Carta a David Ospina, un héroe con capa

Dice este homenaje al portero colombiano, previo al juego ante Chile en la Copa América: "Volviste a Brasil para ponerles el pecho a los disparos y defender a todo un país; especulo y creo que tu mismo viejo te dio la bendición y te motivó para que volvieras a defender nuestro arco. Lo harás como lo has hecho siempre, principalmente por él, por tu mamá, por tu familia y después, por nosotros, por Colombia".

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Farouk Caballero / especial para El Espectador
28 de junio de 2019 - 02:51 p. m.
Tiro desde el punto penal detenido por David Ospina frente a Perú, en los cuartos de final de la Copa América Centenario 2016 en Estados Unidos / Archivo (DON EMMERT-AFP)
Tiro desde el punto penal detenido por David Ospina frente a Perú, en los cuartos de final de la Copa América Centenario 2016 en Estados Unidos / Archivo (DON EMMERT-AFP)
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Admirado David, muy buen día.

Empiezo estas líneas diciéndote que eres orgullo nacional para todos los colombianos que amamos el fútbol y que inflamos el pecho con cada atajada tuya.    

Tu valentía no está del lado del decir, sino del hacer. Hablas poco y atajas mucho. Cuando todo está perdido, cuando el último defensa resbala o patea el aire, tú nos salvas con atajadas que rompen todas las leyes de la física. Como hábito, tú tapas pelotas imposibles. La lógica dice que no llegarás a ese balón, pero eso te tiene sin cuidado, porque tú eres de los colombianos berracos. De esos que saben que, antes de vivir, en Colombia se sobrevive. Por lo tanto, dan mucho más que su 100% y lo hacen porque aman este suelo con el mismo fervor con el que tu sudas la camiseta número uno de la Selección Colombia.

Y si vivir en Colombia es un acto de fe, pues justamente de esa forma vuelas. Solo tú tienes la fe para tapar esas pelotas; por eso no dudas en despegarte del suelo cada vez que el rival te obliga. Desde las tribunas o desde el otro lado del televisor, millones de colombianos movemos los brazos porque la fe futbolera nos hace creer que podemos ayudarte en tu vuelo para que no te caigas. Nosotros solo apoyamos, pero tú haces milagros acrobáticos para proteger el arco, nuestro arco.

Hoy eres el número uno y brillas en la Copa América de Brasil, pero llegar no fue fácil. Desde tu nacimiento, el 31 de agosto de 1988, pasaron 60 meses para que patearas un balón con técnico y compañeros. A los cinco años tu padre, Hernán Ospina, te llevó a la Escuela Alexis García para que el fútbol sirviera de antídoto ante la amenaza latente de las drogas y la violencia tan características en la mayoría de los barrios populares de Colombia. Te tocó el barrio Santa María La Nueva de Itagüí. Y los combos (parches, pandillas, etc.) de los años noventa siempre infundían temor, pero el fútbol te marcó el camino.

El encuentro

El inicio de tu historia con los guantes pasó después de un cambio de frente largo y preciso. Eras delantero y te metiste debajo de los tres palos. El destino quiso que el arquero que debía tapar no llegara y sucedió lo inevitable: tú y el arco se encontraron para marcar la historia del fútbol colombiano con voladas de antología. El niño delantero, sin alharaca, cambió de misión. Renunciaste a marcar goles y decidiste evitarlos.

Poco a poco te apasionó la posición más desagradecida del fútbol, pero ni modo, David, eres un distinto. Cambiaste los goles por los guantes y llegaron las raspadas. Volabas de palo a palo en las canchas de Medellín y tus piernas sufrían, al igual que tu madre, Lucía Ramírez, quien con limón, Isodine y agua oxigenada te curaba las llagas que quedaban en glúteos y piernas después de cada atajada con aterrizaje forzoso.

Tu talento crecía, pero tu estatura no. Padeciste por ser el más pequeño de la escuela de fútbol. Los médicos lo llamaron crecimiento tardío, pero tú y yo sabemos que la sabiduría popular lo diagnosticó mejor: “el pelao se estiró tarde”. Así dijeron tus hinchas que ya eran varios en el barrio y en las canchas.  

