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Confieso que durante mucho tiempo fui completamente ajeno al tema de la salud mental. Tenía personas cercanas con ansiedad o depresión y mi reacción era la peor posible: la indiferencia o la crítica. Por esta razón, esta columna nace de mi experiencia personal y de la culpa que me ha acompañado.
Por ignorancia (y quizá por miedo) fui incapaz de reconocer que lo que ellos vivían era un problema real, no un simple desánimo o falta de ganas. A veces pensaba que bastaba con un “pon de tu parte” o un “ten más energía” para que todo mejorara. Lo que no entendí entonces es que cada caso es único y exige mucho más que un buen consejo o una frase optimista. Con el tiempo, la distancia que impuso mi desconocimiento provocó tensiones que lamento.
En los últimos años, nuestra sociedad ha comenzado a dar pasos importantes para derribar el tabú que envuelve los trastornos mentales. Poco a poco, hablar de ansiedad, depresión, trastorno bipolar o cualquier otra condición psicológica ha dejado de ser un tema vergonzoso para convertirse en una prioridad innegable. Según datos de la Veeduría de Bogotá, entre 2021 y septiembre de 2024 se registraron más de seis millones de atenciones relacionadas con salud mental en la ciudad, lo cual representa un aumento de 26% con respecto a 2019. Estas cifras representan a personas con historias únicas que requieren empatía y ayuda especializada.
A pesar de este creciente reconocimiento, hay un aspecto que seguimos descuidando: ¿cómo nos preparamos quienes estamos “del otro lado” para acompañar a alguien que atraviesa una crisis? ¿Contamos con la formación necesaria para entender su situación y apoyarlo de la forma adecuada?
En mi experiencia, la respuesta ha sido “no”. Lo comprobé al descubrir que mis reacciones de apatía no eran fruto de la mala voluntad, sino de la total ignorancia. No sabía qué decir, cómo acercarme, ni cómo animar a buscar ayuda profesional sin sonar impositivo o condescendiente.
Este desconocimiento no es un problema exclusivo de los individuos, sino de todo nuestro entramado social. Como familias, podemos ser muy amorosas, pero carecer de herramientas mínimas para gestionar un episodio de ansiedad o depresión de un ser querido. Como empresas, podemos tener un excelente clima organizacional, pero no invertir en políticas de salud mental. Y es que, a diferencia de un resfriado, donde basta con un par de pastillas y reposo para mejorar, cada padecimiento mental requiere un abordaje diferente.
Si miramos el estudio de salud mental de 2023 en Bogotá, el panorama nos muestra que el 12% de los bogotanos tiene una salud mental “muy mala”, “mala” o “regular”; el 11% ha sido diagnosticado con depresión alguna vez en la vida y el 9% con ansiedad generalizada.
¿Qué podemos hacer entonces? No soy experto en este tema pero confieso que me importa y estoy comprometido con ayudar.
Creo que las familias, empresas y grupos sociales debemos ir más allá de aceptar que la salud mental existe: necesitamos desarrollar capacidades mínimas de intervención y acompañamiento. Así como planeamos un viaje o un proyecto de trabajo, podríamos planear una “formación básica” en salud mental. Por ejemplo, las familias podrían asistir juntas a charlas que expliquen cómo reaccionar ante una crisis de ansiedad, qué palabras evitar o cómo motivar a un ser querido a buscar ayuda profesional. Las empresas, por su parte, podrían invertir en programas de bienestar emocional y en preparar a los empleados en mejorar sus reacciones ante diferentes episodios de depresión o ansiedad.
Estas acciones conjuntas no tienen la intención de convertirnos en psicólogos o terapeutas. Se trata, más bien, de que cada uno cuente con las herramientas elementales para no reaccionar desde el desconocimiento o la apatía, como me sucedió a mí en un principio.
Se suele decir que los pequeños gestos son los que impulsan los grandes cambios. Preguntar con sinceridad a un compañero cómo se siente, escucharlo sin juzgarlo, creerle cuando habla de sus miedos o angustias y, sobre todo, entender que no se trata de “falta de carácter” “pereza” o “flojera” sino de un padecimiento real, es un paso fundamental para crear lazos de apoyo.
Quiero, con estas palabras, invitar a una reflexión sincera: ¿qué tan preparados estamos para acompañar a quien más lo necesita?
Cada familia, cada empresa y cada individuo tiene la capacidad de dar un paso al frente. Es la oportunidad de demostrar que hemos superado las barreras del desconocimiento y que estamos listos para acompañar con respeto, empatía y solidaridad a quienes luchan cada día con un padecimiento mental.

Por Felipe Jiménez Ángel
