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Opinión: Barrismo, un asalto a una tribuna y sentido del deporte

¿Cómo analizar la violencia entre barras más allá de un caso puntual? Este es un análisis sociocultural del barrismo en el fútbol.

Jairo Clavijo
13 de agosto de 2021 - 03:25 p. m.
Hinchas del Santa Fe atravesaron la cancha para enfrentarse con los visitantes de Atlético Nacional.
Hinchas del Santa Fe atravesaron la cancha para enfrentarse con los visitantes de Atlético Nacional.
Foto: Captura de pantalla

El martes 3 de agosto, luego de más de un año de estar cerrado al público a causa de la pandemia, se abrió con pompa el estadio El Campín, o como lo llaman muchos: “el Nemesio”. El partido: un clásico entre Santa Fe y Nacional, muy esperado y con optimismo por parte de ambas hinchadas.

Asistieron más de seis mil aficionados a todas las tribunas, pero de repente, en el entretiempo y ante el registro de las cámaras, algunos hinchas de Nacional treparon la tribuna familiar y agredieron a seguidores de Santa Fe. En respuesta, la barra de Santa Fe (llamada La Guardia), saltó a la cancha desde el otro extremo del estadio y corrió hacia norte a confrontar al rival. Se esperaba tremenda gresca entre barras, pero intervino la policía y el ambiente se calmó.

Hacía mucho tiempo no se veía algo así dentro del estadio, todo fue grabado y los hechos se convirtieron en un acontecimiento mediático. Seis heridos, varios detenidos, reuniones de urgencia, culpables aquí y allá. Reaccionaron todos, la alcaldesa, el presidente, el general, el ministro, y señalaron como si se hubieran puesto de acuerdo, nuevamente “a los desadaptados” del deporte como responsables.

Los medios llevaron las agresiones vueltas espectáculo a las primeras planas, todo el mundo opinó como si fuera algo sorprendente. Y se tomaron medidas: los hinchas de Nacional no podrán volver al Campín en un año, no se deben juntar barras rivales en los clásicos y otras ciudades piensan en fórmulas semejantes.

No sé cuántas veces he escuchado que esto no se puede repetir, pero la explicación “del inadaptado” hizo agua, no dice nada, es un tic de lenguaje periodístico. Lo interesante es que en los años que llevamos estudiando el barrismo en el fútbol, estos hechos se repiten incansablemente en diferentes escenarios y momentos.

El barrismo ya se ha consolidado, no es un fenómeno, sino que hace parte del escenario del fútbol. Muchos aprendizajes y estudios se conocen, y en este contexto surge la primera pregunta: ¿A quién se le ocurre meter en un estadio barras rivales, y más después de 14 meses de confinamientos por la pandemia y en un contexto de protestas sociales?

Las barras se mueven con unos principios de acción semejantes. El primero es la territorialidad que se origina en las tribunas, pero que se extiende metafóricamente a barrios y ciudades. Bogotá es el territorio legítimo de las barras de los equipos locales y la presencia de otras barras ponen en juego una constante disputa territorial. Lo mismo ocurre en Medellín frente a Nacional y el DIM (Deportivo Independiente Medellín). Entonces, ¿cómo se minimizan las agresiones? Respetando los territorios; de lo contario viene la gresca.

Segundo, las barras no se componen de sujetos aislados, sus acciones son grupales. Tercero, el cuerpo del barrista es otro territorio que marca sobre sí mismo una identidad, es el medio legítimo de tener “aguante” y dar la pelea con él y sobre él, como el fútbol mismo, que es un deporte de contacto.

Las acciones parecen producto del caos, pero no, hay reglas que todo barrista aprende. Su lógica de justicia reposa sobre una frágil balanza sostenida por una reciprocidad del “ojo por ojo”, la entrada en batalla es producto de una búsqueda de equilibrio en el universo de las barras.

A pesar de esto, los medios focalizaron sus preguntas en si el partido debía haberse suspendido, contrario a lo que pasó, ya que luego de una hora de espera se jugó el segundo tiempo. Muchos hinchas habían salido del estadio por miedo, no a lo que pasara en las tribunas, la gente sabe cómo “es la cosa”, sino por temor a la pelea que se veía venir afuera y en algunos barrios. En efecto, lo mejor fue mantener contenidas las barras dentro del estadio y vigilar los alrededores mientras llegaban refuerzos policiales.

Hay un hecho que llama la atención y es la imagen de los hinchas trepando desde la tribuna oriental a la familiar. En un marco de desigualdad social, quizás si podamos entenderlo como un ataque de clase, por ello es pertinente preguntarse por qué se dirigió el ataque contra la tribuna familiar y no contra sus rivales naturales los barristas en sur.

No creemos que se trate del ataque de un enemigo de la sociedad llamado “el inadaptado” a la institución de la familia como algunos han sugerido, y tampoco podemos olvidar el estado emocional de rabia que hay en el país en este año de pandemia, de paro y estallido social. Todo se juntó y explotó. No se puede perder de vista que la mayoría de los miembros de las barras habitan barrios periféricos, son jóvenes sin oportunidades, muchos desempleados y con las puertas cerradas al estudio.

Ojalá sigamos aprendiendo y que las autoridades entiendan que el barrismo está anclado en una realidad social compleja, por eso se proyecta en la vida de las ciudades y no se circunscribe solo a los estadios. Finalmente, cabe preguntarse por qué se ha naturalizado el arreglárselas por mano propia, ¿será una marca de la colombianidad o una expresión más de los vacíos de Estado frente a la sociedad?

*Profesor Departamento de Antropología en la Pontificia Universidad Javeriana y parte de su trabajo lo ha dedicado a estudiar el barrismo en el fútbol.

Por Jairo Clavijo

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