Alcanzaste los 186 centímetros y a los 14 años te compró Atlético Nacional. Viviste tu primer título profesional desde la tribuna. Te faltaban dos meses para cumplir 17 años y ya eras campeón del fútbol profesional colombiano. Te colgaste tu primera medalla profesional a tus 16 años. Te tocó el número 25 y estabas de tercer arquero después de Andrés Saldarriaga, titular, y del argentino-boliviano Leonardo Fernández, suplente.

2007: el año de David

Si el fútbol tuviese calendario propio, sin duda el 2007 debería marcarse con tu nombre: el año de David Ospina Ramírez. Volviste de una Selección sub 20 y el profe Pinto te llamó a la Tricolor absoluta. Allí despegó tu carrera profesional para alegría de todos los futboleros en Colombia, Francia, Inglaterra e Italia.

Fue un 7 de febrero en Cúcuta contra Uruguay. Sé que no olvidas la fecha, porque además ese día también debutó El Tigre Falcao. Ambos estaban en el banco y tu turno se dio por la expulsión de un grande, quien hoy es arquero de la Selección Colombia celestial: Miguel Calero. El destino una vez más te puso a prueba y respondiste. Calero cometió penal, fue expulsado y tú, sin siquiera tocar el balón una vez, ya habías recibido tu primer gol en la Selección Colombia. Tu verdugo fue El Loco Abreu.  

Así fue tu debut, jodido, y aunque pareces de goma en el arco, tienes la dureza necesaria en el carácter para pelearla siempre, David. En aquella transmisión, el narrador William Vinasco Ch soltó un comentario premonitorio: “A tapar, a tapar Ospina que usted es grande”. En la misma tónica, un filósofo paisa que conocía de primera mano tus condiciones y que hacía las veces de comentarista, Juan José Peláez, dijo: “Esos son los buenos bautizos, Tito (Puccetti). Deje y verá que este muchacho va ser un gran arquero”.

Tu bautizo tuvo dos goles más en contra, Abreu repitió de penal y Gonzalo Vargas te liquidó, pero eso quedó en la estadística. Habías debutado en la de Mayores, el sueño de niño estaba cumplido y el trabajo ahora era por un país entero.

Ninguno de los comentaristas premonitorios se equivocó y los ratificaste muy rápido, David. El 17 de junio de 2007 te coronaste campeón como arquero titular de Atlético Nacional. Tenías 18 años y nueve meses y medio. Los estudiosos de los números contarán los días exactos, pero eso no importa mucho. Alzaste tu primera copa como titular con 18 años. Paraste los ataques de un Montero inspirado y un Marangoni que antes de encontrarse contigo era infalible. Rompiste todos los récords de edad y aun nadie te ha quitado tu logro histórico. Eso sí, apenas el festejo te dejó, cumpliste con tu tradición: llamar a tu padre después de cada partido sin importar si es por el título o por la cuarta fecha. Lo haces siempre para pedirle su opinión sobre tu actuación y la de tus compañeros.    

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Se empezó a conversar de tu grandeza y destreza en el arco, pero también de tu valentía en los achiques cuando arriesgas tu cuerpo, como un gladiador, para defender tu arco. Hablaron los escépticos que jamás han faltado en tu carrera, pero les contestaste pronto a los criticones de lenguas venenosas. Fuiste bicampeón en El Campín, donde otro grande del arco, René Higuita, le dio la primera Libertadores a tu amado Atlético Nacional el 31 de mayo de 1989; tú no habías cumplido un año. Y digo que tu consagración fue en el Campín, porque ahí derrotaron 0 – 3 a Equidad. Luego, el 19 de diciembre del 2007, viviste un 0 a 0 de trámite para ser bicampeón del fútbol profesional colombiano con solo 19 años. Quiero dejarte en claro, David, que para muchos esta hazaña ya es la cúspide de sus carreras futbolísticas, pero eres distinto. Tú querías más.

