El fantasma de las crisis pasadas

Han pasado 20 años desde la crisis económica de 1999, que afectó a varias economías de la región, como Brasil, Argentina, Ecuador y Colombia. Algunos de los problemas estructurales de ese entonces siguen presentes hoy. ¿Qué lecciones se pueden sacar de ese pasado?

Diego Guevara*
13 de octubre de 2019 - 02:00 a. m.
/ Getty Images
/ Getty Images

Más que un año esperanzador, que albergaba las promesas de un nuevo siglo, 1999 es recordado por ser uno de los momentos económicos más duros para la región.

Hace dos décadas, países como Brasil, Ecuador, Argentina y Colombia experimentaron una serie de choques económicos que tiñeron de incertidumbre y angustia la entrada del nuevo milenio.

El lento crecimiento actual de la región, con indicadores preocupantes y agitación social en lugares como Argentina y Ecuador, obliga a mirar hacia la crisis de 1999 con algo más que sólo curiosidad histórica. ¿Qué lecciones puede ofrecer el pasado?

Para la primera parte de los años 90, Brasil tuvo un crecimiento importante, con apertura comercial y financiera, además de estabilidad de precios. Sin embargo, sufrió un choque importante ante el freno repentino en el flujo de capitales, fruto de la crisis del sudeste asiático y de Rusia entre 1997 y 1998. La economía brasileña pasó de tener un crecimiento, en 1997, de 3,4 % en su PIB a de 0,47 % en 1999, lo que derivó en una de las crisis más importantes en su historia reciente.

Otra de las economías afectadas en los años 90 fue Ecuador, que pasó de tener un crecimiento de 3,2 % en 1998 a una preocupante contracción de -4.7 % en 1999, con una inflación que rondaba 96 % hacia el año 2000.

En esta misma seguidilla de debacles económicas encontramos a Argentina, en donde la economía estuvo marcada por un decrecimiento en el PIB de -0.8 % que terminó con la grave crisis de 2002, cuando el PIB registró una caída de -10.9 % y se llegó a una tasa de desempleo de 19.5 %.

Colombia no fue la excepción a estas dinámicas de desaceleración y crisis, que para nuestro caso también estuvieron antecedidas por un “boom” económico en el primer lustro de los 90, como parte de la llamada apertura económica. En un escenario de mayores posibilidades de financiamiento externo la deuda del país aumentó, las instituciones financieras crecieron en su número y adicionalmente otorgaron mayores créditos a los colombianos, de la mano de unas políticas de desregulación financiera. (De contexto: El desempleo creciente, dolor de cabeza del Gobierno).

Una de estas políticas de liberalización del sector financiero fueron los cambios que sufrió la indexación del UPAC (Unidad de Poder Adquisitivo Constante), que inicialmente crecía con la inflación, pero luego se indexó a la tasa DTF (depósito a término fijo). Ante estos cambios, promulgados bajo la lógica de estimular el ahorro, los choques de las crisis de los países emergentes tuvieron efectos en el financiamiento externo y, a la vez, en la tasa de interés local que determinaba la DTF.

El resultado de estos manejos fue que el UPAC llegó a altísimos niveles y los créditos se hicieron impagables para los colombianos que habían adquirido vivienda bajo esta unidad. En este escenario el sistema bancario colombiano empezó a afrontar debilidades, las cuales terminaron por impactar la economía local por completo. El crecimiento del PIB fue 0,57 % en 1998 y cayó dramáticamente a -4.2% en 1999, todo esto con un cifra de desempleo de 20 %.

Ante esta profunda crisis, Colombia tuvo que recurrir a la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI) y buscó acceso a un préstamo de US$3.000 millones en una línea de crédito denominada “Extended Loan Facility”, que fundamentalmente proveía divisas ante una fuerte devaluación de la moneda.

Como en otros escenarios, esta línea de crédito estaba sujeta al cumplimiento de los ajustes macroeconómicos y recomendaciones estándar de las entidades multilaterales en materia de austeridad, privatizaciones y reformas que, a la larga, implicaban sacrificio de derechos sociales.

En el caso de Ecuador también se recurrieron a paquetes de rescate del FMI y en 2000 se pidió un crédito Stand-By por alrededor de US$300 millones. A la vez, el gobierno ecuatoriano presentó las reformas en la Ley fundamental para la transformación económica del país, que contemplaban los ajustes del FMI.

Para el caso de Argentina las dinámicas fueron similares y se recurrió a un paquete de rescate con el FMI en 2001 con un préstamo de cerca de US$7.200 millones. Sin embargo, este no logró conjurar la crisis de 2002 completamente.

