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Los ríos del norte antioqueño no son solo para las hidroeléctricas

Las comunidades de las cuencas del Guadalupe y el Porce han sentido por décadas los impactos de los proyectos energéticos en la zona. Hoy quieren hacer de su potencial hídrico la base de un desarrollo distinto a través del ecoturismo y el fortalecimiento del campo.

Sebastián Forero Rueda / @SebastianForerr
02 de diciembre de 2019 - 11:00 a. m.
En la zona funcionan los proyectos hidroeléctricos Guadalupe IV, Porce II  y Porce III. / Fotos: Fredy Vargas
En la zona funcionan los proyectos hidroeléctricos Guadalupe IV, Porce II y Porce III. / Fotos: Fredy Vargas

Del río Guadalupe todos tienen recuerdos. Los más viejos hablan de las historias que crecieron escuchando sobre su caudal y la enorme cascada por la que se despeña. Se dice que las aguas de ese río, y el oro que por él bajaba, fueron objeto de litigios entre los indígenas nutabes y los tahamíes, que se habían instalado en cercanías de este cañón para aprovechar sus riquezas. Hoy algunos dicen que han encontrado cementerios indígenas donde aún quedan orejeras, narigueras y collares de los antiguos nativos. Pero del potente caudal del Guadalupe queda poco.

En este río, ubicado en el norte antioqueño, entre Santa Rosa de Osos, Gómez Plata, Carolina del Príncipe y Guadalupe, se instalaron algunos de los primeros proyectos hidroeléctricos en Antioquia, en la década de 1930. Para muchos, El Salto, un corregimiento de Gómez Plata bautizado en honor a la cascada del Guadalupe que tiene lugar allí, es la cuna de lo que hoy es Empresas Públicas de Medellín (EPM), la mayor generadora de energía de Antioquia. Desde Guadalupe I, que entró en función en 1932, y por las décadas venideras estas aguas fueron usadas para la generación de energía y casi la totalidad de la población de la zona estuvo vinculada de alguna manera a los proyectos hidroeléctricos. Ello con las implicaciones que eso traería y que se sienten aún hoy.

Mientras las aguas servían a los proyectos hidroeléctricos, en la comunidad de El Salto había bonanza. “Al pueblo no le dolía nada. No había dificultades, la economía prosperaba, teníamos todas las ventajas. La comunidad tenía el transporte que necesitara en el momento que fuera. La salud era muy buena. El restaurante escolar era algo único”. Así recuerda Odila María Medina, habitante de El Salto, los días en que EPM operó en la zona durante Guadalupe I, II, III y IV. Todos en el pueblo tuvieron que ver, de una u otra forma, con EPM. Pero la bonanza tuvo su final.

Lo que pasó en El Salto es sintomático. Las comunidades que habitan las cuencas de los ríos Guadalupe y Porce, entre otros, han sentido tanto los beneficios como las desventajas de los proyectos hidroeléctricos. Don Eliécer Fonnegra, un productor de Guadalupe, lo sintetiza así: “Esos proyectos dan empleo y la energía la necesitamos para alumbrar, pero sabemos que por ese lado no nos favorece tanto para el agro. La vocación de la población se nos cambia: de trabajar en sus parcelas, se van a trabajar en los proyectos energéticos”. En el campo se van quedando solo los viejos. “Los jóvenes se van porque aprendieron a manejar una máquina, a trabajar en topografía. Aprendieron y no volvieron”.

Resignificar sus ríos

Estas mismas comunidades del norte de Antioquia han empezado a darles otro sentido a las aguas de sus ríos: que no solo alimenten los proyectos hidroeléctricos. De esta región ha surgido un empeño por revitalizar el agro y apostarle al ecoturismo, apoyado por la alianza entre EPM y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que busca fortalecer el desarrollo sostenible. El Salto es muestra de ese esfuerzo.

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Aprovechando la infraestructura hidroeléctrica que instaló allí EPM, entre la que se encuentra el embalse de Troneras, la comunidad quiere hacer de su riqueza hídrica la base del ecoturismo. De la mano de la Organización Caminera de Antioquia, levantaron siete rutas que recorren el cañón del Porce y se adentran en las imponentes montañas del norte antioqueño. “Partimos a redescubrir rutas que había acá, pero que ni siquiera nosotros las conocíamos. Rutas históricas por las que se movieron los españoles en su paso a Yarumal, Angostura y en su camino a Santa Fe de Antioquia”, relata Belén Sepúlveda, habitante de El Salto, quien hoy lidera la transformación turística de la zona.

