Hace ocho años, cuando Yamile recibió el primer incentivo del programa Más Familias en Acción, tuvo claro que lo último que haría con él sería malgastarlo. No dudó en ponerlo a producir y que fuera la semilla de un negocio que hoy le da independencia económica. Yamile empezó haciendo arte con icopor. Ahora, además de eso, hace logística de eventos.
Esta valluna, sin embargo, tuvo una experiencia casi particular. El haber sabido invertir su dinero es algo que sucede con menos frecuencia de lo que se quisiera, no sólo cuando de los incentivos que otorga el Estado se trata, sino en general. Según la Encuesta de Capacidades Financieras para Colombia, hecha por el Banco Mundial y el Banco de la República en 2013, el 69% de los colombianos nunca han recibido educación para manejar la plata.
En el caso de Más Familias en Acción, que atiende a 3 millones de familias de la base de la pirámide, cuando la mayoría de los pagos se hacían en efectivo, era común ver cómo peso a peso se iban en gastos diarios y distracciones. El ahorro y la inversión muchas veces no cabían en la ecuación. Por esa razón, y para efectos de eficiencia, el Estado decidió bancarizar a los beneficiarios. No tener la plata en efectivo, como dicen, debajo del colchón, evitaría la tentación de gastarlo sin necesidad. Hoy, el 90% de los titulares en el programa reciben su incentivo en una cuenta bancaria.
Pero esa inclusión trajo consigo otra serie de problemas. Muchos de los beneficiarios jamás habían usado un servicio financiero, un cajero; nunca habían hecho un retiro o una consulta de saldo. Los fraudes no se hicieron esperar y muchos pecaron por inocentes al pedirle ayuda a alguien más para hacer una transacción o al ver cómo su cuenta languidecía por desconocer los costos de las transacciones.
Ahí la Fundación Capital (FC), dedicada a diseñar e implementar iniciativas para la superación de la pobreza, vio una oportunidad. El primer paso para una administración inteligente del dinero es tener acceso al servicio financiero. El siguiente es aprovecharlo. En 2012, casi tres años después de la bancarización masiva, FC desarrolló una herramienta que ayudaría a que la inclusión financiera fuera real y cercana para estas personas.
Fue a través de tabletas. “La idea era desarrollar contenido educativo vinculado con el programa del Gobierno para que la información llegara a las personas”, como cuenta Magali de Varax, coordinadora del proyecto, llamado LISTA. Aprovechar la tecnología móvil le vino bien a todo el mundo: los instructores y las personas que aprenden ahorran el tiempo y dinero que implica movilizarse.
Los dispositivos se entregan a líderes como Yamile. Ellas llevan la tableta de casa en casa para que toda la familia, e incluso personas que no forman parte de Más Familias en Acción, se capaciten y descubran por ellos mismos que los mitos que se han creado alrededor de la inclusión financiera no son más que eso. “Que la cuenta no es de ellos, que si no retiran la plata se las quitan”, según Miquel Jordana, coordinador regional de Proyecto Capital, son algunas de las creencias que reflejan el desconocimiento.
De acuerdo con él, la idea es fomentar la cultura del ahorro y que las personas se apropien de los servicios financieros. Las tabletas, cuyos contenidos vienen con audio para personas que no saben leer, enseñan con historias y animaciones cómo manejar un presupuesto, a identificar pirámides e incluso tienen un simulador de cajero automático. Este artefacto, según De Varax, “genera miedo, angustia de cometer un error”.
Desde 2015, las tabletas de LISTA serán parte de la política del Departamento para la Prosperidad Social, con lo que se espera atender a 100.000 personas inicialmente, para que historias como las de Yamile Hidalgo se repitan, que la transmisión generacional de la pobreza se rompa y que más hijos sean como los de esta mujer. “Ellos ven cualquier moneda de $500 y van y la echan a la alcancía. Cuando los tíos les dan plata ellos mismos dicen: ‘Vamos a ahorrar para tal cosa’”.
* La crisis por la que todo empezó
“El banco me robó mi casa”, decían los usuarios en 1998. Cerca de tres millones de familias en Colombia para ese año se quedaron literalmente en la calle y exigiéndole al sistema financiero que les regresara el único bien que tenían. Pero la crisis ya estaba encima, el crecimiento de las entidades bancarias, la abundante aprobación de créditos y el aumento de las tasas de interés pasaron factura.
