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De todas las noticias previsibles la muerte es la más sorprendente y hablar de ella es retratar ese acontecimiento por el que todos, sin excepción, debemos pasar. En esta fase de la pandemia en el país, que al 22 de junio dejó un saldo de 2.237 personas fallecidas y 68.652 casos confirmados, los servicios funerarios se preguntan menos por los protocolos para las solemnes ceremonias para darle el último adiós a un ser querido y más por la capacidad para cremar a los muertos que a diario deja el COVID-19.
El drama para las familias que reciben la noticia de que su pariente perdió la lucha contra el virus es mayor cuando se les dice que el paso a seguir es disponer el cuerpo en las próximas horas, según los protocolos del Ministerio de Salud, privándolas de la posibilidad de ver por última vez a su familiar, para evitar posibles contagios.
El cuerpo, al que en otro tiempo se le preparaba para una ceremonia en donde los vivos podían llorar al muerto, ahora es envuelto en una doble bolsa específica para cadáveres, de 150 micras de espesor y resistentes a la filtración de líquidos; después de lavarlo en hipoclorito de sodio. Según indicó el Ministerio de Salud, a los cuerpos no se les practica ninguna autopsia y en lugar de eso se guardan en ataúdes para enviarlos a los cementerios públicos o privados, para el proceso de cremación, un desenlace que quizá nunca imaginaron.
Ceremonias aplazadas
En Bogotá, el lugar habilitado para disponer de los cuerpos de las personas que mueren por COVID-19 es el cementerio Serafín, uno de los cuatro con los que cuenta el Distrito. Carlos Martínez, su administrador, explica que la directriz de las entidades gubernamentales y distritales es cremar el cuerpo con cofre incluido, para evitar al máximo la manipulación del cadáver.
“El miedo al cadáver es algo relativo, porque el virus, se dice, dura en un cuerpo tres horas y por tarde que llegue al cementerio, llega después de cinco horas”, dice. Explica, además, un hecho que ha desatado reclamos de los familiares de los fallecidos: “Todo caso que llega a la funeraria lo manejamos como posible COVID-19, incluso, cremamos personas que reportan como sospechosa, las cuales preferimos pasar como positivos, porque en muchos hospitales no les hacen las pruebas y resulta que cuando la persona ha fallecido, con los días se certifica que sí tenían COVID-19. Por eso se mandan a todos al horno, de inmediato”.
Las personas en estado crítico, debido esta pandemia, mueren sin la compañía de los suyos, porque sus familias no las pueden visitar desde que iniciaron su lucha en las unidades de cuidados intensivos y, una vez pierden la batalla, los parientes solo reciben una llamada certera: “Su familiar murió y va para cremación”, dice Martínez. Lo único que queda de ese familiar es el recuerdo de alguna sonrisa antes de caer postrado en cama; el difunto es reducido a cenizas, que posteriormente son entregadas por las funerarias a domicilio, para evitar que los familiares vayan al cementerio y corran riesgos.
Bogotá se prepara
Cuando empezó la cuarentena, el cementerio Serafín podía realizar la operación sin contratiempos, pues el único horno con el que cuenta puede cremar 18 cuerpos diarios. A la fecha, con una cifra de 482 fallecidos por COVID-19 en Bogotá, con un promedio en la última semana de ocho a diez muertos por día, en ocasiones ha tenido que recurrir a otros hornos, como el del Cementerio del Sur, pero la situación, al menos en esta fase de la pandemia, está controlada.
En Bogotá hay 13 hornos disponibles, seis de ellos propiedad del Distrito. A su vez, sin tener en cuenta los servicios privados, la ciudad tiene capacidad para 300 cadáveres almacenados en procesos de cremación, cumpliendo todos los protocolos, gracias a los tres contenedores refrigerados que adquirió la Alcaldía. Julio César Mejía, contratista de servicios funerarios de la Uaesp, quien participó en el proceso de instalación, aseguró que los contenedores almacenan los cuerpos por dos días máximo, mientras pasan al proceso de cremación. “Los contenedores tienen capacidad de almacenamiento entre 100 y 108 cuerpos, entonces si se incrementa la demanda en cremaciones, tenemos un tiempo para almacenarlos”, explicó.
Y es que, debido al aumento de casos de COVID-19 en la capital, que supera los 20.700, el sistema funerario ha tenido que diseñar un plan especial, ante un hipotético escenario de calamidad, en el que la cantidad de fallecidos supere la capacidad de almacenamiento. Por ejemplo, los seis hornos crematorios del Distrito pueden procesar 102 cuerpos diarios, trabajando las 24 horas. Por otra parte, a través de las funerarias privadas, que suman un total de siete hornos, se pueden realizar setenta procesos adicionales al día, para un total de 172.
Esta capacidad le permite a la Alcaldía preocuparse de otros aspectos de la pandemia, a diferencia de ciudades como Popayán y Cartagena, que enfrentan contratiempos en su operación debido a la acumulación de cadáveres en los cementerios. Alexánder Moscoso, viceministro de Salud, señaló que el problema no se debe a la falta de cupos en las funerarias, sino a la espera de los familiares de un diagnóstico de COVID-19 para hacer la disposición final del cadáver; es decir, decidir si lo crema o lo sepulta.
“Entiendo que algunas poblaciones por temas culturales prefieren enterrarlos y no cremarlos, y eso puede estar recargando la disposición final del cadáver. Por eso, en la medida en que mejoremos la toma y entrega de muestras, esta situación se puede mejorar más rápido”, señaló Moscoso.
Por su parte, según la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco), en el país hay cerca de 300 hornos crematorios, que deberán atender las nuevas directrices del Gobierno para el manejo de las personas fallecidas por el virus, con el fin de evitar que se congestione el sistema. Todo, teniendo en cuenta que, según proyecciones del Gobierno, en un documento que entregó a la Corte Constitucional, se proyecta que a diciembre se podrían reportar en Colombia alrededor de 40.000 personas muertas por cuenta de este virus
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