Las cuchas no solo tienen razón, tienen demandas

Elementa DD.HH. y Juliana Castellanos
25 de febrero de 2025 - 04:11 p. m.
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Después de dos décadas de búsqueda de personas dadas como desaparecidas en la zona nombrada como La Escombrera en Medellín, en diciembre del año pasado la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas confirmó que allí se encontraron restos humanos de tres personas. A grandes rasgos, luego de la Operación Orión en 2002 familiares de personas desaparecidas señalaron a La Escombrera como el lugar donde podían estar los restos de sus seres queridos, pero las búsquedas no avanzaron eficazmente desde entonces. Incluso, en 2016, durante la alcaldía de -el ahora también alcalde- Federico Gutiérrez, las excavaciones que avanzaban en el lugar, se detuvieron. Ya luego, con la creación de la Jurisdicción Especial para la Paz, la búsqueda recibió un nuevo impulso en 2023: nuevas excavaciones y no más vertedera de escombros en el lugar.

En respuesta a los hallazgos, hubo una oleada de apoyo a los grupos de mujeres buscadoras que mantuvieron viva durante dos décadas la conversación alrededor de La Escombrera. Murales, entrevistas, y columnas de opinión buscaron reivindicar que el hallazgo solamente era posible gracias a la persistencia y al trabajo de organizaciones de buscadoras que nunca dejaron de demandar apoyo estatal para la búsqueda de sus desaparecidos. Así, los hallazgos en La Escombrera pusieron en evidencia la fragilidad de los relatos oficiales frente al reclamo, al testimonio, y la memoria de las víctimas.

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Y pusieron en evidencia, sobre todo, que la memoria es un trabajo que se convierte en cotidianidad. Fueron entonces las buscadoras y sus certezas de que allí estaban los suyos, quienes hicieron de la búsqueda su cotidianidad, y de esa cotidianidad la semilla que permite que hoy ni el negacionismo ni el discurso que llamó a los desaparecidos “rumores”, tengan lugar sobre este caso. Para organizaciones como el Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado o Mujeres Caminando por la Verdad, esta cotidianidad del reclamo y la búsqueda duró cerca de veinte años: plantones, misas, movilizaciones, audiencias, reuniones. Dos décadas de insistencia frente a un negacionismo que, sin embargo, todavía está lejos de ser frágil, y al contrario se erige para consolidar proyectos políticos que cimientan el camino donde cosas semejantes puedan volver a ocurrir.

Si pensamos en que el negacionismo también se alimenta de creer que las personas organizadas “están locas”, que sus certezas son rumores, que sus demandas no son más que “corazonadas”, y que su conocimiento solo está dispuesto para ser validado -porque nunca es válido en sí mismo-, entonces el negacionismo de los crímenes de Estado no solamente busca negar lo que se hizo, sino construir un camino que permita que cosas semejantes puedan volver a ocurrir. Es decir, uno donde la experticia y el conocimiento de organizaciones comunitarias y de base sean minimizados y silenciados. Esto, entonces, ayudaría a consolidar proyectos políticos que estén basados en la destrucción de la memoria y en la ruptura de los lazos colectivos que la sostienen; en narrativas de silenciamiento que lancen al vacío los testimonios y las experiencias de las personas y organizaciones, y exijan que sus certezas sean invisibilizadas e ignoradas. Así el negacionismo deja de ser “solo” minimizar sus demandas y resistencias, y se convierte en un camino por eliminarlas y construir un mundo donde los crímenes de Estado puedan volver a ocurrir, pero esta vez ante escenarios donde las ciudadanías organizadas no se movilicen más y guarden silencio ante las órdenes de arriba.

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Entonces, que “las cuchas tengan razón” como lo mencionan los murales, también tiene que ser una frase que salga de las paredes y ocupe las movilizaciones. Una apuesta que reivindique y retome las demandas sociales por iniciativas de reparación, verdad, y no repetición; por Estados respetuosos de los derechos de las víctimas; por gobiernos locales y nacionales que se autoconstruyan con la memoria y no por encima de ella; y por sociedades que no necesiten de la oficialidad para darle lugar a los procesos comunitarios y de memoria locales que hacen de su experiencia conocimiento. Las certezas de las organizaciones de buscadoras son piezas clave en las investigaciones oficiales, y deben tener un lugar central en la construcción de memoria.

Ahora que hay pruebas que “validan” que las madres buscadoras sí tenían razón, sigue reivindicar el lugar de la memoria, de las víctimas, y de sus peticiones, que, como su búsqueda, han sido su cotidianidad. Sigue abrirle espacio a quienes llevan décadas movilizándose, y dejar de esperar confirmaciones oficiales de parte de quienes han hecho parte del negacionismo y el silenciamiento, y de quienes buscan labrar un camino que permita que desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales puedan volver a ocurrir.

Por Elementa DD.HH.

Elementa DDHH es un equipo multidisciplinario y feminista que trabaja desde un enfoque socio-jurídico y político, para aportar a la construcción y fortalecimiento regional de los derechos humanos a través de sus sedes en Colombia y México. Sus áreas de trabajo son políticas de drogas y derechos humanos y verdad, justicia y reparación.

Por Juliana Castellanos

 

Celyceron(11609)25 de febrero de 2025 - 07:43 p. m.
TOTALMENTE de acuerdo, señora Castellanos. Los negacionistas no pueden ganar la partida porque hay evidencias más que suficientes para que prime la verdad. Una verdad que no puede volver a ocurrir. EL ESTADO tiene obligación constitucional de salvaguardar la vida de todos los ciudadanos.
HENRY GONZALEZ MESA(19574)25 de febrero de 2025 - 06:17 p. m.
Con este terrorífico y execrable acontecimiento va a pasar en Colombia como lo que sucedió con Al Capone en EE.UU, bandido que fue encarcelado por fraude presupuestal, quedando impunes los múltiples asesinatos que se le atribuyeron. Todos saben a quién me refiero
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