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Así se vive la guerra en el río Tamaná, una zona en disputa entre el Eln y las Agc

Colombia+20 viajó a una zona controlada por el Frente Occidental del Eln, que fue reacio a los diálogos con Santos. El miedo de la población por la disputa con los paramilitares es permanente. Un mando medio de la guerrilla dice que están a punto de concretar un cese bilateral con el Estado.

Camilo Alzate González
25 de septiembre de 2022 - 02:00 p. m.
 La región del Alto Tamaná sufre un abandono general de parte del Estado. / Gustavo Torrijos
La región del Alto Tamaná sufre un abandono general de parte del Estado. / Gustavo Torrijos
Foto: GUSTAVO TORRIJOS

En media docena de caseríos del Alto Tamaná, en la frontera del Chocó con Valle y Risaralda, la gente se va a la cama cada noche esperando una balacera inminente que se posterga. La guerra quedó varada media hora río abajo, sin que los paramilitares de las Agc se decidan a subir, ni la guerrilla se anime a bajar por ellos, una frontera dudosa en la mitad del monte, que por la tarde puede estar en Chitó pero a la mañana siguiente amanece en Juntas del Tamaná o en Curundó. Nadie sabe bien cuál es el límite ni por dónde andar seguro.

“Si los paramilitares se llevan a alguien de la comunidad, nos tenemos que ir todos a buscarlo”, dice Helena*, quien ajusta toda su vida en este río, a dos días del hospital de primer nivel más cercano y en donde la escuela funciona a tropiezos, con unos paneles solares dañados y sólo cuenta con dos profesores que dictan las clases revueltas hasta quinto de primaria.

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Traer de Cartago un par de bultos con víveres hasta acá puede costar entre setenta y cien mil pesos, dependiendo de la carga. Si el transporte se hace desde Nóvita por el río, el precio se duplica. Para sacar un enfermo grave a la carretera más próxima hay que reunir una veintena de hombres que con una hamaca llevan al paciente a hombros por la trocha durante siete u ocho horas, turnándose la faena.

Mientras la guerra se aplaza, los habitantes intentan seguir su vida normal, dedicados a cosechar la hoja de coca que mueve la economía de estas montañas, donde hay carencia de casi todo, menos de una belleza brutal. “Estamos secuestrados en nuestro propio territorio”, se queja un poblador, y no se refiere solamente a los grupos armados, sino sobre todo al aislamiento y férreo abandono en el que se encuentran estas comunidades desde que tiene memoria.

El comienzo de la ofensiva

Las Agc, también llamadas ‘Clan del Golfo’, intentaron penetrar los caseríos más remotos del Alto río Tamaná apenas un par de meses atrás. Un grupo de la guerrilla los repelió en el filo de la serranía, cerca de la vereda Iparrá, en jurisdicción de Nóvita. Los paramilitares usaron la misma trocha que cruzamos nosotros para este reportaje, la única que comunica a la región con la vía que lleva al Valle del Cauca.

Hasta hace un año toda la zona estaba bajo el poder absoluto del Frente de Guerra Occidental, que agrupa seis estructuras armadas del Eln en el Chocó, Valle del Cauca, Risaralda y Antioquia.

Los elenos mantenían presencia desde los ochenta, pero consolidaron su poder en 2016, cuando las extintas Farc se retiraron rumbo a las zonas veredales por el Acuerdo de Paz. En aquellos días un líder de Juntas del Tamaná me contó que el copamiento del Eln había sucedido “de inmediato”, casi al otro día de la retirada de las Farc.

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Los ‘paras’ se movían por los cascos urbanos de Nóvita, Istmina y Condoto, aunque no intentaban penetrar a las áreas guerrilleras. Pero entre marzo y abril de este año comenzaron a avanzar rápidamente remontando el río Tamaná desde Nóvita por el occidente, ganando terreno mientras sostenían combates con la guerrilla en las calles de los poblados.

En mensajes que circularon por WhatsApp, las Agc anunciaron que su propósito era tomarse La Italia, un corregimiento a 10 kilómetros de San José del Palmar, epicentro cocalero de toda la región donde la Policía reportó más de mil hectáreas sembradas en 2020. Allí la guerrilla no permite el ingreso de forasteros y ha exigido en los últimos días la carnetización de la población, medida rechazada por algunos consejos comunitarios.

