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2001: la Copa América y el año de la primavera que nunca llegó

Inspirado en el título ‘El año del verano que nunca llegó' de William Ospina, hablamos del único título de la selección de Colombia de mayores en una época de debacles. Nueva entrega del especial “¿A qué jugamos?”.

Andrés Osorio Guillott
25 de mayo de 2022 - 11:05 p. m.
Iván Ramiro Córdoba levanta el trofeo de campeón de la Copa América 2001, en el estadio El Campín de Bogotá.
Iván Ramiro Córdoba levanta el trofeo de campeón de la Copa América 2001, en el estadio El Campín de Bogotá.
Foto: Archivo El Espectador

Minuto 65 de partido. Horas de la tarde del 27 de julio de 2001. Tal vez fueron las dos horas de tregua más anheladas de los últimos años en Colombia. Iván López, desde el sector derecho de la cancha del estadio Nemesio Camacho El Campín, cobró una falta que le hicieron segundos antes a Giovanni Hernández. Centro al punto penalti e Iván Ramiro Córdoba, central y capitán de la selección nacional, logró peinar la pelota y enviarla al fondo de la red. Brazos abiertos. Se acabó el maleficio. El grito de gol y los papeles que empezaron a cubrir el cielo como símbolo de celebración anunciaban el fin de la incertidumbre. Parecía que la primavera estaba cerca.

Mire el especial⚽: ¿A qué jugamos? Identidad e historia del fútbol colombiano

López, quien asistió a Córdoba para el gol que le dio a la selección de Colombia el título de la Copa América en nuestro país, dijo en el libro Retrato de un luchador, autobiografía de Iván Ramiro, que: “El trabajo de la pelota quieta había sido muy importante. En los entrenamientos recalcábamos varias veces los puntos de llegada de los compañeros, los puntos adonde tenía que ir el balón. Se trabajaron bastante los temas de pelota quieta, y entre ellos el tiro libre. Teníamos la opción entre el Totono Grisales y yo de cobrar las pelotas quietas —tiros de esquina, tiros libres— en esa Copa América. Freddy ya había tenido la oportunidad de cobrar todas las pelotas quietas en el primer tiempo y parte del inicio del segundo tiempo. Pero cuando le hicieron la falta a Giovanni, Pacho salió a la raya y le dijo a Freddy que tomara el rebote. Entonces me dio la indicación de que yo cobrara. Afortunadamente, se hizo un buen cobro y se tiró el balón a donde tenía que llegar. Obviamente, en esa jugada todo salió como se había preparado durante el casi mes y medio que llevábamos trabajando en esa Copa América”.

El trabajo de Maturana. La herencia de la pelota quieta como una enseñanza de Carlos Bilardo, uno de sus maestros y una de las influencias argentinas en el fútbol colombiano en la década de los 80. El regreso del campeón de la Copa Libertadores de 1989 con Atlético Nacional y el hombre que lideró el mito de la selección de Colombia de la década de 1990, esa que fundó un mundo en la historia de nuestro fútbol. Su retorno devolvía de alguna forma la esperanza que se estaba diluyendo tras los malos resultados unos meses antes de la Copa América en las eliminatorias rumbo al Mundial de Corea-Japón 2002.

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Un empate con Venezuela y una derrota con Brasil llevaron a Augusto El Chiqui García a renunciar a comienzos de 2001 a la selección de Colombia. Tras su salida, los dirigentes del combinado nacional llamaron a Maturana, que en ese entonces estaba en Suiza. Pasaron los meses y Pacho decidió volver para tener una segunda oportunidad con la tricolor.

El fútbol como lo más importante de las cosas menos importantes, ya lo había dicho Jorge Valdano. Era un momento de crisis social en el país. El conflicto armado estaba, quizás, en su peor versión. La guerra se había degradado. Una silla vacía años atrás había dejado un descontento general y una sensación de desamparo con un gobierno —el de Andrés Pastrana—, que veía cómo la violencia era el pan de cada día y no había forma de pararla.

Según un documento de Human Rights Watch, entre enero y octubre de 2001 se habían perpetrado cerca de 92 masacres en todo el país. El crecimiento del paramilitarismo y la guerra que se acrecentó por este fenómeno y los enfrentamientos a su vez con la guerrilla y el Estado le dieron a Colombia la imagen de un lugar inviable, de un terreno prohibido en la tierra por la maldición de una violencia fratricida.

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Todo pasaba por la sensación de seguridad, concepto que fue clave para que el año siguiente y en la historia reciente del país triunfara la política liderada por Álvaro Uribe Vélez. Y por esa misma noción es que se realizó una Copa América atípica en Colombia en 2001.

Brasil viajó con un equipo alterno y Argentina, la selección que más veces ha ganado la Copa América junto a Uruguay, renunció a su participación. “La falta de seguridad existente en Colombia fue el criterio que se impuso para ratificar la posición inicial”, dijeron desde el país del Cono Sur para confirmar horas antes de la ceremonia inaugural su ausencia en el certamen.

Sobre eso, Maturana dijo para la autobiografía de Iván Ramiro Córdoba que: “A nosotros en ningún momento nos dolió que Argentina no fuera a la Copa o que Brasil mandara un equipo supuestamente alterno porque ese no era nuestro jardín y uno en la vida tiene que preocuparse por su jardín. Cada cual tiene la libertad de hacer las cosas como cree que las tiene que hacer. Si uno no analiza y piensa en la historia de la Copa América, en las diferentes ediciones de ese torneo, que es uno de los torneos que más abolengo tiene en el fútbol mundial, hay un supercampeón que es Uruguay, con quince copas. Y en las quince copas que ganó Uruguay en ninguna he escuchado decir que faltó este, que faltó el otro, que no fue Fulanito. Y ha habido copas donde apenas han participado cuatro o cinco equipos... No. Simplemente son copas y el que fue, fue. Y el que ganó, la ganó”.

