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Entre la poesía y la profundidad del océano, Carolina Pulido Ariza ha encontrado un lenguaje propio. Esta apneísta y escritora colombiana representó al país en el Campeonato Mundial de Apnea de Profundidad AIDA 2025, realizado en Limassol, Chipre, entre el 20 de septiembre y el 3 de octubre.
Recibe a El Espectador en Roma, donde se encuentra actualmente tras su paso por Chipre, habla de su historia, aprendizajes y los desafíos de ser mujer en un deporte extremo.
Su relato podría ser una travesía que va desde las aguas cálidas del Caribe colombiano hasta los fondos del mar Rojo, pasando por la literatura, la docencia y el trabajo humanitario.
Para ella, superar los 60 metros de profundidad no es solo una cifra. “Es una metáfora. En la apnea aprendí que la profundidad no está en los metros, sino en la presencia”, afirma.
Y en la tierra, fuera del agua, también ha vivido sus propias “inmersiones”: procesos personales y emocionales que la han llevado a reinventarse.
“La apnea me enseñó a respirar en medio de la incertidumbre, a confiar en mí y a encontrar serenidad, incluso en los momentos más oscuros”.
Tiene la autoridad para decir si el mar es como lo pintan los poetas. Le gustaría prestarles sus ojos para que vean lo que ella ve allá abajo, sentir “el abrazo de la madre”, como llama a la presión del agua.
“La profundidad es efímera, como las mejores cosas de la vida. No podemos permanecer allí sino por pocos segundos, pero es una sensación en la que sientes que no necesitas el aire, no necesitas nada; eres uno con el mar, eres como una gota, pequeñita, pero infinita porque lleva todo el peso del mar”, describe.
En un deporte donde el afán por ir más profundo puede llevar a consecuencias graves, ella ha elegido otro camino: “Mi mayor logro no son los metros, sino haber aprendido a avanzar al ritmo de mi cuerpo”.
¿Cuál es su balance del campeonato mundial en Chipre?
Competir en Chipre fue una experiencia transformadora. “Pensaba que era especial por avanzar 60 metros en menos de dos años… pero hay personas que son mucho mejores. Aprendí de cada una de ellas”, confiesa.
Enfrentar un mar nuevo, con condiciones distintas y frente a los mejores del mundo, le recordó que la apnea no es solo alcanzar una marca, sino saber escuchar al cuerpo y al entorno.
“Hubo resultados de todos los colores —tarjeta blanca, amarilla—, pero cada inmersión me enseñó algo: la importancia de la calma, de aceptar lo que es, y de disfrutar el camino”, afirma. Se va con el corazón lleno, más fuerte y con aún más amor por este deporte.
Con una marca de 56 metros en competencia y más de 60 metros en entrenamiento, su participación no solo fue un logro deportivo, sino también una expresión de su filosofía de vida: avanzar al ritmo del cuerpo, escuchar al mar y convertir cada inmersión en una metáfora.
Es cartagenera, aunque nació en Bogotá. “Cartagena es mi ciudad del alma. La llamo así porque hay amores tan profundos que basta un solo encuentro para reconocerse”.
Su vínculo con la ciudad es emocional y creativo. En sus calles, cafés y atardeceres ha encontrado las versiones de sí misma que más disfruta: “la teacher, la poeta, la apneísta”, le pueden decir en una calle de Getsemaní.
Cada respuesta del cuestionario está cargada con la lírica de la escritora que viaja al fondo del mar usando sus pulmones.
¿El mar fue como una revelación para usted, en el deporte y en la literatura?
“Mi primer encuentro significativo con el mar fue en Isla Grande, en el Caribe colombiano. Fui a hacer mi curso de buceo PADI, en teoría iba a durar una noche, pero terminé quedándome varios días más. Esa isla me enamoró: su gente, sus paisajes, sus corales. Allí tuve también mi primera clase de apnea, aprendiendo de los locales y de algunos paisas que trabajaban en el hostal y pescaban con arpón".
La sensación de libertad que experimentó bajo el agua fue tan profunda que inspiró su próximo libro. Desde entonces, el mar se convirtió en su propia vida. “La apnea te da una cosa fundamental para la creatividad: quietud, ocio… en este mundo tan agitado olvidamos que el ocio es la madre de la creatividad”.
Sus días, con sus 35 años, transcurren escribiendo y entrenando el cuerpo y la mente.
“No vengo del mundo de la natación ni de ningún deporte competitivo, he tenido que construirlo todo desde cero: técnica, fuerza, movilidad, y sobre todo, confianza”, explica, recordando lo exigente que es con el deporte y escribir.
Su rutina semanal incluye sesiones en piscina para trabajar técnica de patada, eficiencia y control del ritmo; gimnasio para fuerza funcional y prevención de lesiones; y ejercicios en seco como apnea estática, estiramientos, meditación y trabajo de compensación. En temporada de profundidad, traslada todo al mar.
Y son las aguas, con sus profundidades, las que busca. Pasa de un mar cálido en el Caribe colombiano a escenarios diversos.