Allí mismo se encuentra la segunda cascada más alta de Colombia, después de La Chorrera (Cundinamarca), y el teleférico, desde donde se puede divisar la profunda caída, es uno de los más inclinados de América Latina. Para Luis Carlos Ortega, allí el turismo debe ser focalizado en enseñar sobre la historia de la energía en Colombia. “Ese potencial de generación de energía que hemos tenido en el transcurso de más de cincuenta años es lo que queremos mostrarle a la gente para que se den cuenta de que aquí fue donde nació la energía hidráulica en Antioquia”, sostiene.

Santiago Villegas, director de Planeación y Generación de Energía de EPM, sostiene que, en el marco de la alianza con PNUD, el proyecto turístico de El Salto cuenta con todo el apoyo. “Ellos tienen un potencial natural, en biodiversidad y paisajístico espectacular y están descubriendo esa aptitud que tiene el territorio para prestar servicios turísticos. Ahí estamos con todo el acompañamiento y tenemos a disposición del proyecto toda la infraestructura”, sostiene. Referente a las gestiones que hacen falta para que algunas líneas del proyecto se hagan realidad, asegura que se trata de análisis técnicos que en todo caso tendrán luz verde en cuestión de semanas.

Fortalecer el agro

Don Eliécer Fonnegra es un defensor convencido del agro y se opone a que a los jóvenes se les forme con la visión de que el desarrollo está en las ciudades. Por eso hoy en el campo están solo los viejos, dice. Integra la Asociación de Productores Agropecuarios del área de influencia del río Porce (Aspapor), a la que pertenecen 245 productores de cacao de Anorí, Amalfi y Guadalupe. Sostiene que la clave para lograr el desarrollo del campo es asociarse y suplir “el faltante” de población que ha ido a buscar mejor suerte en las hidroeléctricas.

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Según su relato, el agro en esa zona, que produce café, cacao, panela y leche, ha sido débil debido a que ha quedado relegado por los grandes proyectos hidroeléctricos. “EPM contribuyó al desarrollo, pero falló en que no apoyó directamente a la parte afectada. ¿Cómo? Ofreciéndole permanentemente apoyo a los productores, que es lo que ya hoy está haciendo. Porque un impacto negativo con pañitos de agua tibia, eso no funciona”.

Actualmente, a los productores de Aspapor que están fuertemente concentrados en el cacao, la Nacional de Chocolates les compra el grano, y la leche que también producen se las compra Alquería. Los campesinos de esta zona antioqueña parecen estar recuperando la fe en el campo.

Para Carlos Iván Lopera, coordinador del PNUD en Antioquia, ese ha sido uno de los objetivos de la alianza con EPM que apoya la región: construir confianza en la comunidad. Que logren apostarle a proyectos autónomos y sostenibles a largo plazo. “El territorio se está pensando un futuro distinto donde la apuesta es el empoderamiento territorial. Uno encuentra un elemento muy importante a nivel ambiental en el que el agua y los bosques son el eje del desarrollo. Lo que hace la alianza es entablar una mirada a largo plazo y eso lo hacemos tanto con la institucionalidad como con las organizaciones sociales”.

Mujeres por la independencia económica

La transformación del campo también es con las mujeres. Así lo demuestra la Asociación de Mujeres Productoras de Fresa de San José de la Ahumada, una vereda de Santa Rosa de Osos, en pleno altiplano lechero. Hasta hace unos años, en las casas de estas mujeres la plata la ponían sus esposos. Dependían casi por completo de lo que ellos produjeran casi siempre con el ganado de leche. Sin embargo, han empezado a desafiar décadas de tradición.

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En 2017, unas veinte mujeres de la vereda empezaron a reunirse con cualquier excusa solo para juntarse, para acompañarse. Más cuando son víctimas de la violencia. A finales de la década de 1990 y principios de la de 2000, por la vereda pasaban tanto guerrilleros como paramilitares y, producto de ese cruce entre los grupos, varios campesinos cayeron asesinados. A doña Nubia, por ejemplo, los armados le mataron dos hermanos en 1998 y 1999, uno de ellos era el padre de los hijos de doña Silvia, otra de las integrantes de la asociación.

Pero hoy la historia que cuentan es la de sus cultivos de fresa. Desde 2018, estas mujeres han sembrado una hectárea de esta fruta y están produciendo dos toneladas por mes, que envían a Montería. Con lo que les ha dejado este cultivo, varias de ellas han enviado a sus hijos hasta Medellín para que estudien en una universidad. Muchos se quedarán en la ciudad, pero otros volverán a apoyar el campo.

Por Sebastián Forero Rueda / @SebastianForerr

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