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Gobiernos y ciudadanos en los tiempos actuales viven un frenesí tecnológico generado por una promesa de progreso que esta asociada estrechamente a sistemas lógicos, botones automatizantes, sensores y ríos de información. Todos los anteriores, componentes centrales de una arquitectura sistémica que permite reconocer las fuerzas que mueven la sociedad a partir de nuestro comportamiento individual.
El crimen no es ajeno a este contexto. De la misma forma está observando la evolución de la tecnología y adaptando su uso para las necesidades derivadas de sus actividades, así como para aumentar su nivel de encubrimiento frente a la acción institucional y ciudadana que busca desarticularlo y frenar sus acciones.
Es el juego del gato y el ratón. Una competencia por cazar y no ser cazado, en el que la competencia se define por la lucha entre no dejar pasar para construir confianza ciudadana contra el hacer la mayor cantidad de comportamientos ilícitos para quebrar la sociedad.
Instituciones, ciudadanos y criminales tienen en la tecnología una ruta de optimización y facilitación operativa. Sin embargo, en paralelo – por primera vez – van documentando cada movimiento realizado, dejando sembradas su personalidad electrónica y su vivencia física en algún lugar del ciberespacio.
Esto define la carrera tecnológica que desarrolla la sociedad contra el crimen. Cada nuevo sistema es una oportunidad y una debilidad para todos. Tomando como ejemplo la venta de narcóticos al detal en entornos urbanos, las organizaciones de narcotraficantes han logrado un alto nivel de adaptación en el que redes de información abierta y cerrada, plataformas logísticas y activos financieros virtuales, se han constituido en herramientas poderosas para invisibilizarse ante los organismos de seguridad y la justicia.
Esta formula podría aplicarse a un número considerable de delitos y de actividades riesgosas. La proliferación de armas pequeñas y largas, el tráfico de personas, la extorsión y el contrabando son algunos ejemplos de crímenes que con el paso de las horas se hacen mas intensivos en el aprovechamiento de la ciudad virtual. Un nuevo reto para la aplicación de la Ley.
Lo paradójico es que el desarrollo de este contexto se da en las narices de instituciones y ciudadanos, que siguen pensando y actuando contra el crimen en la ciudad física. Los planes y presupuestos son intensivos en el desarrollo de capacidades para ocupar las calles y perseguir individuos. La versión más antigua de la vigilancia y la reacción.
Aunque suene increíble, la mayor aproximación de nuestra sociedad a asuntos que integran delitos y tecnología se circunscribe a comportamientos erráticos o inadecuados de ciudadanos que ofrecen oportunidades al delito para ejecutar sus acciones.
¿Cómo el crimen y la violencia aprovechan la ciudad virtual y la ciudad física?
El mejor modelo se apreció tan solo hace unos meses durante el paro nacional. En ese momento no pocos ciudadanos se preguntaban cómo en ausencia de organizaciones con alta capacidad de movilización, ocupación territorial y gestión logística, el país había sido paralizado por un tiempo prolongado.
En ese momento, desarrolladores de sistemas lógicos basados en algoritmos que aprovechan la disponibilidad masiva de datos abiertos realizaron experimentos en tiempo real que los llevaron a conclusiones contundentes. El contexto de caos estaba siendo gestionado por nodos específicos de individuos y agrupaciones – no necesariamente criminales o con intención criminal – que moviéndose en la ciudad digital actuaban como fantasmas en la ciudad física.
La aplicación criminal de la tecnología y la demostración del uso del dominio cibernético como motor de inestabilidad son dos ejemplos reales de la urgencia de avanzar hacia respuestas integrales de seguridad en las dimensiones física y digital que debiliten las destrezas adaptativas del crimen. Una condición necesaria para proteger a los ciudadanos, las instituciones y la nación.
Lastimosamente la incomprensión del nuevo mundo físico-digital ha ampliado las ventajas para el crimen. Los ciudadanos en su analfabetismo tecnológico se disponen como presas fáciles. Al fin y al cabo, su lógica está determinada por el mundo físico. En el cibernético son en su mayoría habitantes ciegos.
Las instituciones por su parte enfrentan temerosas la ampliación de su actuación a lo cibernético. Enfrentan un profundo temor a convertirse en obstáculos al desarrollo tecnológico, al daño reputacional y jurídico de una eventual violación de derechos, a los costos político y financiero de desarrollar capacidades para los mundos físico y digital en paralelo.
Instituciones y sociedad deben dejar atrás los miedos para avanzar en la atención de sus dos espacios de vida. También reconocer que los “Likes” son una fuerza movilizante que ofrece claves para gestionar crisis de seguridad o enfrentar nichos de crimen.
Respetar la privacidad de los datos, garantizar una justificación jurídica y cuidar de la naturaleza de los datos estructurados son la base de una acción exitosa contra la expansión digital criminal. Asimismo, anticipar, corregir y castigar el uso de modelos predictivos para reforzar brechas o alimentar prejuicios.
Todo segundo perdido en la atención de este reto es uno ganado por el crimen para fortalecerse en la apropiación de la ciudad física desde la digital.