“Cada lugar tiene su carácter: el Caribe me conecta con mi alegría y mis raíces, el Atlántico me enseña disciplina y resistencia, el Mediterráneo es como una reina, hermosa pero con carácter fuerte, y Dahab es el paraíso para cualquier apneísta”, describe.
¿Qué tan profunda en su vida, dentro del agua como afuera, ha superado los 60 metros de profundidad en entrenamiento y 56 en el mundial?
“En cada inmersión uno se enfrenta a sí mismo, sus límites, pensamientos, emociones y aprende a confiar”.
“En la apnea aprendí que la profundidad no está en los metros, sino en la presencia. Si me pusiera a pensar en 60 metros, me moriría de miedo y no iría, pero estoy viviendo intensamente cada uno de esos metros, cada etapa de la inmersión”.
Uno de los mayores desafíos que enfrenta es el de la maternidad. “Tengo 35 años, y estoy en ese punto en el que el cuerpo y la vida te piden elegir: o entregarlo todo al deporte, o abrir espacio para formar una familia”. Agrega que, en la apnea, como en la vida, hay que aprender a escuchar los tiempos del cuerpo.
¿Es un deporte solitario? ¿Ya se ha pensado en una sede mundial en Colombia?
“Aunque la apnea puede parecer solitaria, es una práctica colectiva. Escribí en un poema que es un viaje que emprendes solo, pero siempre parte de una tribu”.
Detrás de cada inmersión hay una red de apoyo: compañeros, instructores, coaches, amigos. Reconoce que es un deporte extremo y destaca los protocolos que lo hacen cada vez más seguro. “Lo más importante es conocerse y respetar los propios límites. Hacerlo desde el amor y la pasión, nunca desde el ego”, afirma.
Hace una pausa y habla del sueño: un campeonato mundial en San Andrés.
“Quiero que Colombia se convierta en un referente internacional en apnea, especialmente para mujeres”. Recuerda a Sofía Gómez, un ejemplo mundial en apnea, y con cariño a Cristian Castaño, fundador de la Colombian Cup y quien falleció el pasado mes de agosto. Fue la última alumna certificada por el campeón colombiano.
“San Andrés tiene condiciones perfectas para este deporte: clima, mar y hasta cámara hiperbárica. El sueño de Cristian era que un día el mundial se hiciera allí, y yo lo veo posible”.
La ilusiona, además de una sede mundial, poder llevar talleres de escritura y apnea a escuelas o comunidades costeras, “donde el mar es parte de nuestra identidad, pero no siempre de nuestras oportunidades”.
Su vida pasa entre océanos y el trabajo en organismos multilaterales. ¿Cómo ha logrado repartir el aire entre todo esto?
“En mi trabajo doy mi 100% cuando enseño, estudio y también cuando entreno. Creo que se puede hacer todo, pero no todo al tiempo”, dice.
Para competir en el Mundial de Chipre, puso en pausa su vida privada, laboral y académica, dedicándose por completo a la apnea.
En más de una década de experiencia en organismos internacionales como UNICEF, FAO y WFP, Carolina ha trabajado en contextos de emergencia, entre otras acciones. Es profesora en universidades de Francia e Italia y cursa un doctorado en el Reino Unido.
Hablamos un rato de su otra pasión: escribir, y le pregunto por el número trece. —¿Es de buena o de mala suerte? ¿Está presente en sus obras?
“Trece es la edad que tenía cuando mi papá falleció; de ahí el título de mi primer poemario. Es mi número de la suerte, fue la edad en que escribí mi primer poema, es la profundidad en la que cargo aire desde mis pulmones a la boca para protegerme en las inmersiones profundas (mouthfill se llama esa técnica). En fin, así sea un número innombrable en la costa (12+1), a mí me recuerda que de los momentos más oscuros puede nacer el arte, la belleza y la vida”.
Carolina ha publicado dos poemarios: Trece y aMar y otras adicciones. Su obra busca conectar la literatura con el mar, mostrando que la apnea no es solo un deporte extremo, sino una forma de introspección.
“Bajo el agua no hay silencio, sino una conversación distinta con uno mismo”.
Editar y escribir mientras entrena ha sido un acto de equilibrio, dos disciplinas que se nutren entre sí, puntualiza.
“Sigo trabajando en mi próximo libro con la editorial Periscopio, donde el mar y la apnea tienen un rol fundamental”.
Terminamos la entrevista preguntándole: —¿Qué piensa cuando baja al fondo del mar y cuando sube a superficie?
“Al inicio, cuando comienzo a descender, pienso en mantener la técnica, en compensar, en seguir cada etapa. Pero después de unos metros, todo pensamiento se disuelve. Llega un momento en que el cuerpo cae solo, y lo único que existe es el sonido: la línea que pasa rápido y el latido del corazón”.
Agrega que, cuando va subiendo, piensa en la luz, en volver. “A veces visualizo rostros de las personas que amo o simplemente agradezco. Es un viaje interior: bajo para encontrarme conmigo misma y subo para compartir esa paz con el mundo de arriba”.
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