Carlos Andrés se sentó en el filo de la montaña con vistas a San Juanito, un pueblo pequeño, de menos de 2.000 habitantes, en el noroccidente de Meta. Se quitó las botas pantaneras, que estaban llenas de agua por la incesante lluvia y haber atravesado varios ríos durante la travesía. Se quitó también las medias, las escurrió y sacó su celular, que estaba protegido del agua en una bolsa plástica, hizo una llamada, habló del precio de un arriendo y colgó.
—¿Usted se imaginó, veinte años después, estar acá donde prestaba guardia, haciendo esas llamadas? —le preguntó John León.
Carlos Andrés sonrió y sin dejar de mirar su celular solo respondió:
—Si no teníamos ni siquiera teléfonos en esa época.
Carlos es firmante del Acuerdo de Paz. Estuvo en la exguerrilla de las Farc y ahora, junto a John hacen parte de la Corporación Reencuentros, organización en la que excombatientes apoyan la búsqueda de personas desaparecidas en el marco del conflicto armado.
Antes se llamaba Comisión de Búsqueda de Desaparecidos de las Farc y nació en 2016 para apoya esta labor humanitaria. En abril pasado, adquirió personería jurídica para formalizar el trabajo que llevaban haciendo cientos de mujeres y hombres que dejaron las armas, y se convirtió oficialmente en la Corporación Reencuentros, que John lidera y en la que Carlos trabaja.
A la fecha, la organización le ha entregado más de 600 fichas informativas a la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD) con detalles sobre posibles lugares de entierro, de combatientes de las mismas Farc, del Ejército y de los paramilitares, así como de civiles asesinados en cautiverio.
Carlos Andrés hizo parte del frente 53 del Bloque Oriental de las Farc, que se movía por el sur y noroccidente del Meta. Aunque es oriundo de l Meta, ahora reside en otro departamento. Ese día se encontraba de nuevo en San Juanito acompañando la búsqueda de uno de los secuestrados de las Farc que fue asesinado en cautiverio en la zona rural de este municipio y está desaparecido. Su nombre es James Silva Duque, secuestrado en Restrepo, Meta, el 7 de septiembre de 2002.
La travesía
La jornada empezó a las 4 a.m. A esa hora llegó la camioneta blindada y dos escoltas que conforman el esquema de seguridad de John León: Fredy, un excombatiente, y otro integrante de la Unidad Nacional de Protección. Varios líderes regionales de la Corporación, que en su mayoría son mujeres, también tienen esquemas de seguridad, por las amenazas que han recibido ejerciendo esta labor. En la camioneta de siete puestos acomodamos las maletas y todo el equipo técnico que sirve para delimitar el perímetro de búsqueda. Listo el equipaje, salimos.
A San Juanito se puede llegar por dos vías desde Bogotá: por el centro, hacia los cerros, cruzando el páramo de El Verjón, y los municipios de Choachí y Fómeque. Esta es la vía más rápida, pero la carretera lleva tres meses tapada por un derrumbe después de Fómeque. La otra opción es salir por la vía a La Calera , desviar hacia el páramo de Chingaza, atravesarlo y llegar al Meta por la montaña.
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Así lo hicimos. Al pueblo llegamos a las 8:30 a.m. Desayunamos lo suficiente para aguantar el recorrido: sancocho de pollo, arepas, huevos, arroz y café. Estaba lloviendo y no parecía que fuera a parar. “Es mejor que esté mojado porque la subidita en el calor se siente más pesada”, dijo Carlos Andrés, y guardó su poncho de plástico.
Para llegar al sitio donde posiblemente estaría el cuerpo de James Silva Duque bajamos hacia el valle, cruzamos un puente y luego empezamos a subir por la montaña opuesta. Efectivamente, Carlos Andrés, Fredy y John estaban a gusto con la lluvia porque la subida era dura. “Ahora me salió barriga de estar sentado todo el día manejando el carro, entonces hay que aprovechar cuando se puede caminar”, dijo Fredy, quien militó doce años en las Farc. A pesar de que entonces se movía por las selvas del Caquetá, caminar por esta cordillera le recordaba su tiempo en la guerra: “La vida del guerrillero no es fácil. La gente se imagina que eso son combates, tiros todo el tiempo, pero había veces en que pasábamos meses solo caminando, caminando así... todo el día”, recordó.
