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Zinedine Zidane es la elegancia del fútbol, el refinamiento, la exquisitez y el glamur. Dayro Mauricio Moreno Galindo es todo lo contrario. Llegó a esta patria el 16 de septiembre de 1985. Como nació en Tolima, es heredero de la fortaleza de los indígenas pijaos. Por sus venas corre esa valentía inquebrantable de sus antepasados de cuerpos atléticos, cabello lacio y negro. Sin embargo, él quiso lucir más internacional. Por eso, se pintó el pelo de rubio para transformarse en el David Beckham de Chicoral. Ojo, lo mismo hizo Shakira con su pelo negro y la aceptamos sin criticar.
Dayro también hizo de su cuerpo un lienzo para los tatuajes más antiestéticos que existen; ni Dennis Rodman se atrevió a tanto. Y si por algún motivo, Lorenzo lo vuelve a convocar para jugar un amistoso contra la selección que dirige Hernán Darío “El Bolillo” Gómez, seguramente Dayro será capturado, preso y sus derechos serán violados, porque su pinta tiene todo lo que Bukele persigue en El Salvador. Ante los ojos de ese presidente, Dayro pertenece a las maras.
Y justo en la tierra de la pupusa nació el crack Mágico González. El mejor salvadoreño en las canchas hizo lo mismo que Dayro, vivir. El Mágico jugó en Europa y sus compañeras fueron la pelota, la noche y la fiesta. Dayro hace lo mismo y no está mal. Lamentablemente, en un país como Colombia, la incapacidad educativa que tienen los hogares hace que padres y madres, que no educan a sus hijos, les exijan a los futbolistas que sean ejemplo de esa moralidad medieval que es dictadura en muchas familias. De Dayro se atreven a decir que si no fuese por vivir botella tras botella su carrera hubiese sido más exitosa. Yo pregunto: ¿cómo se mide el éxito? ¿Con millones de euros? ¿Con fama europea? ¿Acaso solo es exitoso un futbolista si juega en Europa toda su carrera? ¿Es más exitoso un abstemio? ¿Los que no beben hacen más goles?
Resumir la carrera de Dayro deja en claro que es un futbolista de élite. Debutó hace 22 años con el club que le ha dado todo, el Once Caldas. Fuera de Colombia ha jugado y hecho goles en Brasil, Rumania, México, Argentina y Bolivia. Jugó y marcó en la Champions League. Se coronó campeón de la Copa Libertadores, de la Recopa Sudamericana, de la Liga Colombiana (tres veces), del Sudamericano sub-20, de la Copa Colombia y hoy pelea por la Copa Sudamericana. En serio, ¿les parece poco?
Sigo. Jugó dos Copas América y cuatro Eliminatorias a los Mundiales de Sudáfrica, Brasil, Rusia y las últimas a Estados Unidos, México y Canadá. ¿No les basta? Bueno, ahí les va: ha sido máximo goleador de la Liga Colombiana en siete oportunidades: dos con Once Caldas (2007 y 2010), dos con Millonarios (2013 y 2014), dos con Atlético Nacional (los dos torneos de 2017) y una con Atlético Bucaramanga (2022). Con el pasaporte en alto, fue Campeón de Goleo en La Liga MX con Xolos de Tijuana en 2016.
Sus números son irrefutables, pero los colombianos somos jodidos y los cuestionamientos le caen. Ante esto, subrayo dos puntos. El primero es que ningún colombiano, vivo o muerto, hizo más goles que Dayro Moreno. Hoy suma 370 en toda su carrera. Y si para lograrlo necesitó las parrandas, muy bien por él. El verdadero quién pudiera. Los hinchas de los equipos donde ha festejado Dayro no le piden prueba de alcoholemia, le piden goles. E incluso, me consta porque lo vi en Bucaramanga, cuando él disfruta la noche, los mismos hinchas le regalan botellas de whisky para abajo y le pagan las cuentas. ¿Por qué? Porque él se entrena como pocos, suda la camiseta y siempre hace goles. Señores vigilantes de la moral, un goleador debe hacer eso, goles, no dar clases de catecismo.
El segundo punto es que con la felicidad que provoca Dayro se destapan millones de botellas en Colombia y eso le ayuda al país en educación, salud y deporte. En la última convocatoria de la Selección Colombia, Lorenzo no se hizo el sordo y escuchó el clamor popular. Llamó a Dayro. En Barranquilla, tierra carnavalera, Dayro fue el más aplaudido. Ni los millones de euros de Lucho Díaz y James, ni los rayitos de Richard Ríos lograron el fervor popular que bien ganado tiene Dayro. A Dayro lo ama la Colombia futbolera, y a quienes nos sobra mucho mes al final del sueldo, lo amamos más. Porque justamente él refleja ese ser auténtico. Él goza la vida sin darles importancia a las malas lenguas y los moralismos clasistas.
Pero, devoción aparte, el dato es puro. Cuando Dayro llegó a Barranquilla, celebró él, su familia, sus amigos y todas las tiendas y bares del país. Porque sus ventas, sin duda, subieron. Y aquí, para los que lo critican, debo remarcar que, a punta de licor y goles, Dayro ayuda más que los políticos. Pues, en Colombia, el impuesto que se paga por consumir bebidas alcohólicas va directamente a esos tres rubros. La Ley 1816 de 2016 reza: “De la totalidad de las rentas derivadas del monopolio del alcohol potable se destinará por lo menos el 51 % a salud y educación, y el 10 % a deporte”. Gracias, Dayro.
Dayro y el trago han estado juntos desde que se cruzaron. En una de sus distintas épocas en el Once Caldas, el patrocinador principal era Aguardiente Cristal. El gerente de Cristal le pidió a Dayro que, si hacía gol, saliera corriendo a abrazar y festejar con la botella inflable que estaba en una esquina. Dayro cumplió y tuvo una caja de aguardiente y otra de ron para el tercer tiempo. Ahora es imagen de Aguardiente Amarillo y Cerveza Águila, y las dos marcas han incrementado sus ventas en las últimas semanas porque Dayro se puso la tricolor de La Sele. Esa relación de tapas, botellas y goles no tendrá divorcio. Incluso, su técnico actual en el Caldas, Hernán Darío “El Arriero” Herrera, celebró hace un puñado de días un gol con Dayro así: brindaron con copa en mano, pero con agua. El público fue feliz.
Ver a Dayro hoy es como ver a Maradona cuando volvió a Boca. La misma pinta. El Diego de la gente se tinturó el pelo, horrible, de azul y oro. Usaba, por igual, colores y marcas extravagantes. Dayro usa esmaltes en sus uñas que parecen avisos de neón fluorescentes de bares ochenteros. Su diseño de sonrisa es lo que le sigue a antinatural, su odontólogo, que más bien parece caricaturista, merece cadena perpetua en trabajo comunitario. Pero ninguno, ni Maradona ni Dayro, deben ser cuestionados por sus vidas privadas y looks.
El Diez de Nuestra América dijo: “prefiero ser drogadicto que un mal amigo”. No tengo duda de que Dayro prefiere ser bebedor y parrandero, que un mal amigo o un mal padre. Y ya para el pitazo final de este texto, traigo las palabras que le escribió y cantó Manu Chao al eterno zurdo de Fiorito: “si yo fuese Maradona, viviría como él”. Y si yo fuese Dayro Moreno… viviría como él.
Goleador, gracias por tanto, perdón por tan poco. Y hoy una copa no alcanza, van 40 copas a su nombre: ¡salú!
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