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De coronar el Everest a sentir la muerte en sus brazos

El montañista paisa logró cumplir su gran sueño: llegar a la cima de la montaña más alta del mundo. La odisea, que le tomó años de preparación, fue una mezcla de experiencias y emociones que hizo valer la pena la espera.

Valentina Fajardo
25 de mayo de 2023 - 12:00 p. m.
Mateo Isaza logró subir el monte Everest sin oxígeno suplementario.
Mateo Isaza logró subir el monte Everest sin oxígeno suplementario.
Foto: Cortesía

Mateo Isaza no sabe si describirse como biólogo con espíritu de montañista o montañista con espíritu de biólogo. La pasión por la naturaleza empezó en su niñez en una finca de Caldas, Antioquia, sobre las montañas de los Andes. “Siempre estuve conectado con la naturaleza, el amor por los animales y la aventura”, dice el paisa de 39 años. “A los 17 ya estaba involucrado en el mundo del deporte. Ahí fue que conocí las altas montañas y despertaron en mí un amor por ellas”.

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Hace 20 años, cuando subió por primera vez al nevado del Tolima, se enamoró del montañismo y decidió convertirlo en un estilo de vida. En esa expedición tuvo como guía a Manolo Barrios, el primer colombiano en subir al Everest, en 2001. Tras escuchar anécdotas e imaginar los escenarios relatados por Barrios, Isaza decidió que algún día llegaría a lo más alto del monte.

“Con lo que él contaba de sus expediciones yo me dije: ‘Ve, algún día voy a ir a ver eso solo’. Ahí fue cuando me quedó claro y, sí, en ese momento fue un sueño despierto que para hacerse realidad tuvieron que pasar muchos años de entrenar y aprender”.

Los primeros intentos

Pasaron los años y en 2020 Isaza ya estaba decidido a cumplir la promesa que tenía pendiente consigo mismo, pero no contaba con que el covid-19 cambiaría sus planes. Llevaba más de dos años preparándose para subir el Everest y estaba a ocho días de abordar el avión para irse a Nepal. No recibió tan mal la noticia.

Cuando le llegaron las malas nuevas, estaba en la cima del nevado del Tolima, llevaba más de 10 días sin señal y alcanzó a leer un mensaje de la agencia de viajes en el cual se leía que se cancelaba la expedición, pues estaban cerrando las fronteras. Y por suerte, no fue uno de los montañistas que se quedaron encerrados en los pueblos de Nepal por más de seis meses.

En 2021, cuando el escenario mundial empezaba a mostrar un poco de luz, empacó sus maletas para emprender el viaje. Aunque quedó deslumbrado con las montañas, los templos, el campaneo de los yaks (animales de carga) al caminar y los sherpas —grupo étnico de la región que sirve de guía en las expediciones—, lo que más lo sorprendió fue la ingenuidad con la que muchos escaladores llegan.

Aunque allí se citan los mejores montañistas del mundo, también hay gran cantidad de novatos. Más del 90% de quienes llegan a los Himalayas van por prestigio, fama o simplemente por tener una foto.

“Hay un turismo de alta montaña organizado para millonarios, cuando yo llegué supe que muchos solo estaban ahí para decir ‘estuve en el Everest’”, cuenta Mateo. “Pero ninguno sabía escalar ni se había puesto un crampón ni un arnés. No digo que ser inexperto sea malo, todos tenemos el derecho a ir. Pero no me esperaba ver a tanto novato allí”.

Subir hasta el campo base, a 5.364 m. s. n. m., aparentemente no es tan complicado para alguien que tiene un buen estado físico, pero no es para todo el mundo. Las incomodidades, el frío, la altura, el uso de letrinas en lugar de baños y pagar casi US$25 por una manzana no es para cualquiera. Mateo, acostumbrado a estas condiciones, emprendió su viaje por primera vez: “Me fue muy bien, aprendí un montón, pero el clima solamente nos permitió subir a 7.500 metros, porque había un ciclón. Infortunadamente, en ese momento ya se cancelaba la expedición”.

En 2022, decidió compartir la experiencia de su viaje al Himalaya mediante un recorrido ofrecido por Sawa, su empresa de viajes de aventura. Isaza, que ya parecía un guía más e incluso en las tiendas donde se compran los implementos para el alpinismo ya le decían mister Mateo, volvió a hacer la expedición con un grupo de 18 colombianos.

La tercera fue la vencida

Este año regresó hasta el campo base, pero esta vez sí estaba dispuesto a llegar a lo más alto del monte. Mateo había estado cerca dos veces, así que no tenía ningún problema ni miedo en guiar a los nuevos aventureros. Fue gratificante que Sebastián, su hermano, y Liliana, su esposa, lo despidieran para poder hacer lo que más deseaba su corazón. Sin embargo, él no les había comentado una cosa: emprendería el viaje a la cima sin la necesidad de un tanque oxígeno suplementario.

Al dejar atrás el campamento base ya no se cuenta con los servicios ofrecidos por las empresas, a partir del campo dos (a 6.500 m. s. n. m.) se es completamente autónomo. A pesar de que había 10 montañistas junto a él, todos dormían en su propia carpa de no más de un metro de ancho por uno y medio de alto y cada uno tomaba sus decisiones.