Aunque decían que ya habían perdido el ritmo de las marchas que hacían mientras estaban en las Farc, era difícil seguirles el paso en la subida. El camino estaba demarcado, pero la lluvia lo había convertido en un lodazal que solo parecía ser resbaloso para los dos periodistas que íbamos. Mientras tanto John y Carlos Andrés contaban historias de caídas y desmayos de otras personas que ellos habían guiado para conocer la zona. “Hay que ir al ritmo de uno, parar apenas se canse, tomar agua y oxigenar los pulmones”, decía Carlos Andrés, que caminaba detrás de mí. Fredy, nos esperaba más arriba con bombones de Supercoco para recargar calorías. Aún nos quedaba al menos una hora de recorrido y cruzar a pie dos ríos crecidos para llegar al lugar donde podría estar el cuerpo que buscábamos.
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La vida y el secuestro de James Silva Duque
James Silva Duque era abogado de la Universidad La Gran Colombia. En 2002, el año de su desaparición, sus padres, Teresa y Óscar Emilio, afirmaban en la prensa que su hijo no tenía problemas con nadie y que además sufría de taquicardia y debía tomar Isordil de 5 miligramos.
Dos días antes de su secuestro, había empezado a trabajar en Villavicencio en el área administrativa de la Fiscalía. Una compañera de trabajo lo invitó, en su primer fin de semana en el Meta, a un asado en una finca en Restrepo.
Al reconstruir el caso, John León dice que un guerrillero vestido de civil, que hacía parte del cuerpo de inteligencia de las Farc, abordó al grupo para pedirles sus datos. Al saber que Silva Duque trabajaba para el Estado, lo retuvieron. En esa época había instrucciones de no permitir que agentes del Estado estuvieran en zonas de control de las Farc. Era septiembre de 2002, hacía unos meses se había acabado la zona de distensión —un área otorgada por el gobierno del presidente Andrés Pastrana para adelantar el fallido proceso de paz con las Farc— y la guerrilla había decretado que la estrategia era “generar una situación de ingobernabilidad en las regiones”, dice John.
Además, en un texto de la Corporación Reencuentros que documenta este caso, se lee: “Pocos días antes de su secuestro, tuvimos combates con el Ejército en la vereda Los Alpes (Medina, Cundinamarca), que queda aproximadamente a treinta minutos del lugar donde fue privado de la libertad (Silva Duque), y en los que murieron dos guerrilleros. Esto hacía que hubiera mayor tensión de lo habitual en la región”. Las Farc admiten que James estuvo en Restrepo por dos días y que luego fue trasladado a San Juanito, donde había poca presencia del Ejército y el paisaje de montaña hacía más fácil esconder a los secuestrados. De hecho, en esa zona también estuvieron los esposos Rosa y Gerardo Angulo, que a sus 68 años fueron abordados afuera de su casa en La Calera, llevados a este lugar y, tras seis meses de cautiverio, asesinados y desaparecidos. El pasado 3 de noviembre el cuerpo de Rosa fue encontrado por la UBPD, con apoyo de la Corporación Recuentros, la Comisión Colombiana de Juristas y Équitas.
Silva Duque fue asesinado por las Farc ocho días después de su llegada a San Juanito. Carlos Andrés, el mismo exguerrillero que hoy lo busca, fue condenado por la justicia ordinaria por este caso. Fue enfático en decir que los detalles y la verdad que él conoce quiere compartirlos primero con la familia de James.
La familia Silva Duque nunca recibió pruebas de supervivencia. Es más, nunca supieron con certeza si había sido secuestrado. En 2019 su madre, Teresa, mencionó en una entrevista en televisión que aún buscaba respuestas certeras sobre la suerte que corrió su hijo.
Por cosas del azar, Óscar Silva, hermano menor de James, terminó siendo el abogado de Juvenal Ovidio Ricardo Palmera, conocido como Simón Trinidad, uno de los comandantes de las extintas Farc hasta antes de su extradición a Estados Unidos, el 31 de diciembre de 2004. Óscar cuenta que, en su momento, accedió a defender a Trinidad como un acto de empatía, pero también creyendo que esa relación podía ayudarle a encontrar a James. Según contó a la prensa en 2007, la postura del excomandante frente al secuestro siempre fue muy crítica, y a pesar de interesarse en el caso, desde la cárcel no pudo ayudarle a encontrar más información sobre su hermano.
