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(Opinión) El Enrique Santos Molano que yo conocí

En mi corazón y en mi conciencia su legado de saberes y principios tienen un trono imprescindible.

Alberto López de Mesa
27 de diciembre de 2024 - 04:08 p. m.
Enrique Santos Molano falleció el 25 de diciembre a sus 82 años.
Enrique Santos Molano falleció el 25 de diciembre a sus 82 años.
Foto: Tomado de “Historias de Adelina”
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En 1980 el Ministerio de Comunicaciones abrió una licitación para democratizar la oferta informativa en la televisión colombiana, recibiendo propuestas de telenoticieros coherentes con la modernidad tecnológica. Ante eso, el visionario Enrique Santos Molano se arriesgó a proponer, sin plata y sin mucha opción, un noticiero alternativo: “Telemundo”, por supuesto, no clasificó, más como el proyecto ya contaba con la personería jurídica y los permisos requeridos, optó por realizarlo de modo impreso, dirigió y produjo un semanario en formato tabloide con el nombre registrado, Telemundo.

Se asoció con Harold Córdoba un altruista que aunque con notorias dudas del éxito comercial de dicho periódico lo terminó convenciendo el convincente delirio de Enrique, el equipo periodístico casi todos freelance cazadores de chivas y chismes políticos, que se pegaron al proyecto atendidos a que algo podía resultar al lado de un Santos, hijo del prestigioso Calibán, equivocados estaban porque Enrique, contrario a sus hermanos Enrique y Hernando, por ser hijo del segundo matrimonio de su padre era tácito en los negocios importantes de la empresa familiar, peor cuando en un ataque de resentimiento le dictó a Feliz Marín, un escritor de medio pelo, incidencias en el manejo del patrimonio heredado a los sobrinos por el expresidente Eduardo Santos, que este publicó con el título de “El Tío“ y ahí si lo hicieron paria en la familia.

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Se dio la casualidad en los avatares económicos para mantener su periódico recurrió a un cachaco típico que conoció tomando onces en el Monte Blanco. Efraín Cuervo quien le prestó plata y en compensación le dijo que mandara a su hijo Camilo que estudiaba filosofía a hacer pinitos de periodista en su semanario. Con Camilo Cuervo éramos amigos y socios en proyectos artísticos, por ello me invitó a que lo acompañara a la oficina de Telemundo en el cuarto piso del edificio de la calle 19 con tercera, así conocí al director Enrique Santos Molano, quien al saber que yo era buen dibujante me nombro de inmediato caricaturista de planta en su periódico. Camilo y yo éramos los muchachos del equipo, pero también los más leales, desinteresados y entusiastas del equipo, al colmo que nos trasnochábamos con Enrique en los carrerones de las últimas horas de diagramación e impresión; éramos como sus edecanes, pero también sus pupilos porque no escatimaba sabiduría ni didáctica para aleccionarnos en conceptos y técnicas del oficio periodístico, del deber ser en política y en democracia. Ahí supe que era un lector increíble, asiduo usuario del archivo especial de la Biblioteca Nacional, asesor incondicional de los directores y de otros investigadores. Que se había leído las obras completas de Karl Marx e igual que a él le salieron forúnculos en las nalgadas por permanecer tanto tiempo sentado leyendo. Impresionante su velocidad de lectura, una vez le pasé un cuento de mi autoría de seis páginas y lo leyó en menos de un minuto, me dio rabia al ver que lo hojeo por compromiso, pero en realidad lo leyó con juicio, me dio su certera opinión y hasta me hizo dos correcciones gramaticales.

El periódico Telemundo sólo existió 8 meses, para Enrique fue un estruendoso fracaso económico, el socio y el equipo se apartaron sin reparos. Recuerdo que su hermana Pilar el día de la entrega de la oficina encogiendo los hombros nos expresó que ese era el sino fatal de Enriquito.

Consuelo de Montejo lo nombró director de su periódico El Bogotano, el aceptó porque el sueldo le ayudaba a sobrellevar la inopia en que lo dejó la quiebra, no estaba a gusto porque ese periódico era de un amarillismo extremo. Fuimos con Camilo a visitarlo y nos puso a trabajar de una vez en El Bogotano, allí logramos un hit noticioso, Camilo escribió la crónica sobre el éxito del grupo de música Los Carrangueros de Ráquira en New York y yo hice una caricatura que Enrique sacó en primera plana, chiveamos a todos los diarios, pero al final esa publicación le costó el puesto a Enrique, ya que la dueña lo destituyó con el argumento de que le estaba volviendo su periódico un magazín cultural.

Tiempo después nos encontramos un día de elecciones en la diez y nueve con séptima, me invitó al restaurante Ramsés propiedad de dos hermanos palestinos amigos suyos, andaba en vueltas de publicar una biografía de José Asunción Silva como de 1000 páginas, le prometí hacer un retrato del poeta y de echo a la semana siguiente se lo entregué y lo usó como caratula de la primera edición del libro que tituló El Corazón del Poeta, de rigurosa investigación y preciosa prosa en donde aventura dos ideas polémicas, una que el poeta colombiano encumbró novedades modernistas que terminó usando como suyas el contemporáneo Rubén Darío, pionero del verso libre y la otra que su muerte fue un suicidio inducido en lo que implica nada menos que a José Eusebio Caro.

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Muchas enseñanzas debo agradecerle a Enrique, él fue quien me explicó la importancia de la Perestroika que llevo a cabo Mijaíl Gorbachov, me hizo leer la Tejedora de Coronas de Germán Espinosa, presentándomela como una de las novelas más importantes del siglo por fuera de los autores del Boom.

Su salud siempre le dio lidia, era frágil, todo su fortaleza estaba en su mente, un intelectual puro cuya obra, a mi parecer supera con creces a los de su entorno y aún así de aprecio modesto por parte de sus parientes.

En mi corazón y en mi conciencia su legado de saberes y principios tienen un trono imprescindible.

Adiós maestro Enrique.

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Gloria(ev31r)28 de diciembre de 2024 - 11:52 a. m.
Qué entrañable y sincero obituario. Gracias y lo acompaño en la inmensa ausencia de un imprescindible.
Guido(27497)27 de diciembre de 2024 - 11:22 p. m.
Extraordinaria semblanza de un gran colombiano. Gracias Alberto por recordarle a este país que sí existen gentes de bien.
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