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La minga libertadora

La marcha indígena, que comenzó hace 43 días en el Cauca, llegó el viernes hasta la Plaza de Bolívar. Cerca de 10 mil integrantes de varias ONG y estudiantes se le unieron. Los aborígenes estarán en la capital hasta el próximo domingo.

Carolina Gutiérrez Torres
21 de noviembre de 2008 - 09:50 p. m.

Minutos después de las 11:00 a.m. de ayer el silencio  se rompió. Los más de 10 mil indígenas que comenzaron su recorrido hacia la capital, 43 días atrás, estaban acompañados de estudiantes, monjas, jubilados, músicos... de cientos y cientos de personas que se unieron a la “gran minga de resistencia”, como bautizaron, por unanimidad, la enorme movilización que se extendió ayer por la calle 26 hasta llegar a la Plaza de Bolívar.

Se rompió el silencio que siempre acompañó el recorrido de los indígenas hasta Bogotá, según dicen ellos, porque prefieren no decir una palabra mientras dan un paso, y en cambio, sí retumbar sus tambores y sus flautas y sus quenas. Ayer, las voces de sus acompañantes retumbaron durante todo el recorrido, y ellos, tímidos al principio y luego con toda la propiedad, repetían las arengas que también defendían su causa: “La lucha es por la tierra, la lucha es por el trabajo, la lucha es para que Uribe se vaya para el carajo”, “Por la liberación de la madre tierra, presentes, presentes, presentes”.

En medio de la muchedumbre, un indígena, que llevaba una corona  tejida en piedras pequeñas y el rostro marcado con figuras rojas y negras, le intentaba explicar a una de las marchantes cuál era el motivo que los traía a Bogotá. En las pocas palabras que sabía de español, logró decirle que su resguardo, embera katío, estaba ubicado en Tierralta (Córdoba). “Estamos pidiendo que nos respeten el resguardo. El agua, las tierras, la fauna. Le estamos reclamando al Gobierno que no militaricen nuestras tierras. Es nuestro territorio y así se lo queremos hacer saber al Estado”, decía Cipriano Restrepo. En su tierra está en planes la construcción del Proyecto Sinú (conocido como Urra II), una represa que inundaría el 20% de los territorios indígenas.

Cipriano sigue la conversación al ritmo de la marcha. Para ellos, estar organizados es indispensable, no es permitido quedarse atrás. El mismo ritmo lo seguían las mujeres con los niños trenzados en el pecho o en la espalda. Algunas, incluso, bailaban con los bebés a cuestas.

La música de los indígenas se confundía con los tambores que redoblaban los integrantes del colectivo ‘Vivo Arte’. “Estamos marchando por la misma lucha que ellos. El territorio y los derechos humanos deben ser una lucha de todos por igual”, decía una de las integrantes del grupo.

Los alrededores de la calle 26 estaban colmados de personas que seguían a la minga con aplausos incansables. “Bienvenidos a Bogotá, estamos con ustedes”, repetía una y otra vez una señora que se acomodó en una esquina para ver pasar la marcha.

 Las banderas de los resguardos, de las universidades, de las Ong, se mezclaban. Lo mismo pasaba con las pancartas que llevaban en alto los marchantes. “Frente a las políticas de exterminio: resistencia y vida, U de A”. “Obama, no queremos TLC”, “Las tierras con las que negocia el Gobierno tienen dueño, y los dueños estamos aquí”. En cada frase estaba implícito el descontento de las comunidades indígenas por el incumplimiento en la entrega de tierras que el gobierno les viene prometiendo desde 2005.

 A la altura del puente de la calle 26 con la carrera séptima, cientos de personas se unieron en un aplauso y un grito de bienvenidos. Desde los edificios caían papeles blancos. Los indígenas y los otros marchantes no dejaban de sonreír. “Gracias a todos los que se unieron a la gran minga de resistencia”, decía uno de ellos a través de un parlante. “Esta es Colombia, multiétnica y multicultural”.

A su paso por la torre Colpatria muchos hicieron una pausa, una pausa pequeñita para mirar hacia arriba al enorme edificio que, según muchos de ellos, se veía inclinado, como si estuviera a punto de caérseles encima. Luego de una hora arribaron a la Plaza de Bolívar, su objetivo. Esta noche podrán descansar.

Por Carolina Gutiérrez Torres

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