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Contactamos a Óscar para preguntarle si conocía este proceso de búsqueda del cuerpo de su hermano. Manifestó que su familia aún desconoce los detalles del secuestro y asesinato de James. Tampoco sabía que los excombatientes habían priorizado la búsqueda de su cuerpo. “A nosotros nos han tenido al margen de todo por veinte años. Es muy doloroso y estamos dolidos con el Estado, con las instituciones”, dijo.
La Corporación Reencuentros había buscado contacto con la familia, pero no lo había logrado. Fuimos nosotros quienes le dimos la noticia a Óscar de que ya había pistas del paradero de James. Nos pidió la información por escrito para compartirla con su familia en el momento adecuado. Óscar accedió a reunirse con los ex-Farc para empezar un proceso de diálogo que les conduzca a la verdad y la reparación.
Este caso es relevante para la comparecencia de Carlos Andrés ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). De la misma manera, para las Farc es importante documentar estos procesos de búsqueda como parte de sus compromisos ante el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición, más aún cuando el próximo 31 de mayo iniciarán las primeras audiencias de reconocimiento por la responsabilidad del grupo en el Caso 001 sobre la toma de rehenes, graves privaciones de la libertad y otros crímenes concurrentes cometidos por los ex-Farc.
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Muy cerca del lugar donde fue encontrado el cuerpo de Rosa Angulo, John y Carlos repararon en dos árboles. “Acá es”, dijeron saliendo del camino y adentrándose entre los matorrales. Caminaron un poco más, bajando la montaña, sacaron los equipos y empezaron a anotar los números que arrojaba el GPS.
La zona que delimitaron tenía unos veinte metros cuadrados. A simple vista, el lugar era como cualquier otro pedazo del bosque andino que habíamos recorrido por cuatro horas, pero con base en la recolección de testimonios que hacen los excombatientes, John y Carlos estaban muy seguros de que, en algún punto, en esos veinte metros cuadrados estaría el cuerpo de James.
Esta es la sexta visita que los excombatientes hacen a esta zona, que comprende tres veredas en zona rural de San Juanito. Desde marzo de 2018, han hecho recorridos para tratar de encontrar el lugar de entierro, pero no es fácil. Con frecuencia se enfrentan a la incertidumbre porque, en una crecida, un río se pudo haber llevado el cuerpo o el paisaje pudo haber cambiado tanto que dificulta la búsqueda. Este es el tipo de obstáculos a los que se enfrentan, además de las difíciles condiciones de seguridad y la falta de recursos.
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Aprovechando que habíamos llegado temprano, caminamos un poco más para visitar el sitio donde la Unidad de Búsqueda había encontrado a Rosa Angulo. “Duraron quince días acampando en ese lugar, abrían huecos cada veinte centímetros y ahí, donde encontraron el cuerpo, ya habían abierto y tapado. Que la encontraran fue un milagro”, recuerda Carlos. John se alejó del grupo para prender una vela en el altar a la Virgen que los hijos y nietos de Rosa levantaron en su honor.
Para buscar a James fuimos y volvimos el mismo día. Caminamos por más de siete horas, sin almorzar. Buscar a un desaparecido en estas condiciones, decía John, es como encontrar una aguja en un pajar. “Pero hay que hacerlo. Es muy importante y por eso nos jugamos la vida haciendo esto”, decía mientras bajábamos la montaña. Encontrar a James, admite también John, no será fácil.
Lo importante es que el objetivo de este viaje se logró: ya está delimitada el área en la que la Unidad de Búsqueda podrá encontrar, exhumar, identificar y entregar el cuerpo. Solo ellos y el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses tienen los equipos para hacerlo. A partir de las 684 fichas informativas que la Corporación ha proporcionado a la UBPD, se han entregado once desaparecidos a sus familias. “No es un número muy grande”, dice John, “pero para esas once familias lo es todo”.