Pero, ¿qué tiene que ver esta crisis del pasado con la educación financiera? Para ese momento la mayoría de las personas habían adquirido su casa por medio de un crédito hipotecario, es decir, el banco había prestado el dinero para comprarla, la persona iba pagándole a la entidad por cuotas y al finalizar se podía decir que el bien era, ahora sí en propiedad, del usuario.
Sin embargo, el aumento en las tasas de interés impidió que las personas pudieran pagar las cuotas y tuvieron que devolver el inmueble. Es decir, con lo frío que suena, en realidad esas personas no eran dueñas del lugar en el que vivían. Su propietario real eran las entidades financieras.
En ese contexto, María Mercedes Cuéllar, presidenta de Asobancaria, asegura que para ese momento había gente que decía que “les habían quitado la casa y yo les explicaba que no se la habían quitado porque era de otro. Una señora contaba que le iban a quitar la casa que le regaló el hijo y yo le respondía que si se la regaló nadie se la podría quitar porque es suya, él más bien le heredó una deuda”.
Por esta razón, desde esa entidad, Cuéllar libró una batalla para que se aprobara la Ley 1328 de 1999, que incorpora la educación financiera como principio de protección a los consumidores. Una norma que ya rindió sus primeros frutos, pues en julio fueron entregadas las ‘Orientaciones Pedagógicas para la Educación Económica y Financiera’. Estas son las bases para que a partir del próximo año las primeras instituciones educativas pongan en funcionamiento este programa.
El objetivo de esta iniciativa será que desde temprana edad la población asuma la importancia del manejo de los recursos y la planificación que hoy no existe. Las cifras dan muestra de por qué los colombianos se endeudan tanto y porque sus bolsillos se les desinflan con tanta facilidad.
El estudio del Banco Mundial reveló que aunque “el 94% de las personas en Colombia planifican su presupuesto, tan sólo el 23% sabía cuánto exactamente había gastado la semana anterior”. Asimismo, que el 45% de las personas no usan productos financieros y el 72% no tienen un producto de ahorro”. Otra de las cifras que llama la atención es que “entre los grupos de los que no controlan los gastos, más de la mitad tiene 25 años y el 43% restante forma parte de los estratos más bajos”.
Ante esa situación, el Ministerio de Educación, como máxima autoridad de este sector, dirigió este proyecto. “Queremos que los conceptos de economía y finanzas puedan desarrollarse a través de las propias áreas del currículo, pero adicional a eso que cada comunidad educativa elabore proyectos que trasciendan las mismas áreas e impacten la situación de la comunidad donde se lleve a cabo el proyecto educativo, es decir, que a partir de los intereses particulares, las vivencias y las problemáticas que tienen las personas de cada entorno se piensen soluciones”.
No habrá una cátedra, es decir, una clase en la que se aborden los contenidos, sino que por el diseño del sistema educativo se hará por medio de desarrollo de competencias que deberán ser desarrolladas en todas las asignaturas. Las tres capacidades que deberá haber desarrollado un estudiante al finalizar su etapa escolar es “decidir de manera racional y responsable qué acciones desde el punto de vista económico y financiero favorecen su bienestar personal y el de la comunidad. Administrar racional y eficientemente los recursos económicos que los estudiantes tienen a su disposición y planear las metas de carácter económico de corto, mediano y de largo plazo que respondan a las necesidades propias y de la comunidad”.
Para la profesora del colegio Centro de Comercio, en Piedecuesta, Santander, Sonia Carreño —donde se está llevando a cabo un plan piloto para preparar a los maestros para que apliquen la iniciativa—, “la receptividad será positiva porque los estudiantes de ahora son muy críticos y en el aula de clases ellos son conscientes de la situación económica de sus hogares. Si sus padres ganan un mínimo, les recomendamos que ayuden a reducir los gastos”.
Este proceso se aplicará desde los primeros años de escuela, por esto se espera que desde temprana edad los niños y niñas “sepan cómo van a manejar sus recursos económicos, los naturales, lo que ofrece el colegio, lo que ofrece el Gobierno para que cuando crezcan ya manejen sus finanzas”, dice Carreño, quien además reflexiona sobre un hecho que toca a la mayoría de familias en Colombia: “Que nuestros padres sólo sabían gastar”.