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Los animales (incluidos los humanos) enfrentan un dilema: ¿aprovechar lo que ya tienen seguro o arriesgarse a buscar algo nuevo? A esto se le llama el dilema de exploración-explotación.
Piense en su restaurante favorito. Allí la comida nunca decepciona, el servicio es amable y los precios justos. Volver una y otra vez es lo que los científicos llaman “explotación”: apostar por lo seguro, por lo conocido. Pero a la vuelta de la esquina hay un local nuevo que lo tienta. Ir allí sería “exploración”: tal vez descubra un sitio aún mejor… o tal vez termine con una mala experiencia, el dinero perdido, hambre y un sentimiento molesto de frustración. El dilema es: ¿cuándo arriesgarse a explorar y cuándo seguir confiando en lo seguro?
Hasta ahora, la ciencia había estudiado sobre todo cómo funciona este dilema cuando las decisiones llevan a resultados positivos (como encontrar comida o una recompensa). Sabemos que en ese proceso participan zonas del cerebro como la corteza frontal, varias estructuras subcorticales y la amígdala, una región muy ligada a las emociones. Pero hay algo igual de importante: la exploración no solo ocurre para buscar cosas buenas, también sirve para evitar cosas malas (como pérdidas o castigos).
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Es decir, explorar no es solo una estrategia para ganar más, también es una forma de protegerse y reducir riesgos. Así como una persona puede arriesgarse a probar un nuevo restaurante esperando que sea mejor, también puede hacerlo para dejar de ir a uno que le trajo malas experiencias. En la naturaleza pasa lo mismo: un animal puede salir de su territorio habitual no solo porque espera encontrar más comida, sino porque busca escapar de un sitio donde la comida escasea o hay más depredadores.Lo curioso es que no sabíamos si el cerebro usa los mismos mecanismos para explorar en contextos positivos y negativos.
En una nueva investigación publicada en la revista científica Nature, los científicos pidieron a un grupo de voluntarios que participaran en un experimento de aprendizaje probabilístico. La tarea era sencilla en apariencia: en cada ensayo, las personas podían ganar o perder, y debían decidir si mantenían su elección segura o si probaban con una opción nueva.
Lo interesante es que, mientras los participantes jugaban, los investigadores registraban la actividad de neuronas individuales en regiones profundas del cerebro.
Los resultados mostraron algo muy revelador: tanto en escenarios de ganancia como de pérdida, las neuronas de la amígdala y la corteza temporal cambiaban su actividad justo antes de que los voluntarios tomaran la decisión de explorar. Esto indica que estas zonas cerebrales están directamente implicadas en el proceso de “atreverse” a probar algo distinto.
Pero hubo una diferencia clave: la personas exploraron más cuando intentaban evitar una pérdida que cuando buscaban una recompensa. En otras palabras, el miedo a perder parece ser un motor más poderoso que el deseo de ganar. Y a nivel neuronal, los científicos observaron que este comportamiento estaba asociado con un aumento del “ruido” en las señales de la amígdala. Ese ruido no es un error, sino un factor que puede impulsar decisiones más arriesgadas, como si el cerebro empujara a salir de la zona de confort cuando percibe un peligro. (Vea: Descubrieron un asteroide poco antes de su paso más cercano a la Tierra)
Este hallazgo resulta relevante porque ofrece pistas sobre la salud mental. En trastornos como la ansiedad o la depresión, la amígdala —la región del cerebro que regula las emociones— tiende a estar sobreactivada. Esa hiperactividad podría explicar por qué algunas personas cambian constantemente de rumbo o exploran sin detenerse, aun cuando esas conductas no les aportan ningún beneficio. Así, este estudio no solo ayuda a entender cómo tomamos decisiones en entornos inciertos, sino también cómo las alteraciones en estos mecanismos podrían estar detrás de conductas poco adaptativas o incluso patológicas.
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