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El motor de la camioneta ruge en cada pendiente. Es una Toyota de doble tracción, pero la carretera es agreste y se vuelve más angosta a medida que avanzamos, hasta parecer apta solamente para las motos y las mulas. Son las 10:35 de una mañana de miércoles. La temperatura roza los 28 grados Celsius. Cuando llegamos al filo del cerro, la cadena montañosa se revela al oriente, con todos los matices del verde. Del otro lado, a lo lejos, se ve el mar Caribe y las playas vecinas al parque Tayrona, que atraen buena parte de los 700.000 turistas que recibe Santa Marta cada año.
Después de 50 minutos de recorrido aparecen los primeros hombres armados y vestidos con camuflado verde. Sus brazaletes negros tienen cuatro letras grabadas en amarillo: ACSN. Es la sigla de las Autodefensas Conquistadoras de la Sierra Nevada, el grupo ilegal que controla todo este territorio.
Llegamos hasta su zona de dominio para hablar con José Luis Pérez Villanueva (“Cholo” o “Comando 25″), el jefe militar de los Conquistadores. Hasta ese día, el 12 de febrero pasado, los diálogos de paz anunciados por el gobierno Petro completaban un letargo de más de dos años, pero todo dio un giro en las últimas 48 horas. Este sábado, el Ejecutivo le dio luz verde al inicio de un espacio sociojurídico con las ACSN.
“Anunciamos la decisión del Gobierno de iniciar con este proceso, que más que la desmovilización de un grupo, busca la transformación integral del territorio”, me dijo Óscar Mauricio Silva, quien fue designado por el presidente Gustavo Petro como coordinador del proceso.
“Cholo” se baja de una moto todoterreno y nos saluda. La voz grave, el acento samario. Mide 1,85 m, tiene la piel cobriza y viste un uniforme camuflado distinto al de sus guardias, entre los que hay por lo menos dos combatientes menores de edad. Ambos dicen que ingresaron al grupo hace apenas siete meses.
Cuando prendemos las cámaras para comenzar la grabación, Pérez decide taparse el rostro. Sus respuestas durante la siguiente hora ayudan a entender por qué es tan difícil un proceso de construcción de paz en esta región, que lleva 70 años bajo el control de grupos armados de todos los orígenes.
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El jefe militar de los Conquistadores plantea una posibilidad que solo Comuneros del Sur, el frente que se separó del ELN en Nariño, y la disidencia Coordinadora Nacional Ejército Bolivariano, han puesto sobre la mesa: firmar un acuerdo antes del fin del gobierno Petro. “Si se hacen unas leyes rápidamente donde haya garantía, nosotros estamos dispuestos a dejar las armas”, asegura.
Sin embargo, su afán se estrella con la falta de reconocimiento de varios crímenes cometidos por las ACSN sin los que no podría existir un proceso transparente de cara a las víctimas. Por ejemplo, Pérez niega el vínculo de los Conquistadores con el narcotráfico, que no solo está documentado, sino por el que algunos líderes del grupo están pedidos en extradición por Estados Unidos.
También vacila en aceptar la presión a líderes sociales y juntas de acción comunal, el control de millonarias rentas del turismo, las extorsiones y la responsabilidad del grupo en la ola de asesinatos y desmembramientos que se dan en la Troncal del Caribe.
En Santa Marta se vive con un miedo silencioso, pero todos saben que aún existen las mal llamadas “limpiezas sociales”, que hay una disputa territorial abierta y creciente entre las ACSN y el Clan del Golfo (autodenominado Ejército Gaitanista de Colombia).
“Es una olla de presión que en cualquier momento puede estallar”, dice una defensora de derechos humanos. No es gratuito que en 2024 esta haya sido una de las ciudades con más homicidios del país: 208 casos.
José Mario Bacci, obispo de Santa Marta, lo resume en una frase: “Sería uno demasiado irresponsable si cierra los ojos a esta situación de violencia, que ya no es solamente un problema del campo, sino también de la ciudad, por eso insistimos en que es mejor apostar por un proceso de paz que mantener las fuentes de la violencia”.
Baja intensidad, muchos daños
Un campesino de sombrero vueltiao recorre el caserío que parte en dos la Troncal del Caribe. En cada mano sostiene dos gallos a los que les busca cliente. Lo observan dos extranjeros de cabello rubio y piernas tatuadas, que luego entran a una tienda a comprar víveres.
De repente aparecen seis motocicletas en fila: cada una transporta a dos agentes, todos con pasamontañas, armamento largo y chaleco antibalas con una sigla en la espalda: GOES (Grupos Operativos Especiales de Seguridad), la fuerza élite de la Policía.
No debería sorprender que patrullen la zona. Solo para los turistas es un secreto que acá, tan cerca de las playas paradisíacas que visitan, hay una disputa a muerte entre los dos grupos herederos del paramilitarismo que se mantienen en el país.
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Los pobladores más viejos sienten que viven un déjà vu. A inicios de 2002, alrededor de 14.000 campesinos tuvieron que desplazarse por la guerra que libraron las tropas del paramilitar Hernán Giraldo y Rodrigo Tovar Pupo (”Jorge 40″), el comandante del bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
Los combates fueron tan fuertes, que los grupos enemigos decidieron hacer una tregua, y el 24 de febrero firmaron un acuerdo de cese al fuego que luego derivó en la adhesión de Giraldo a las AUC, como comandante del frente Resistencia Tayrona.
Ahora la dinámica es distinta. Las ACSN y el Clan del Golfo evitan llamar la atención de las autoridades. Saben el impacto que una violencia visible tendría en el turismo y toman medidas para que nada se vuelva público. Pero en Dibulla, Ciénega, Zona Bananera, Fundación, Aracataca y otros pueblos vecinos, la población es testigo de los efectos de su disputa.
Los casos de decapitación y descuartizamiento se han vuelto comunes. “En las veredas se han presentado enfrentamientos durante horas. Se enfrentan bandos de 50 combatientes a cada lado, y las comunidades campesinas e indígenas quedan en la mitad”, dice un líder social que pide mantener su nombre en reserva.
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Pese a que el Clan es el grupo más poderoso del país, penetrar la Sierra no le ha quedado fácil. Luis Fernando Trejos, profesor de la Universidad del Norte, asegura que esa correlación de fuerzas puede explicarse gracias al vínculo de los combatientes de los Conquistadores con la región.
“Todos los miembros de las ACSN nacieron en ese territorio, han crecido allí y de alguna forma luchan por la defensa de su hogar, mientras que los gaitanistas llegan desde afuera, no tienen base social y tampoco tienen apoyos. Eso hace que no puedan acceder a información de inteligencia que les permita golpear de manera más contundente”, dice Trejos.
Para el antropólogo Lerber Dimas Vásquez, quien dirige la Plataforma de Defensores de Derechos Humanos, Ambientales y Liderazgos de la Sierra Nevada (PDHAL), lo que ocurre en este territorio va mucho más allá de una simple guerra por las economías y el control del narcotráfico.
“Nosotros tenemos un problema gigante, que a la vez es de una belleza enorme, y son esas montañas, la Sierra Nevada de Santa Marta. El que domina las montañas domina la parte plana, y por eso reducir esto a que es un tema de rutas por el narcotráfico es simplificar una problemática que tiene 70 años. Las montañas te permiten a ti mantener un control y mantener un ejército que sostiene ese control. Es decir, mantener un brazo armado que te sostiene las economías ilegales, que te sostiene la extorsión, que te sostiene el sicariato y que te sostiene la visibilidad en los territorios”, señala Vásquez.
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Lo que se espera con el espacio de diálogos
Aunque aún no es clara la fecha para la instalación de la mesa ni el inicio de este diálogo, Jennifer del Toro Granados, alta consejera para la paz y el postconflicto del distrito de Santa Marta, puso sobre la mesa cuatro temas a tener en cuenta en ese proceso.
El primero es hablar de economías lícitas, cómo fortalecer el ecoturismo sostenible y la agricultura en la Sierra Nevada. El segundo tiene que ver con el derecho a la verdad para las víctimas. “Tenemos que conocer como sociedad quiénes se han beneficiado de esta violencia y quiénes también han respaldado y han recibido beneficios de estas estructuras sobre todos los sectores políticos”, dice Del Toro.
El tercero es la discusión sobre mecanismos concretos para proteger la vida de defensores y líderes de derechos humanos. Y por último, dice que el proceso debe tener mecanismos de verificación con monitoreo por parte de la sociedad civil.
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Banda La muerte, una nueva amenaza en la ciudad
La grabación se viralizó rápidamente. Ocho hombres enmascarados y portando armas anunciaron que iniciarían una matanza en varios barrios de la ciudad. Ese mismo 21 de enero, el día que circuló el video, ocurrieron tres atentados sicariales. Sobre el cuerpo de una de las víctimas se encontró un cartel con una sola frase: “No estamos jugando. Att.: La Muerte”.
Hasta ahora, las autoridades han dicho que la banda sería una facción de las Autodefensas Conquistadoras que actúa en el área urbana. “Hacen el trabajo sucio para evitar enlodar al grupo”, afirmó una persona. Pérez Villanueva, el comandante militar de las ACSN, niega esa versión.
Sin embargo, al menos tres fuentes -incluida una de la institucionalidad- aseguran que se están manejando otra hipótesis: “La información es que hubo una división interna en el grupo entre quienes están liderando hoy y quien hasta hace poco era el vocero político, conocido como ‘Camilo’, que fue capturado el año pasado y renunció a los Conquistadores. Se dice que, mientras fue vocero, se dedicó a fortalecer un comando de sicarios en la ciudad, y ese comando es La Muerte, que hoy opera bajo su mando”.
El nombre real de “Camilo” es César Gustavo Becerra Gómez. Hasta hace unos meses, era la cara más visible de las ACSN. Convocaba a reuniones, firmaba comunicados y concedió algunas entrevistas. Sin embargo, su rol en la organización se empezó a desdibujar luego de que las autoridades lo capturaron, el 17 de abril de 2024.
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En Santa Marta corría la versión de que, desde antes de entrar a prisión, tuvo roces con algunos miembros del Estado Mayor de los Conquistadores. En diciembre del año pasado, alegando complicaciones de salud, publicó una carta en la que formalizó su renuncia a la organización ilegal.
Sobre los señalamientos de que Becerra es el actual líder de la banda La Muerte, su abogado aseguró que son acusaciones falsas.
Pese a la falta de certeza respecto al origen de la estructura, su modus operandi y las venganzas anunciadas han aumentado la zozobra entre los pobladores de Santa Marta.
“Yo sí quisiera salir de esta vida”
Allá arriba, en los corregimientos empotrados en la Sierra, nadie ha conocido qué es la presencia estatal. Las comunidades campesinas e indígenas se han encargado de abrir los caminos, construir las escuelas, buscarse un sustento, hacerle frente a la falta de servicios públicos.
Tal vez por eso Silva, el jefe negociador del Gobierno en los diálogos con las ACSN, hace énfasis en una idea: “La paz implica dos tránsitos, el de los armados a la vida civil y el de las comunidades al Estado social de derecho. Si no logramos eso, va a llegar otro grupo a repetir lo que se ha visto década tras década”.
Al terminar la entrevista con el jefe de las ACSN, recorremos el camino de regreso con algunos combatientes del grupo. El único con experiencia en la guerra es “Carlos”. Es un moreno de sonrisa fácil. Tiene 49 años, combatió con las AUC y con otros dos grupos ilegales. Dice que se fue casi 10 años para Venezuela, pero al volver encontró otra estructura armada en la Sierra y volvió a entrar a las filas.
Cuando le pregunto si tiene alguna esperanza con el proceso de paz, no vacila. “Sí, yo sí quisiera salir de esta vida. Me gustaría volverme carpintero”.
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Llegamos de nuevo a la casa campesina, donde nos espera una camioneta de platón. Los combatientes se trepan allí y nosotros en la cabina.
Santiago Ramírez, el videógrafo que me acompaña, se sienta en la silla del copiloto. Desde adentro captura una fotografía en la que se ve a “Cachama”, uno de los combatientes jóvenes, reflejado en el espejo retrovisor sosteniendo su fusil.
Empezamos a descender de la Sierra con esa imagen, la misma que los pobladores han visto en los últimos 70 años y que, por ahora, no hay forma de saber si desaparecerá.
