Vivimos en una sociedad intolerante, en la que un solo segundo de exaltación puede costar una vida, como lo demuestran las tres tragedias de la última semana, que llenaron de luto a la ciudad. Las riñas se han convertido en un complejo problema que en 2025 ha cobrado 242 vidas en Bogotá.
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El caso más mediático fue el de Jaime Moreno, un estudiante de 20 años asesinado a golpes a la salida de un bar. Sus agresores decidieron golpearlo hasta dejarlo inconsciente. Cuando la exaltación se disipó, varias familias —la de la víctima y los detenidos— quedaron destrozadas.
En Engativá, a Leonebar Abril Puentes lo asesinaron tras un altercado entre conductores. La disputa empezó cuando uno le cerró el paso al otro, lo que desató un relicario de insultos y escaló cuando ambos desenfundaron sus armas. Un disparo transformó una tarde cualquiera en tragedia. En San Andresito de San José, en la madrugada del jueves, dos vigilantes de un parqueadero improvisado en la calle resolvieron sus diferencias con cuchillos, y uno no sobrevivió. Tres hechos distintos, un solo patrón: la incapacidad de reflexionar un segundo antes.
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La ciudad del impulso
Según la Secretaría de Seguridad y la Policía de Bogotá, cuatro de cada 10 homicidios comienzan con una riña. No son ajustes de cuentas ni crímenes organizados, sino discusiones cotidianas que se salen de control. En promedio, cada 26 horas muere alguien en Bogotá bajo esas circunstancias y el 82 % ocurre en vía pública. Como dato adicional, la mayoría los fines de semana.
La capital vive con el pulso acelerado. En una noche la Policía puede recibir 1.800 llamadas por incidentes de convivencia, de las cuales 300 están relacionadas con riñas. A la fecha se han reportado 15.259 casos de lesiones personales. Y el problema no es solo de adultos: el Concejo reporta 2.260 casos de peleas en los colegios.
Sofía Aldana, psicóloga de infancia, que ha trabajado en colegios públicos y privados, describe con preocupación el incremento de la violencia para dirimir los conflictos entre los más jóvenes. “Es como si las peleas fueran un escenario de prueba. A veces es algo más social y simbólico que de manejo de emociones, aunque es importante también gestionar este punto”, señala.
Los expertos apuntan hacia una Bogotá estresada, en la que los jóvenes solo repiten los patrones vistos en los adultos. “La ciudad está emocionalmente saturada”, advierte el coronel (r) Luis Carlos Cervantes, coordinador del libro “Factores que impactan la seguridad ciudadana en Kennedy”. “No es solo intolerancia: hay frustración, precariedad y falta de redes comunitarias. Lo que explota en una esquina empezó mucho antes, en una vida sin espacio para tramitar la rabia”.
Las emociones como detonante
Los estudios de convivencia apuntan a que el detonante es una emoción desbordada. El alcohol, las sustancias psicoactivas y las tensiones económicas funcionan como catalizadores de una violencia que, en apariencia, surge de la nada. La psicóloga Diana López lo resume con crudeza: “Hemos perdido la capacidad de contenernos. Vivimos en una ciudad que premia la reacción, no la reflexión”.
En este escenario el Distrito ha impulsado la campaña “Un segundo antes”, con un mensaje simple: un segundo puede salvar una vida. Pero los datos siguen siendo alarmantes. Las lesiones personales mantienen el comportamiento de 2024 y los homicidios por riñas no disminuyen.
El desafío del control emocional
Los especialistas coinciden: las riñas son un fenómeno social. La irritabilidad urbana es el síntoma de un malestar profundo. Las políticas públicas deben abordar el problema desde la salud mental, la educación y la prevención temprana. “El ciudadano promedio vive al límite del estrés”, afirma Cervantes. “En esas condiciones, cualquier roce puede ser el detonante”. Lo que empieza con un reclamo termina con una vida menos.
Por eso el reto no es patrullar más, sino enseñar a reaccionar menos. Una Bogotá más segura no será la que más policía, sino la que aprenda a escuchar, a respirar antes de actuar. Las campañas de convivencia lo dicen con claridad, pero la ciudad no lo interioriza: Detenerse “un segundo antes” no es solo un lema, puede significar la diferencia entre discutir y matar o dialogar y resolver.
Porque al final, detrás de cada riña hay un reflejo de lo que somos: una ciudad que reacciona sin pensar, que acumula frustraciones y las descarga en el primer desconocido. Aprender a contenerse puede ser el mayor acto de seguridad ciudadana que Bogotá logre en mucho tiempo.
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