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Mateo planeaba quedarse solo una noche allí, pero no contaba con que el clima le jugaría una mala pasada. Tuvo que pasar casi dos días encerrado en la pequeña carpa, ya que el viento y la nieve no le permitieron salir.

Ya en el campo cuatro (a casi 8.000 m. s. n. m.) parecía que por fin Mateo saldaría la deuda que tenía consigo mismo. Pero cuando estaba en el balcón, justo antes de la cima, a 8.500 metros, los montañistas empezaron a devolverse por el fuerte viento. En ese punto hubo un momento crítico en el que por poco se da la vuelta y deja atrás su intento de llegar a la cumbre.

Una exhalación hizo que sus gafas de montañismo se empañaran por dentro, haciendo que todo se congelara por un instante. Sin poder ver nada aún, recordó el repuesto que llevaba en la mochila, se lo puso y siguió el poco camino que le quedaba antesde alcanzar la cima. Y tras años de entrenamiento y tres intentos de cumplir su reto personal, al mediodía del 15 de mayo, Mateo estaba en el techo del mundo.

Contraste de emociones

Ya en la cumbre del Everest es donde más fuerte se siente el viento y es poco lo que el cuerpo resiste a esa altura. Isaza sabía que el tiempo promedio al campamento cuatro era de seis horas, así que miró por última vez hacia China y se preparó para volver a bajar.

“Son muchas emociones encontradas. En un momentito estás en lo más alto del Everest y casi de inmediato ya estás bajando al campo cuatro. Ahí te das cuenta de que todavía te faltan por lo menos dos días para descender y es en ese trayecto donde más gente muere”, dice Mateo. Y fue precisamente en ese punto del camino en el que vio la muerte frente a frente.

Empezó el descenso solo y a pocos metros se encontró a un sherpa que tenía las manos congeladas como dos bloques de hielo que no se podían mover. Aunque a esa altura sería descabellado parar a ayudar a alguien, Mateo vio que el montañista aún podía seguir adelante, pues seguía consciente con la ayuda del tanque de oxígeno que llevaba. “Yo comencé a ayudarlo. Le cambié una botella de oxígeno habían dejado miembros de otra expedición, porque los sherpas siempre manejan depósitos de oxígeno para sus clientes y yo vi una y se la puse para poder seguir”, recuerda.

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Poco a poco empezó a bajarlo, ya que no podía agarrarse de ningún nudo ni sacarse el mosquetón. Mateo sabía que todavía tenía la energía para descender, así que no se rindió y siguió ayudando. Sin embargo, poco a poco el sherpa se empezó a apagar y de un momento a otro dejó de moverse. “Él ya estaba alucinando y murió en mis brazos. Me tocó dejarlo ahí y seguir a mí solo para salvarme. Ya no podía quedarme más tiempo allá”.

Lo que Mateo tenía planeado era mantener la energía para llegar al campo dos esa misma tarde, pero todo el esfuerzo que hizo con el sherpa y en la noche no le permitieron avanzar más y no le quedó más remedio que quedarse a dormir en el campo cuatro.

El cierre de un ciclo

Como todas las montañas que ha escalado a lo largo de su vida, llegar a lo más alto del Everest fue una experiencia que le dejó una enseñanza. Aunque han pasado más de 10 días, a los montañistas les suele tomar un tiempo asimilar lo logrado. “Tú empiezas a entender lo que pasó, recapacitar en todo lo que viviste y absorber toda esa experiencia. En los primeros días, uno no entiende nada, porque todavía está cansado y no entiende bien la magnitud de todo”.

Tras tantos años en las montañas buscando los límites físicos humanos, con el Everest se cierra un ciclo en su vida. Ahora está en otro momento en el que quiere compartir más tiempo con Liliana y su hijo, con el propósito de explorar otro tipo de límites como el de la conciencia, la espiritualidad y el amor.

“Siento que ya me ha nutrido suficiente, como yo siento ahora y lo que sentía hace 10 años es muy diferente. Ahora siento que con mirar las montañas me basta, las puedo contemplar quizá desde abajo sin sentir la necesidad de subirlas”,

Sin embargo, la aventura no dejará de ser parte de la vida de Mateo y lo seguirá siendo hasta que su cuerpo se lo permita. Después de su tiempo de descanso junto a su familia, su próxima parada será Tanzania para subir el monte Kilimanjaro, el más alto de África. El montañismo no se liberará tan fácilmente de Mateo Isaza

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Valentina Fajardo

Por Valentina Fajardo

Comunicadora social y periodista e historiadora con énfasis sociocultural de la Universidad Javeriana. Principal interés en la historia deportiva, el fútbol y el tenis.@valfajardomvfajardo@elespectador.com

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Nautilus(os9iw)24 de enero de 2024 - 03:56 p. m.
Gran Trabajo Mateo.
Melmalo(21794)25 de mayo de 2023 - 02:26 p. m.
Siempre me han impresionado ésta clase de personas que son capaces de subir a semejantes alturas, son seres especiales.
Hannibal(11732)25 de mayo de 2023 - 12:44 p. m.
¡Envidiable! Imagino en menor escala, muchísimo menor lo que sintió. A 6000 metros de altitud es bastante menos lo que se siente, felicitaciones.
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