Los paramilitares han hecho lo propio en los caseríos del río, donde registran en listados a los habitantes de cada vivienda y a sus parientes. Desde la Personería de San José del Palmar indicaron que han entregado con la Unidad de Víctimas más de 400 mercados para la población confinada en La Italia. Esta dependencia fue enfática en aclarar que no es cierto que las juntas de Acción Comunal de la zona trabajen para la guerrilla o colaboren con ella, como se había insinuado en algunas publicaciones en medios después de que se informara la exigencia del Eln de carnetizar a la población, lo que puso en riesgo la seguridad de varios de los habitantes.

Desde abril, el Eln decretó paros armados para impedir el avance de las Agc, prohibiendo la navegación por el río, lo que confinó a más de 800 pobladores, según la Defensoría del Pueblo. También restringieron el tránsito por las trochas y por la carretera entre Cartago y Curundó, donde solo permiten la movilidad entre las seis de la mañana y las seis de la tarde, medida que los transportadores cumplen a rajatabla.

Ahora las Agc han desalojado a la guerrilla de la mayoría de caseríos y permanecen en inmediaciones de Juntas del Tamaná, desde donde controlan la mayor parte del río, que atraviesa el casco urbano de Nóvita y desemboca en el San Juan. El Eln se replegó a las montañas, desde donde domina la mitad de la carretera entre Cartago y Chocó, marcada con pintas y letreros de advertencia que empiezan a aparecer desde Ansermanuevo, en el Valle, hasta el final del recorrido en Curundó y La Punta, a pocos kilómetros del río Tamaná. Entre ambos grupos se interpone apenas un trayecto de 20 minutos por el río, límite que amenaza con romperse en cualquier momento.

El sábado 10 de septiembre las Agc convocaron a los presidentes de los consejos comunitarios a una reunión en Juntas del Tamaná, donde explicaron que su propósito era expulsar definitivamente al Eln de la zona, aclarando que no tomarían ninguna represalia contra la población civil.

Personas que asistieron a esa reunión le contaron a Colombia+20 que el comandante político del grupo hizo énfasis en que ya no se trata de las Autodefensas Unidas, sino de las Autodefensas Gaitanistas. El hombre explicó que las Agc se guían por el ideario de Jorge Eliécer Gaitán, algo que la familia del caudillo liberal ha rechazado con vehemencia muchas veces. Además, dijeron a la gente que ven con buenos ojos la oferta de paz del gobierno de Gustavo Petro y que confían en él.

También anunciaron que su problema era con la guerrilla y no con la gente y que por eso no iban a cometer masacres ni atropellos contra la población, como sucedió durante la primera incursión de los paramilitares a finales de los noventa. Entonces los narcos del Norte del Valle financiaron un grupo llamado Autodefensas Unidas del Norte, que se instaló entre 2002 y 2005 en el corregimiento de La Italia en San José del Palmar, época en la que después de los combates salían volquetas llenas de cadáveres.

“Tenemos esperanza en él”

El lunes 19 de septiembre, después de dos días de espera, al diminuto parque del caserío donde nos encontramos se arrima un hombre sobre los 30 años, quien se identifica como Andrés, el mando de la guerrilla responsable de la cuenca alta del río Tamaná y el corregimiento de La Italia. No viste de camuflado, tampoco porta armas a la vista, aunque lo acompaña un indígena con sudadera militar al que se le adivina una pistola entre los pliegues.

Venir acá nos ha costado un mes de gestiones enviando mensajes por distintas vías, luego dos jornadas de camino, una por la carretera sin pavimento que de Cartago lleva a San José del Palmar, destrozada con los aguaceros y docenas de derrumbes, y otra media jornada siguiendo a pie un sendero que serpentea montaña arriba por el monte. Cada tanto esta trocha tiene la potestad de matar las mulas de los campesinos, que ruedan desbarrancadas o fallecen reventando de cansancio puro.

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Tras la muerte en operativos militares de varios de sus jefes históricos en 2020 y 2021, entre ellos Andrés Felipe Vanegas, Uriel, y su máximo comandante, Ogli Ángel Padilla, Fabián, las opiniones del Frente Occidental del Eln sobre la propuesta de Paz Total del nuevo gobierno eran una incógnita. Esta estructura fue una de las más reacias a los diálogos que el Eln instaló con Juan Manuel Santos en Quito.

Justamente, la negativa de liberar al excongresista chocoano Odín Sánchez, en poder de la guerrilla desde 2016, terminó paralizando durante diez meses aquellas negociaciones. Sánchez fue entregado por Uriel, entonces comandante del frente Che Guevara, al Comité Internacional de la Cruz Roja en Noanamá, a orillas del río San Juan, el 2 de febrero de 2017.

