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Oculto en la selva: así fue como Alejandro Ovalles huyó de la persecución política

A fines de 1977 dos reporteros de la revista Cromos se toparon con un periodista dominicano exiliado en las selvas del Guaviare. Colombia+20 volvió a encontrarlo 45 años después. Esta es su historia.

Camilo Alzate González
27 de agosto de 2022 - 01:00 p. m.
Ovalles volvió al Guaviare y ha escrito una decena de libros. / Héinner Rodríguez
Ovalles volvió al Guaviare y ha escrito una decena de libros. / Héinner Rodríguez

La trama comienza hace medio siglo en las entrañas de la selva. Fabio Roca Vidales y Joaquín Villegas, reporteros de la revista Cromos, flotaban a la deriva arrastrados por la corriente del Guaviare con su bote varado a siete horas río abajo en algún punto del trayecto entre Mapiripán y San José, cuando un hombre “magro” y “barbado” se acercó en una canoa a rescatarlos.

Roca lo describió como “serio, pero en extremo cordial” y acertó al utilizar ambos términos. El hombre los llevó a almorzar y les enseñó cómo conservar vivo y fresco un bagre gigante amarrándolo de la canoa, como si fuera “un perrito”. Su sorpresa fue mayor cuando aquel hombre les confesó que él también era periodista.

Era Alejandro Ovalles Ángeles, un reportero y escritor dominicano que había llegado cuatro años antes a Bogotá trepando al primer avión que pudo, luego de esquivar unos pistoleros que fueron a matarlo en la calle Santiago de Santo Domingo: “logré burlarlos”, contó entonces a los enviados de Cromos.

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Ovalles tenía un programa en el canal Color-Visión llamado Ante la opinión pública, además escribía para Listín Diario, El Nacional y la revista Hora. Sus posturas contra el gobierno de Joaquín Balaguer le granjearon, de acuerdo con su versión, ser perseguido por el régimen: “una dictadura con disfraz democrático”, como la llama.

En Bogotá intentó fundar un colegio, pero resultó estafado por sus socios colombianos. Llegó al Guaviare agarrado del fuselaje de un viejo avión DC3 que lo arrojó en esa selva todavía casi virgen, refugio de marginados, fracasados y perseguidos de todas las violencias, un poco idénticos a él.

Allá hizo una familia, una asociación de pescadores y hasta una academia de historia local. “Cuál título ni cuál escritor –cuenta ahora–, tuve que volverme pescador, ahí comencé a ver la necesidad que existía en una región muy olvidada por el Estado”.

Implacable con las descripciones, Fabio Roca lo contó mejor que yo en su reportaje del 11 de enero de 1978 para la revista Cromos: “resolvió dejar la pesca de noticias frescas en su país, para dedicarse en nuestra feraz jungla a otra clase de pesca, la del bagre”.

Eran días en que las anacondas salían de la selva para enredarse a tomar el sol en la estatua de Bolívar en la plaza de Mitú, que por esos años no era capital de nada, sino un minúsculo rancherío donde no había más de 40 mestizos.

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Allá vivió Alejandro Ovalles trabajando como profesor hasta que la soledad y el ruido insoportable de los animales nocturnos, dice, lo sacaron de nuevo para el Guaviare. Fue entonces cuando llegó a La Fuga, un punto en la confluencia de un caño con el río Guaviare, donde ejerció el oficio de pescador. Allá fue donde lo encontró Fabio Roca Vidales en 1978.

Ese nombre, La Fuga, marcaba la suerte de miles de perseguidos que buscaban suerte en la manigua. Las fronteras no existían o se corrían con los vientos políticos, la comisaría del Guaviare estaba recién creada y “hasta el electricista era brasilero”, recuerda Ovalles, asegurando que alcanzó a conversar con el doctor Uribe Piedrahíta, un tipo que había tratado personalmente a Julio César Arana, el famoso patrón de las caucherías en las primeras décadas del siglo XX.

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“En la selva iban quedando huellas y cadáveres de la esperanza de gente que vivió allí”, sentencia Ovalles, enumerando a los desplazados de la Guerra de los Mil Días y luego a los de la violencia bipartidista, expulsados a esas lejanías, después enumerando las bonanzas fatídicas de la que él considera su tierra: la bonanza de la exportación de pieles, la de la marihuana, la de la coca, y ahora la de la ganadería deforestadora. “Aquí por lo menos respiro aire puro y, sobre todo, libertad”, le contó Ovalles a Fabio Roca: “ahora esta es mi patria”.

Ovalles se convirtió en un personaje ilustre de San José del Guaviare, fue profesor, escribió una decena de novelas y libros, y cultivó la amistad cercana con el obispo Belarmino Correa, famoso facilitador de paz muchas veces amenazado de muerte por la guerrilla y los paramilitares. “Carajo, Alejo, me van a matar”, recuerda Ovalles que solía decirle el obispo, y él le respondía: “a los hombres guapos no los matan, es a los cobardes, no te asustes”.

