en la visita institucional. Se colgaron de las barras, hicieron un par de movimientos y se rieron con los deportistas. La escena allende un acto político más, es la fiel confirmación de que el ejercicio está al alcance de todos, de cualquier edad, y transforma cualquier voluntad.

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Por Miguel Ángel Vivas Tróchez

Periodista egresado de la Universidad Externado de Colombia interesado en Economía, política y coyuntura internacional.juvenalurbino97 mvivas@elespectador.com
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