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Así, Canadá y Argentina faltaron a la edición de 2001. Las 12 selecciones participantes fueron: Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Honduras, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.

Armenia, Barranquilla, Bogotá, Cali, Manizales, Medellín y Pereira fueron las ciudades que sirvieron de sedes en aquel entonces y las cuales tuvieron que preparar una logística especial, no solo por la envergadura del certamen, sino por las condiciones sociales que permearon el desarrollo de la Copa.

Mario Alberto Yepes, que hizo parte de la nómina de Colombia para esa Copa América, y que con el paso de los años sería un referente para la generación que volvió a un mundial tras 16 años de ausencia, fue uno de los que reconoció cómo el contexto causó un aire de extrañeza alrededor del torneo: “A nosotros nos tocó una época en la que la imagen del país no era la mejor y nosotros éramos esos embajadores que tratábamos de cambiar un poquito la idea que había en el resto del mundo sobre Colombia”, dijo para el libro de Córdoba.

La primavera parecía dada. El camino de Colombia en la Copa América al título fue redondo. El combinado nacional tuvo un puntaje perfecto en la fase de grupos al vencer a Venezuela (2-0), Ecuador (1-0) y Chile (2-0). En cuartos de final derrotó a Perú por 3-0, a Honduras por 2-0 y en la final de aquel 29 de julio se consagró campeón al ganarle por la mínima diferencia a México con el gol de Iván Ramiro Córdoba.

El central, ídolo en Colombia y en Milán por su legado en el Inter, reconoció que ese proceso “se debió, en gran parte, a nuestro técnico, el profe Maturana, que justamente volvía a la Selección después de siete años de ausencia para ayudarnos a enfrentar el reto de una Copa América en casa propia. En el momento de mayor incertidumbre, cuando más difícil estaba la situación y parecía que nuestro país no iba a poder ser la sede del campeonato, el profe insistió que nos mantuviéramos concentrados como grupo y siguiéramos entrenándonos de cara a la realización del torneo”.

Todo se fue dando. De la mano de Maturana Colombia parecía encontrar un nuevo renacer en su fútbol. El 29 de julio de 2001 Bogotá recibiría la final de la Copa América. Óscar Córdoba; Iván Ramiro Córdoba, Mario Albero Yepes, Iván López, Gerardo Bedoya; Fabián Vargas, Juan Carlos Ramírez, Freddy El Totono Grisales, Giovanni Hernández; Elkin Murillo y Víctor Hugo Aristizábal fueron los once inicialistas de Colombia ese día.

Era un momento bisagra. Quedaban pocos jugadores que vieron el ocaso de la generación dorada de Colombia en los 90′s. Ahora surgían futbolistas que hicieron historia, pero no la suficiente para devolverle a la tricolor la alegría de competir en un Mundial. Firmaron el libro del fútbol colombiano por el título de la Copa América, el único de una selección de mayores, y el que llegó en un momento que puede uno pensar que estaba destinado para aliviar las tensiones de ese 2001.

“A disfrutar y darle una alegría a todo el país”, recordó Juan Carlos Ramírez en una entrevista para la Revista Semana, sobre las palabras que dijo Maturana en el camerino previo a la final. Disfrutar para olvidar que a veces en el fútbol recae la responsabilidad de alegrar a un país entero, para ser ellos entonces los encargados de solventar las grietas que aparecen cuando se rompe ese tejido social por la violencia y la sensación de orfandad.

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“En efecto, la jugada era una trampa, una estrategia que habíamos ensayado varias veces en el entrenamiento. Yo me arrojé al balón llegando antes que Borgetti, que me estaba cubriendo la espalda, y con un cabezazo hacia atrás dejé inmóvil al Conejo Pérez. No alcancé a ver el balón entrar en el arco, pues apenas cabeceé caí al suelo y rodé por el césped con los ojos cerrados, pero me bastó con oír el rugido de la multitud para entender que había metido el gol más importante de mi vida. 50.000 almas resonaron en ese momento en mi cabeza, mientras yo corría con los brazos extendidos como loco para luego dejarme caer de la emoción a unos pocos metros sobre la hierba, de espaldas para recibir el abrazo de mis compañeros, que se arrojaron encima para gritar el gol en un éxtasis colectivo de alegría y plenitud. (...) Hoy, en retrospectiva, creo entender mejor la sensación que desbordó mi piel en aquel momento: en últimas, por unos cuantos instantes, estaba sintiendo la alegría de los cuarenta millones de colombianos que habitaban nuestro país en ese entonces. Mi corazón estaba latiendo con el de ellos; mi alma era el reflejo del país” recordó Iván Ramiro Córdoba en Retrato de un luchador.

“Andre Agassi decía que las derrotas siempre están en la cabeza, y las victorias desaparecen al otro día. La mejor celebración fue en la calle, el ciudadano de a pie que te daba un saludo, una voz de aliento, de gratitud. Eso no tiene precio”, dijo Maturana. Recuerdo entonces ese momento y me siento identificado. Tenía apenas cinco años, y por la ventana del mazda de mi papá ondeaba la bandera de Colombia y recibía manotazos de harina que botaba la gente en las calles mientras celebraba un título, que más que eso, celebraba la oportunidad de ser feliz, algo que parecía olvidado. Una noche imborrable, que parecía abrir una luz en el cielo, pero que fue apenas un paréntesis y una anécdota de un año en el que todo siguió igual en el país, la guerra y el fútbol. Nada cambió y la primavera nunca llegó.

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