En la época de la zona de distensión y los diálogos de paz entre Andrés Pastrana y las antiguas Farc, Ovalles viajó hasta La Macarena, en el Meta, por el río Guayabero, para llevar varias quejas de las comunidades por los abusos que la guerrilla estaba cometiendo. En el Yarí conoció al máximo jefe de las Farc, Manuel Marulanda, Tirofijo, y fue allá donde le habló sin miedo, recriminándole por el maltrato y las arbitrariedades que sus hombres cometían con la población. “Son ustedes y el Ejército quienes tienen que sentarse a negociar”, le explicaba Ovalles a Marulanda, mientras aquel le contestaba: “dígale al Ejército que estamos dispuestos a sentarnos con ellos, con los políticos no”. El país sabe bien cómo terminaron esas conversaciones de paz y lo que vino después.

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Según Ovalles, Tirofijo ordenó a sus subalternos que siempre que él pidiera alguna audiencia con las Farc debían conducirlo hasta él: “Ese señor viene aquí a decirnos la verdad”, asegura que fueron sus palabras. Ovalles era un pacifista convencido desde su llegada a Colombia, pues ya en esos días le había explicado a Fabio Roca que prefería el exilio a impulsar un cambio violento en su país y que no era “amigo de las soluciones violentas, mi arma es la pluma, no el fusil”.

Un fragmento del reportaje de 1978

“Era un “Simón” –léase pescador– que surgía para sacarnos del atolladero en que nos encontrábanos a la buena de Dios [...] Alejandro nos halló cuando navegábamos a la deriva, a merced de la corriente fluvial y cuando tratábamos de ganar la orilla.

Dos horas hacía que el motor nipón se había dañado cuando remontábamos el río rumbo a San José, capital de la nueva comisaría del Guaviare. El sol atenazaba y Cassandra, la guacamaya tricolor del reportero gráfico Joaquín Villegas, no dejaba de emitir fastidiosas estridencias.

Alejandro, a quien sus compañeros de pesca llaman ‘El Profesor’, colocó su motocanoa ‘La Trinitaria’ junto a nuestra varada ‘voladora’ y sin preámbulos nos ofreció ayuda.

Anclamos nuestro hermoso pero inútil aparato de locomoción acuática y realizamos el trasbordo para efectuar una travesía de siete horas más hasta el puerto-capital del Guaviare, soportando dos torrenciales aguaceros”.

El anterior fragmento pertenece al reportaje que Fabio Roca Vidales y Joaquín Villegas publicaron en la revista Cromos el 11 de enero de 1978.

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Los recuerdos de ‘Gentil Duarte’

Alejandro Ovalles conoció bien al extinto jefe de las disidencias de las Farc Gentil Duarte y se encontró con él muchas veces, tanto que con sus recuerdos escribió el único libro que se haya publicado sobre aquel guerrillero: El comandante Gentil Duarte: ¿Será el Evo Morales de Colombia?, de ediciones Dipon.

Lo recuerda como un tipo de “conversaciones lacónicas” mientras viajaban juntos en la canoa rumbo a las reuniones con el secretariado de las Farc, acompañados solo por la compañera sentimental de Gentil.

Duarte fue el primer comandante de las antiguas Farc que se apartó del proceso de paz y formó la primera disidencia de esa guerrilla. Ovalles asegura que Gentil mandó a buscarlo dos veces antes abandonar las negociaciones y devolverse con su compañera para la selva, pero él no acudió al encuentro. “Si yo hubiera asistido a esa reunión –se lamenta ahora–, pienso que hubiera tenido la capacidad de persuadirlo”.

Según Ovalles, Gentil se molestó con él por no haber aceptado una reunión después que volvió a la disidencia. Su opinión de Gentil es drástica: “si quería defender a los cocaleros, ¿por qué no aprovechó el Acuerdo de Paz para irse a la plaza pública? Un error irreparable de las Farc fue haberse involucrado en el negocio de la coca”, asegura.

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Ser mediador de paz le costó el segundo exilio a Ovalles: los paramilitares lo acusaron de ser amigo de la guerrilla, comenzaron los rumores que hablaban de un precio por su cabeza y otra vez tuvo que “pasar por encima” de dos paramilitares que lo esperaban para matarlo: “soñaban con beber de mi sangre”. Nuevamente llegó huyendo a Bogotá, donde estuvo 15 años dedicándose a la escritura de varios de sus diez libros, frecuentando las tertulias del Instituto Caro y Cuervo y los eventos de la embajada dominicana.

Del autor de las amenazas en su contra, que ya está muerto, prefiere no decir mayor cosa. Sostiene que evita nombrarlo porque aún hay “muchos callos que pisar”.

Medio siglo y varias violencias después, Alejandro Ovalles Ángeles sigue siendo, a su modo, un eterno escapado al Guaviare, que aún no pierde el acento dominicano.

Y aunque ya no vaya descalzo navegando el río, porque ahora vive en el edificio de tres pisos que construyó con sus propias manos en San José; aunque ya no lleve la camisa abierta y aquel gorro de bolchevique que le agrandaba la apariencia de perseguido; aunque a los 80 años ya no luche con bagres de cuatro arrobas en el corazón de la corriente, esta semblanza tendrá que finalizar con las mismas palabras con las que acabaron su reportaje Fabio Roca y Joaquín Villegas en 1978: “Alejandro el pescador huye de Alejandro el periodista. Alejandro huye, allá en La Fuga”.

Camilo Alzate González

Por Camilo Alzate González

Licenciado en literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Cubre temas relacionados con paz, derechos humanos y conflicto armado.@camilagrosocalzate@elespectador.com

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