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Los principios civiles y democráticos que nuestra Constitución preconiza, adquieren su plena existencia y su fuerza transformadora cuando se enraízan en el corazón suyo, querido lector y querida lectora, no cuando estén redactados solemnemente en un documento.
El ademán de la civilidad que nace en cada corazón, en cada hogar, en cada calle y en cada comunidad, es lo que “desencripta” los valores políticos consignados en una Constitución, es lo que les quita el carácter de abstractos y los vuelve fuerzas reales que actúan. Sin que la fraternidad y la solidaridad aniden en nosotros, en nuestras casas y en nuestros barrios, esos valores trascendentales son solo letra muerta.
El hierro oxidado de un columpio que es necesario reparar, la ventana rota de un salón comunal que hay que cambiar, la mano que necesita quien se cayó y está vencido, el brazo que pone a salvo a una niña, la recolecta que lleva alimento a una alacena, ahí, justo ahí, comienza a tener un sentido la Constitución Nacional. Es la civilidad que nace en lo más local lo que hace que una Constitución y los ideales que consagra, se conviertan en realidades en la vida de cada comunidad.
Y esa constelación de gestos es lo que hace una sociedad y una nación. Ese es el sentido que tenemos que darles a cada persona y a cada comunidad en la ciudad moderna, pues es preciso encontrar la forma de la convivencia, la fórmula de lo colectivo posible. Esa es la fuerza de lo local que se va entretejiendo y llega hasta la formulación de una carta política y de un Estado.
Todo viene desde allá, desde la forma en que miramos a los ojos a los demás. Por eso, nunca más cierto eso de que el poder viene del pueblo. ¡Pues claro! Si en lo local se abren paso la fraternidad y las manos que preservan y crean, no las que destruyen y zahieren, ya lo demás es muy fácil. Elegir funcionarios y senadores es muy fácil. Se trata solo de un mecanismo.
La civilidad y la fuerza de lo local son mucho más que movilizar gentes para ganar unas elecciones. O que llevar a la presidencia o a la alcaldía a una persona. O que concebir un esquema para dividir un territorio en zonas administrativas. Estamos hablando de cosas, de verdad, importantes, ligadas a lo vital, ligadas a la posibilidad real de que cada uno alcance su mayor estatura humana posible, lo que siempre, en cualquier caso, es una aventura colectiva.
Y entonces, ahora sí ya estamos listos, ya estamos llenos de razones y de legitimidad para usar responsablemente, respetuosamente, constructivamente, los mecanismos de participación ciudadana. Claro que sí, ya podemos conformar nuestra junta de acción comunal, ya podemos ir a nuestra JAL, ya podemos hacer un referéndum o una revocatoria, ya podemos crear una veeduría. Ya estamos construidos por dentro, claros de mente. La civilidad nos ha puesto a salvo y ha dado sentido a las normas y las leyes. Y hará alcanzable el galardón de una vida pacífica.

Por Carlos Roberto Pombo Urdaneta