Si bien cada una de estas crisis tuvo sus propias particularidades, asociadas a elementos económicos de cada país, el otro factor común en ellas (además del FMI) es la fuerte dependencia del sector externo y la necesidad de dólares en un contexto de jerarquías monetarias y globalización.

José Antonio Ocampo ha denominado a esta dinámica como la dominancia de la balanza de pagos. Esto implica, en esencia, que el ciclo económico está determinado por la disponibilidad de divisas, sea por choques positivos (boom de las materias primas que trae dólares) o disponibilidad de financiamiento externo (por ejemplo, salida de inversionistas de portafolios emergentes cuando hay temores en el mercado).

Y es por esta vía por donde comenzamos a escuchar las enseñanzas que los fantasmas de las crisis pasadas tienen para nosotros: 20 años después, Latinoamérica sigue sujeta a la dominancia de la balanza de pagos y este es un punto fundamental para analizar la coyuntura actual. De interés: Cuidado con estas economías: Argentina, Turquía y Sudáfrica).

Aunque las economías latinoamericanas han aprendido lecciones del pasado, los riesgos asociados a la dominancia de la balanza de pagos siguen muy latentes y pueden volver a ser el dolor de cabeza de la economía colombiana actualmente. Un indicador fundamental en esta lectura es el déficit de cuenta corriente que, según el Ministerio de Hacienda, puede alcanzar un valor de 4.5 % del PIB en 2019; hace 20 años, este indicador estuvo en 5.9 %.

Este déficit se puede acentuar con los vientos de crisis que soplan desde muchas economías emergentes, como Argentina, por ejemplo. A pesar de que el gobierno Macri aplicó los paquetes de reformas del FMI y amplió en US$7.100 millones su línea con la entidad, la perspectiva general de la economía no mejora y, de cara a las próximas elecciones, puede haber una fuga de capitales si regresa el kirchnerismo al poder.

El caso de Ecuador de la última semana plantea un reto similar, pues debido al plan de rescate del FMI (con un crédito por US$4.209 millones) el país está obligado a reducir el déficit fiscal, eliminar el subsidio a los combustibles y bajar los salarios del sector público hasta en 20 %. Estas medidas han generado una gran movilización social que pone en jaque al presidente Moreno y, de paso, muestran la vulnerabilidad de las economías emergentes.

Adicionalmente, si se materializa la desaceleración global pronosticada por muchos analistas para 2020, y la guerra comercial China-EE. UU. no es resuelta prontamente, la escasez de divisas claramente afectará el déficit de cuenta corriente y el nivel de dólares en la economía colombiana.

La teoría económica dominante plantea la idea de que la tasa de cambio flexible ayuda a amortiguar los choques externos, pero la pregunta del millón para la economía colombiana es hasta dónde alcanzará esta flexibilidad ante un choque global fuerte, pues las condiciones de absorber el golpe ya no son las de 2009 o 2014, cuando se cree que la tasa amortiguó la caída financiera global o de los precios del petróleo.

Colombia ya empezó a sentir los coletazos de estos fenómenos con la devaluación de su tasa de cambio y un mayor déficit en la cuenta corriente. Y esta vez los choques externos venideros serán más fuertes, pues ya no hay boom de materias primas que nos ponga en posiciones “blindadas”.

Y si bien el manejo macroeconómico de Colombia ha seguido las recetas tradicionales de ajuste y el gobierno nacional apunta desesperadamente a unas reformas pensional y laboral para enviar señales de disciplina fiscal a los inversionistas y al flujo de divisas, hoy las condiciones globales pueden superar las medidas locales para atraer divisas. Como ya se dijo, una economía como la colombiana en gran parte depende de este flujo, más aún cuando gran parte de los bienes y servicios que consume y necesita la población provienen del resto del mundo, para los cuales son necesarias las divisas.

Así entonces, si bien los dramáticos niveles de caída del PIB de hace 20 años probablemente no se repetirán ya que muchas cosas han mejorado, tampoco es impensable que ante los choques externos se sufra una fuerte desaceleración que ponga de nuevo sobre la mesa al FMI en Colombia, y sus paquetes condicionados a fuertes reformas que afectan los derechos sociales de la población.

En 1997 nadie veía este escenario como algo posible gracias al supuesto buen manejo macroeconómico del país en esa época. Lo curioso es que, hoy, muchos podrían decir exactamente lo mismo, pero la gran dependencia externa y la estructura económica primarizada del país son elementos que no se deben olvidar.

* Profesor de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional de Colombia.

Por Diego Guevara*

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar