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Tras un periodo de dificultades para comercializar su cosecha y con el riesgo de enfrentar pérdidas millonarias, miles de familias que cultivan papa en Cundinamarca comienzan a ver una luz gracias a un plan integral de rescate que busca transformar el modelo de comercialización y ofrecerles nuevas oportunidades. La Gobernación, que ya venía ejecutando un piloto en varias zonas del departamento, activó una estrategia que busca atenuar una de las crisis más sensibles del campo: la saturación del mercado y los precios injustos.
Según el gobernador Jorge Emilio Rey, la apuesta consiste en movilizar toda la institucionalidad para que las más de 24.000 hectáreas cultivadas en el primer semestre por cerca de 10.000 familias en el departamento, pueda obtener precios justos y oportunidad en nuevos mercados. La fórmula, si bien parece sencilla, ha requerido una inversión superior a los $3.500 millones y el diseño de un modelo que, más allá de la coyuntura, busca evitar que los campesinos abandonen sus tierras por falta de oportunidades.
Hoy, una red de camiones de la Gobernación recorre los 116 municipios de Cundinamarca para comprar los productos agrícolas directamente o ayudar a los campesinos a conectarse con clientes que paguen lo justo. Además, se gestionan maquilas que permiten transformar la papa en nuevos productos como el puré, ampliando las posibilidades de ingreso para los productores. Estos alimentos llegan hoy a colegios del Plan de Alimentación Escolar (PAE), centros para adultos mayores y clientes del sector privado como hospitales, hoteles y casinos.
En entrevista con El Espectador, Marcos Barreto, secretario del Agrocampesinado, destacó que esta experiencia podría convertirse en un modelo nacional para fortalecer la competitividad de los productores en la ruralidad. “Si como administración no los apoyamos de manera integral, los productores van a buscar otras oportunidades en las ciudades y nuestro abastecimiento quedaría en manos de las importaciones perdiendo capacidad en soberanía alimentaria. Esta estrategia demuestra que, incluso en tiempos difíciles, podemos acompañar a los campesinos con transferencia de tecnología y a la vez, garantizar que reciban un pago justo por su trabajo”, señaló.
Los primeros resultados son visibles: hoy, la Gobernación de Cundinamarca está comprando papa a las asociaciones de productores a precios justos y a través de las mismas se transfieren adelantos tecnológicos con la entrega de semillas certificadas para mejorar la productividad y de esta manera contribuir a la disminución de costos de producción y a la protección sus ingresos frente a las fluctuaciones del mercado.
La papa caliente
La crisis que vive el sector no es nueva. Desde hace más de una década, gremios del agro vienen advirtiendo sobre la inviabilidad económica de varias actividades productivas. En el caso de los paperos de Cundinamarca —que producen cerca de la mitad de la papa que se consume en el país—, el problema ha sido la paradoja entre la alta producción y las bajas ganancias.
Una familia campesina puede invertir medio año en cultivar, cosechar y empacar la papa, solo para encontrar un mercado saturado que le paga apenas el 40 % del precio final del producto, mientras los intermediarios obtienen márgenes mucho más altos en pocos días. Frente a esta realidad, la Gobernación identificó un problema estructural y decidió intervenir.
Cambiar el paradigma
Elizabeth Valero, gerente de la Agencia de Comercialización y Competitividad para el Desarrollo Regional (ACODER), explica que la estrategia cambió la lógica tradicional: ya no es el campesino quien debe cargar su cosecha por trochas y venderla a precios injustos, sino que es la administración la que llega hasta las veredas, recoge la papa y ayuda a colocarla en mercados adecuados.
La propuesta fue bien recibida y, con el liderazgo de la ACODER, los productores comenzaron a organizarse en asociaciones campesinas. Hoy, más de 1.000 colectivos están vinculados a la estrategia, que además de comercializar, contribuye a reducir la pobreza multidimensional, fortalecer los lazos familiares y fomentar el arraigo en el territorio.
Con el apoyo institucional, los paperos han realizado “papatones” en peajes y ventas directas en puntos estratégicos de Bogotá, como Suba, Usaquén y la Plaza de Bolívar.
Valero lo resume así: “Cuando comenzamos, había apenas 15 organizaciones vinculadas. Hoy son más de mil. Esto demuestra que sí es posible pensar en un futuro con campesinos en sus tierras, produciendo alimentos y viendo en el campo un proyecto de vida”.
¿Crisis superada? No del todo
Aunque tanto Valero como Barreto reconocen que la estrategia no soluciona todos los problemas estructurales del agro, consideran que es un paso firme en la dirección correcta. Un modelo que puede replicarse en otras regiones del país, bajo un principio básico: el campo colombiano puede ser viable si cuenta con apoyo real y decidido.
“El verdadero objetivo es que estos proyectos, como los cultivos, sean sostenibles en el tiempo. Hoy los jóvenes ven que hay un futuro posible en sus veredas, y eso es lo más poderoso que podemos sembrar”, concluye Valero.
