
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Para: Carlos
De: Cecilia Villanueva*
Perú
Cuando naciste no habías cumplido los nueve meses, pesabas 2.700 gramos y medías 47 centímetros. Eras mi primer hijo, contigo aprendí lo que es tener una vida dentro y a cuidar mi vientre como nunca, porque ahí llevaba un tesoro. También aprendí a poner un pañal, cargar un bebé, dormirlo, expulsarle el chanchito, a hacer de mi cuerpo tu medio de transporte, a hacer de mi cuerpo un lugar confortable para que pudieras descansar cada vez que te dormías mientras te llevaba conmigo de un lugar a otro. Experimenté lo que es el amor incondicional, la alegría con cada anécdota y también el miedo, cada vez que te enfermabas pensando que algo malo nos podía pasar, porque al pasarte a ti también me pasaba a mí. Tu cuerpo vivía fuera del mío, pero tu bienestar era parte del mío.
Luego, empezaste la escuela inicial, la primaria y me llamaba la atención que prefirieras juegos y actividades individuales, que fueras introvertido con un papá y una mamá tan comunicativos, que tuvieras tanto potencial y que prefirieras no compartirlo. Durante la época de colegio tu rendimiento académico siempre fue bueno, excelente, a decir verdad. Como madre y psicóloga, además, siempre estuve muy atenta a tu desarrollo y lo que me llamaba la atención no era lo que hacías, sino más bien “lo que no hacías”.
Parecía que vivías como si estuvieras resignado a vivir. No había emoción, disfrute, pasión, gozo, exaltación, expectativas, ilusión... Observarte así solo me hacía sentir culpable por haber decidido separarme de tu padre antes de que cumplieras los tres años. Recuerdo haber buscado al psicólogo e incluso al director de tu colegio para conversar sobre ti y la respuesta que tuve fue: “No, todos los niños son iguales”.
Tú eras diferente. Llegaste a una familia de padres católicos practicantes y a un colegio religioso de varones. A tus 18 años decidiste contarnos de tu orientación sexual diversa. Ya te he contado que siempre lo sospeché, pero quería esperar a que fueras tú quien me lo confirmara.
La vida me cambió de vivir en blanco y negro a vivir en colores. Volviste a ser mi maestro. Ser una buena madre es una tarea que nunca se termina de aprender y fui afortunada en que la vida me haya elegido para ser la tuya.
Se dice que ser homosexual no define a alguien, sino que es una característica más. Para mí, tu homosexualidad no es solo que te atraigan las personas de tu mismo sexo. Está plasmada en tu disfrute de la música clásica, en la habilidad para crear personajes y tramas cuando escribes, en tu talento al dibujar, en tu inteligencia, en tu empatía y solidaridad con las personas vulneradas, en tu coherencia para hacerte vegano. En la paciencia con que me tratas.
Y así es justamente, por ser como eres, que te amo.
*Hago parte del movimiento Latinoamericano de Madres de Hijes LGBT
Lea aquí las nueve cartas de mamás a sus hijos e hijas LGBT+
Nuestra familia transicionó: carta de mamá a su hijo trans
Tus derechos son mis derechos: carta de mamá a su hijo gay
Me convertí en una autodidacta: carta de mamá a su hijo gay
Has sufrido maltrato y persecución, y no pude protegerte: carta de mamá a su hijo trans
Mi vida es un arcoíris: carta de mamá a su hijo gay
Si eres feliz, yo lo soy: carta de mamá a su hija trans
Ahora solo puedo recordarte: carta de Alba Reyes a Sergio Urrego