Para: Samantha Salas Jiménez
De: Annette Jiménez*
Costa Rica
Cuando mi segundo hijo nació fue una gran felicidad, como cuando esperé a mi primera hija. Lo único que quería era que nacieran saludables y cuidarlos de ahí en adelante. Cada hijo o hija trae una enciclopedia de conocimientos y nuevas experiencias. Aprendemos desde cero con cada una de estas personitas. Cuidar y proteger es una regla que hoy, 29 años después de que naciste y 34 años después de que nació tu hermana, aplico. Sigo pendiente de ustedes, para lo que me necesiten.
Tú, que eres de quien voy a hablar aquí, fuiste siempre un cascabel, un niño feliz e inquieto descubriendo todo lo que le rodeaba. Fuiste buen estudiante, sociable y alegre. Durante tu vida, traté de estar cerca, no solo de tus acciones sino también de tus emociones.
Fue al entrar al colegio cuando mi niño alegre cambió, y lloré cuando me di cuenta de tu dolor y lamenté no haberlo percibido antes. Tuviste que sufrir solo mucho tiempo, y luego me contaste. Un día, con catorce años, me dijiste llorando: “Mami, soy gay, lamento haberte fallado”. Mi dolor más grande fue que me dijeras que me fallaste, jamás me podrías fallar.
Eso fue lo que te respondí y te abracé. No se cayó el mundo, pero sentí temor de que tu vida fuera de sufrimiento y soledad, ya que no conocía nada del tema. Pero tenía claro que a ti y a tu hermana los amaba más que a nada en el mundo.
Mi amor nunca cambió, se hizo más fuerte porque nada ni nadie te iba a violentar, mientras yo estuviera. Contigo aprendí a ver el mundo diferente, a conocer personas que rompen los estándares y el mundo no se cae por ello. Contigo busqué a un grupo de padres y madres que me permitiera contar lo maravilloso que es amar a nuestros hijos e hijas, sin importar a quien decidan amar. Lo más importante es que sean felices sin hacerle daño a nadie. A partir de ese día, me convertí en activista por tus derechos.
Por diez años tuve un hijo gay, pero en ciertos momentos parecía faltar algo. Luego, un día me dijiste: “Mami, creo que me siento mejor en el género fluido”. Me explicaste que querías vestir más neutral y no me pareció mal, tu gusto por la ropa nunca fue radical, pero definitivamente se sintió mejor. Ahí aprendí que quien eres puede ser un autodescubrimiento personal, y como madre, apoyarlo fue importante. Por eso, cuando meses después me dijiste lo que sentías y que eras una chica trans, no me morí. Estabas tan feliz de saber cómo se llamaba lo que sentías. Yo hice lo de siempre: “Si eres feliz, yo lo soy”.
Educarme, en resumen, fue lo más importante.
Puedo decir que he caminado y conocido, que me he educado y que soy mejor persona desde entonces. Defiendo no solo el derecho de mi hija trans a existir, sino que defiendo el derecho de cada persona humana en este mundo a ser respetada y no violentada. Mi vida cambió y fue para mejor, porque amar no requiere esfuerzo; en cambio, odiar sí.
Hoy, hija, eres feliz, trabajas y eres independiente. Eres compositora y tienes tu grupo musical, en el que te sientes realizada. Amas y eres amada. Vives con personas que te aman y te respetan por ser quien eres. Y tienes una mamá que es capaz de enfrentar el mundo por ti. Una muy orgullosa mamá.
*Hago parte del movimiento Latinoamericano de Madres de Hijes LGBT
Lea aquí las nueve cartas de mamás a sus hijos e hijas LGBT+
Nuestra familia transicionó: carta de mamá a su hijo trans
Tus derechos son mis derechos: carta de mamá a su hijo gay
Me convertí en una autodidacta: carta de mamá a su hijo gay
Has sufrido maltrato y persecución, y no pude protegerte: carta de mamá a su hijo trans
Mi vida es un arcoíris: carta de mamá a su hijo gay
Si eres feliz, yo lo soy: carta de mamá a su hija trans
Ahora solo puedo recordarte: carta de Alba Reyes a Sergio Urrego