Una semana después se reanudaron los diálogos, que acabaron dos años más tarde, suspendidos por el gobierno de Iván Duque cuando la guerrilla atacó con un carro bomba la Escuela de Cadetes de la Policía en Bogotá, dejando un saldo de 23 víctimas. Aquel atentado fue reivindicado por el Frente Oriental, que opera en Arauca, justo la otra estructura del Eln renuente a las negociaciones.

Todos los vecinos saben quién es Andrés, el hombre con el que vamos a conversar, a quien el Ejército y la prensa dieron por muerto en un combate a mediados de 2017 en el cañón del río Garrapatas. Él explica que el comandante encargado no pudo acudir “por la situación en la zona” y que tendrá que ser en otra oportunidad la entrevista que solicitamos para conocer de primera mano la posición del Frente Occidental sobre los diálogos de paz.

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No obstante, sin cámaras ni grabadoras, Andrés se detiene a hablar media hora. Conoce las enormes expectativas que ha despertado la propuesta de Paz Total del nuevo gobierno y las esperanzas que muchos sectores del país han depositado en el presidente Gustavo Petro.

“Nosotros también tenemos mucha esperanza en él”, dice, apuntando que es cuestión de días para que arranque de nuevo la mesa de negociaciones suspendida por Iván Duque. “Ojalá lo dejen trabajar”, añade.

Según él, están a punto de afinarse los detalles para un cese bilateral al fuego en donde “la fuerza pública no nos ataque ni nosotros los ataquemos a ellos”. Aunque un avión militar ha sobrevolado las montañas toda la mañana y los vecinos cuentan que lleva una semana igual, Andrés ni se inmuta y dice que los últimos meses no han tenido confrontación con el Ejército: “No se han metido con nosotros”.

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Todos los choques fueron con las Agc, como el que ocurrió en Tambito, donde el cuerpo sin vida de un combatiente de las Agc quedó en la mitad de la calle varios días, hasta que miembros del Consejo Comunitario viajaron desde Nóvita para recogerlo.

Sobre las posibilidades de un acuerdo o un cese al fuego del Eln con aquel grupo, el hombre es tajante y despacha el asunto con una frase: “Con ellos no”, explicando que los ‘paras’ ganaron terreno porque entre sus filas hay antiguos miembros de las Farc oriundos del río, que tienen familiares en los pueblos y saben moverse por la zona.

Esta versión ha sido repetida por el Eln y fuentes cercanas a esa guerrilla en comunicados y entrevistas, por lo menos desde comienzos de 2021, pero no pudo ser corroborada con pobladores ni con autoridades locales.

Antes de que se retire, le recuerdo a Andrés que el frente al que pertenece fue uno de los más reacios a los diálogos de paz con Juan Manuel Santos. Pregunto si van a respetar lo que se decida en la mesa de negociaciones o si habrá intentos de disidencia tras los acercamientos de paz en Cuba. “No”, responde, moviendo las manos gruesas, en un gesto como si tratara de juntar con ellas un puñado de aire: “Somos un solo grupo”.

La trocha de regreso se empina montaña arriba y la mayor parte del trayecto parece una avalancha de barro intransitable. Este camino conduce al pasado porque hace cinco años, el 28 de diciembre de 2017, viajé allí para entrevistar a Julio, el comandante del momento, quien se quejó de que el cese bilateral con Santos no funcionaba bien, insistió en que no había divisiones dentro del Eln y enumeró la vieja y larga lista de reclamos que la guerrilla enarbola desde los años sesenta, como si recitara una cartilla mimeografiada, antes de irse a jugar billar con sus hombres. Julio ya no está, lo mató un francotirador del Ejército en octubre pasado cerca de Cucurrupí, otro pueblito olvidado del río San Juan.

Chocó ha regresado al mismo punto en que había quedado todo en 2017, cuando aquel vacío dejado por las Farc lo coparon de inmediato los paramilitares y el Eln en un equilibrio peligroso, mientras la tenue voluntad de paz mutua se atasca en el pantano de estas trochas.

Igual que entonces, la guerra sigue encendida a fuego lento, cobrándose muertos a cuentagotas entre la población civil, en tanto ambos bandos se acechan con recelo, aunque esta vez el presidente haya logrado despertar un entusiasmo sin precedentes, incluso entre los más reacios.

* Nombres cambiados por seguridad.

Camilo Alzate González

Por Camilo Alzate González

Licenciado en literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Cubre temas relacionados con paz, derechos humanos y conflicto armado.@camilagrosocalzate@elespectador.com

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