Niza, los viejos, La Mota y el Arsenal

Tus actuaciones cautivaron al fútbol francés. El Niza se fijó en ti y te compró. Con ese dinero les cumpliste un sueño enorme a tus viejos: les regalaste una casa en el barrio La Mota de Medellín. Sin embargo, tus días en Niza eran terribles. Jessica Sterling, tu compañera, tuvo que transformarse en la gran mujer que está al lado de todo gran hombre. Te dio sus manos, compañía y sus abrazos para aguantar. Te cargó cuando le tocó. Te condenaron al banco y con berraquera soportaron los embates de un mundo extraño, sin arepas ni frijoles, y de un idioma elegante, sin “vos”. Te quisiste devolver muchos días, pero aguantaron. Sufrieron, sí, pero ganaron y las victorias con sacrificio se disfrutan más que aquellas que llegan sin esfuerzo. Te llegó la oportunidad y tomaste la titular para afianzarte. El tiempo doloroso pasó y te volviste figura del equipo.

Niza te amaba y aún te recuerda, David. La hinchada coreaba tu apellido y llegó un motivo más para darlo todo: Dulce María. La bebé de padres colombianos nació en Francia y te dio una mayor responsabilidad. Desde ahí tu tranquilidad y profesionalismo se volcaron para darle todo a la luz de la familia.

Luego, llegó Brasil 2014. Tus voladas y salvadas de superhéroe, junto a los goles de Falcao y al trabajo del resto del equipo, nos llevaron después de 16 años a un Mundial. En la máxima cita del fútbol tapaste cinco partidos y superaste en este rubro a Higuita, Córdoba y Mondragón. A este último, incluso, le permitiste ser aplaudido por el mundo del fútbol cuando le entregaste tu puesto, ante Japón, para que culminara su carrera. Faryd tenía 43 y tú, 25. Tu juventud no pelea con tu veteranía en las canchas. Tienes la templanza y la prudencia de un viejo, pero los reflejos felinos de un pelao de canchas de arena. Aquí sí debo decirte algo y me perdonarás la franqueza, David. De todo corazón espero que te retires también después de los 40. Que nos des muchas alegrías en la década que viene, pero por el amor a Dios, no sigas los pasos de Faryd en el comentario deportivo, te lo suplico.   

Nos eliminó Brasil, pero tu Mundial, como el de todos tus compañeros, fue extraordinario. También tenías una motivación extra, pero de momento dejémosla ahí. Tus voladas hicieron que muchos equipos europeos te pusieran los ojos encima y abrieran sus chequeras. El Arsenal ganó la puja y llegaste a Londres a defender los colores de un histórico de Europa. Al otro lado del mundo, el canal Teleantioquia visitó a tu padre para la nota de rigor; él, con la franqueza propia que es marca familiar, les dijo: “Yo en estos momentos no sé cómo expresar las alegrías que nos ha dado este muchacho […] yo no sé si es que estamos soñando o es la realidad, nosotros tenemos que despertar algún día de esto ya cuando lo veamos en el Arsenal”.

Te adaptaste rápido y te metiste en el corazón de los hinchas. Te entrenaste por un puesto con rivalidad digna y sana; primero con Wojciech Szczęsny y luego con Petr Čech. Volvieron las críticas por tu estatura, pero respondiste con talento, tesón y disciplina. Te ganaste un lugar en esa hinchada que ha visto a tantos grandes. Coreaban tu nombre en cada despeje de portería y era un espectáculo verte. Los ingleses, quizá los más tercos del mundo, aceptaron que un arquero no tan gigante podía ser un referente. Una vez más rompiste los esquemas, David. 

Tu aventura en Londres te trajo grandes alegrías. Ya vamos a lo futbolístico, pero primero hablemos de lo más importante en Inglaterra: el nacimiento de Maxi, tu hijo menor. Jessica llegó embarazada a Londres y el 26 de enero de 2015 nació el calidoso Maximiliano. Si las cuentas no me fallan, David, Jessica estaba en embarazo antes de Brasil 2014. Esa fue tu motivación extra, por eso te entregaste el triple. Ahora entiendo todo, tenías doble responsabilidad familiar como padre y esposo. 

Volvamos al arco. Tapaste partidos memorables en Champions League, Premier y demás copas inglesas. Te mediste mano a mano con artilleros de primerísimo nivel y muchas veces ganaste. Griezmann, Cavani, Morata, Lukaku y Harry Kane fueron testigos y víctimas de tus atajadas sobrehumanas, pero quizá Diego Costa fue quien más sufrió con tu destreza, David.

