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Liverpool vive días espesos, de esos en los que cada declaración pesa más que un resultado y cada ausencia se siente como un síntoma. La tensión explotó alrededor de Mohamed Salah, quien pasó en cuestión de semanas de ser el emblema renovado hasta 2027 a convertirse en un futbolista incómodo, desplazado y abiertamente molesto con su situación.
El proyecto de Arne Slot tenía como carta de presentación un mercado millonario, fichajes destinados a refrescar la competencia interna y a modernizar el estilo. Pero la inversión no se ha visto reflejada en la cancha.
Lo que sí se ha evidenciado es la ruptura de jerarquías y la pérdida de ciertas sociedades que sostenían el andamiaje ofensivo. Salah ha sido, quizá, el primer gran damnificado. Tres partidos consecutivos en el banquillo terminaron por colmar su paciencia, y el egipcio lo expresó sin rodeos tras el compromiso ante Leeds: había recibido promesas en verano, confiaba en su relación con el entrenador, pero hoy siente que “no tiene ninguna”. Más aún, dejó caer una frase que retumba en Anfield: “Siento que el club me está traicionando”.
Son palabras duras, inhabituales en él, un futbolista que pocas veces expone conflictos internos. Pero esta vez decidió hacerlo, incluso admitiendo que no entiende por qué se quedó sin lugar en el esquema y por qué, a su juicio, alguien dentro del club no lo quiere. A partir de ahí, la tormenta se volvió inevitable.
Y entre las causas del descontento surgió un punto que en Liverpool: la partida de Luis Díaz. El colombiano, ahora figura en el Bayern, dejó un vacío competitivo y emocional. The Athletic señaló que uno de los factores que empujaron a Salah a estallar fue precisamente la salida de un socio con el que construyó una de las etapas más fluidas del Liverpool reciente. Para el egipcio, el equipo de la temporada pasada estaba diseñado para potenciar sus virtudes, y en ese engranaje Lucho era fundamental. Con los nuevos refuerzos, admite, no siente esa sintonía.
“Le encantó jugar junto a Díaz, Núñez y Trent Alexander-Arnold, quienes se fueron”, apuntó el medio británico. Perder esa estructura, para Salah, fue perder una parte de sí mismo dentro del campo.
Y es que la dupla entre Díaz y Salah no solo era funcional: era un lenguaje compartido. Más de 126 partidos juntos, con 82 victorias, 27 empates y 17 derrotas, hablan de una sociedad que se consolidó en cifras y sensaciones. Tuvieron participación directa en 12 goles, con siete tantos de Díaz tras asistencia de Salah y cinco construidos a la inversa. Más allá de los números, había una afinidad nacida del juego y sostenida en lo humano. El propio Díaz lo definió así: “Es un gran tipo y hay una conexión muy especial entre él y yo”.
Anfield lo sabía. Y Salah también, al punto de despedirse del colombiano con un mensaje que hoy resuena distinto: “Como compañero de equipo eras más que confiable; eras una inspiración. Como amigo, aún más”.
Ese vacío, sumado a la sensación de desplazamiento, parece empujar al egipcio hacia una salida en invierno. Sin embargo, nada es simple en un club que intenta recomponer su identidad mientras lidia con la frustración de su máxima figura. Entre el malestar del ídolo y la nostalgia por la sociedad que alguna vez sostuvo al equipo, Liverpool vive un momento decisivo: entender si este conflicto es una herida pasajera o el anuncio del final de una era.
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