El 27 de mayo de 2017, una década después de tu primer título profesional, te coronaste campeón de la FA Cup como titular. El partido terminó 2 – 1 en el mítico Wembley. El niño de Santa María La Nueva fue campeón de uno de los torneos más importantes de Inglaterra y del mundo. El sueño de tu padre y de toda tu familia estaba cumplido, pero para lograrlo fuiste una muralla contra Diego Costa. El temible Lagarto tuvo un mano a mano contigo. Todos tus compañeros fallaron. Eras tú contra él. El balón estaba dividido y una vez más, como nos tienes acostumbrados, te jugaste la vida. Fuiste de frente con alma y corazón. Ganaste. Costa logró patear, pero ya le habías cerrado todas las opciones. Tiro de esquina y ovación eterna de la hinchada.

Moses también lo intentó en ese partido, pero llegaste abajo y le ahogaste el grito de gol. Sin embargo, tú sabes que Costa es testarudo como pocos. Volvió a la carga y te venció por un balón que rebotó en un compañero tuyo y te desubicó. El partido siguió y ustedes ganaban 2 – 1, pero faltaba otro duelo. Costa volvió por el empate, bajo el balón en el pecho y te fusiló a un metro. Era gol, debía ser gol, pero tú, David, naciste con una valentía realmente inquebrantable. A los fusilamientos que te han sometido, siempre le pones el pecho, la cara, la vida. El balón rebotó en ti y salió. Ni Costa, ni Chelsea, ni nadie lo podía creer; por eso Monreal te abrazó con su alma por salvarlos cual héroe de película hollywoodense que salva al mundo al final. En este caso, el mundo era el Arsenal. Volviste a vencer las leyes de todo, eres un distinto y merecido campeón.        

La humanidad de un superhéroe

De tu etapa en Arsenal, David, recuerdo tres cosas dichosas y una más humana. La primera fue cuando el larguirucho y sabio Wenger dijo que en ti tenía a un arquero de “clase mundial” y usó un adjetivo que te define con precisión: “fantástico”. No se equivocó. La segunda fue, como nos tienes acostumbrados, milagrosa. Pertenecías al Arsenal, pero como siempre estuviste listo para la Tricolor. Viajaste a Chile para la Copa América y el 26 de junio en Viña del Mar, contra Argentina por cuartos, rompiste todas las leyes de la gravedad.

Pastore desbordó y sacó el pase de la muerte. Era nuestra muerte. El Kun Agüero te fusiló a quemarropa. Ibas a tu palo derecho, pero sobre la marcha le ahogaste el grito de gol con un reflejo fenomenal de tu pie izquierdo. Ya la jugada era inexplicable, pero el rebote le quedó a un metro de la raya de gol a un extraterrestre: Lionel Messi. Messi sabía que era gol. Cabeceó con el arco solo. Otra vez era nuestra muerte. Ningún guionista podía ser lo suficientemente ingenuo para decir que nos ibas a salvar. No había salvación. No había forma de evitar ese gol, pero tú, David, eres un héroe con capa. Rebotaste del piso como si fueses de caucho y con tus manos entraste para siempre en la antología de las mejores tapadas de la historia. Teóricos han dicho que fue por tu fortaleza de piernas y abdomen. Otros, que por tu saltabilidad y quizá tengan razón en lo meramente técnico, pero para mí atajaste esa pelota con el espíritu gigantesco y la valentía descomunal que solo tienen los distintos. Es decir, hiciste una de las mejores atajadas de la historia del fútbol aferrado a tu fe futbolera. Ni el más hincha de los hinchas podía creer tu atajada.

El mismo Messi quedó hipnotizado con lo que estaba viendo. Por eso, dijo: “No pensé que se levantaba. Pensé que ya quedaba en el piso y cuando lo vi ahí sacandolá me quería morir”. El nacido en Rosario había sido testigo de un milagro que seguramente tiene que ver con otro rosario, el que cada partido que tapas hace tu madre para que no te metan gol. En aquel juego, el rosario de tu mamá fue la única explicación, porque tu atajada fue un milagro.

Tus actuaciones nos hicieron creer que eras 100% superhéroe, pero algo de humanidad debías tener. Como en todas las buenas historias, David, los detalles nos anticiparon el desenlace. En una decisión equivocada, jugamos en Barranquilla, de noche, contra Paraguay el 5 de octubre de 2017. Nosotros mismos invitamos a la oscuridad. Fallaste en dos balones fáciles, quizá fue tu peor partido en la Selección, pero te levantaste. Nos tocó remar de más en Perú, pero tus atajadas, los goles de James y el trabajo del resto del equipo nos llevaron a Rusia 2018.

Clasificamos y te llegaron las críticas. No pasabas un buen momento, pero el pueblo futbolero de Colombia te apoyó y el cuerpo técnico, en cabeza de Pékerman, te ratificó. Hiciste un Mundial destacado. Nos salvaste mucho y rompiste todos los récords para arqueros colombianos: sumaste nueve partidos en mundiales, David, y todavía puedes seguir sumando. No alardeas y tienes la prudencia del que se sabe talentoso y no anda pregonando lo que no tiene, como el farandulero mediocre. Con 30 años, ya superaste lo hecho por Higuita, Córdoba, Calero y Mondragón, no es poco.

Olvidaba la última dichosa de esta etapa. Fue en Moscú contra Inglaterra el 3 de julio de 2018 por los octavos de final del Mundial. En un partido muy duro, Mina nos salvó y llegamos a los penales. Falcao, nuestro capitán, no le huyó a la responsabilidad. Pateó el primero y adentro. Kane, que ya te había marcado de penal, nos volvió a vacunar. Cuadrado siguió clarito, 2 – 1. Rashford emparejó las cosas. Muriel, como si estuviese en las calles de su Santo Tomás (Atlántico), con total frialdad nos puso arriba 3 – 2. Y llegó tu momento, David. Jordan Henderson pateó y volaste a tu palo izquierdo. Nos diste la ilusión e hiciste que Colombia temblara, porque seguro tu atajada generó un pequeño movimiento telúrico en nuestra patria, pues todo el país futbolero saltó al mismo tiempo para celebrar tu hazaña. Tres penales por lado e íbamos arriba 3 – 2. La ratificación quedó en los pies de Matheus Uribe, pero falló. Por los ingleses acertó Trippier y emparejó todo. Por nosotros, Bacca también lo botó. Dier les dio el paso a ellos y selló nuestra eliminación.

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Después de Rusia 2018 llegaste a Napoli para defender los colores que un día vistió el eterno Diego Maradona. Desde ahí la peleas ahora y hoy buscas nuestro sueño americano para darle de nuevo una Copa América a este país que tanto lo necesita. Créeme, David, que todos los que te hemos visto crecer estamos contigo si te toca ser titular frente a Chile. También sé que tu familia pasa por un momento durísimo y los hinchas que hemos seguido tus esfuerzos diarios te mandamos toda la fe y la mejor vibra posible. Nos dejaste clasificados y visitaste a tu padre para abrazarlo. Firmaste, por enésima vez, tu hoja de vida como buen hijo. Volviste a Brasil para ponerles el pecho a los disparos y defender a todo un país, aquí especulo y creo que tu mismo viejo te dio la bendición y te motivó para que volvieras a defender nuestro arco. Lo harás como lo has hecho siempre, principalmente por él, por tu mamá, por tu familia y después, por nosotros, por Colombia.

Este viernes darás todo para clasificar y desde Medellín, tus padres, rosario en mano, te apoyarán. Tu esposa, tus hijos, tu hermana y sobrina también estarán contigo. Tus amigos de infancia y el resto de hinchas que has cautivado con tu entrega estaremos gritando con el alma en la boca por ti, por ustedes.

Me queda poco por decir, así que solo te agradezco por ser el guardián de nuestro arco. Por entregarte como debemos entregarnos todos en nuestras profesiones. Por eso, David, gracias. Y gracias porque sin duda le contaré a mis hijos del superhéroe con capa que luchó y dejó todo en cada batalla por darle una alegría a su pueblo acostumbrado a sufrir: Colombia.

Con toda mi admiración,

Farouk Caballero

@faroukcaballero

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Por Farouk Caballero / especial para El Espectador

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