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Una mujer de pasados 50 años, con 175 cm de estatura más o menos y gruesas gafas de aumento, me abordó justo después de una charla de 10 minutos que acababa de ofrecer en el Mompreneurs Fest 2025, catalogada como la fiesta del emprendimiento femenino más importante del país. Un evento que, por encima de todo, resulta más que inspirador para sus asistentes, 99 % mujeres que crean, hacen y, si no están en esa fase, van en busca de eso, de inspiración, porque la entrada es gratuita.
Yo, en mi oficio de reportero de temas económicos con foco en emprendimiento y liderazgo, acababa de recomendar a cientos de mujeres presentes en el auditorio, cómo entregar mensajes efectivos y cómo acercarse a los medios de comunicación masivos para que audiencias más grandes conocieran de sus negocios, de su labor, de su papel. Del porqué es clave que hoy, en plena revolución digital y tiempo de redes sociales, estuvieran en esos canales contando la historia de su propio negocio, sin pena y con muchas ganas, porque no hay que seguir aplazando lo que pudimos hacer ayer.
Cuando bajé del escenario principal, unas 10 señoras trataban de contarme algo de sus negocios y el porqué no lograban vender más. Veían en lo que les acaba de decir una ayuda para solucionar el problema, así que también querían tomar una foto a una imagen que acaba de proyectar durante la charla y que estaba en mi teléfono celular. En ese instante, la señora de gruesas gafas interrumpió, agarró mi brazo y en un tono un poco más alto, nos dijo algo así como: “Yo sí le agradezco lo que ustedes hacen por nosotras las emprendedoras, porque ustedes sí que cambian vidas”.
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Entonces, con mi brazo en su mano, le pregunté por qué. Y ella nos lo contó: “Soy Rosmery Ospino. No sé imagina cómo nos ha cambiado la vida, la evolución muy linda. Mi hijo Santiago Villarraga Ospino, quien es autista con el síndrome de Asperger, hoy se encuentra laborando de auxiliar de jurídica en la Cámara de Comercio de Bogotá. Tiene el único contrato, en 145 años de fundada la entidad, de medio tiempo por su condición. En estos momentos ya lanzamos nuestra página web con ayuda de la CCB. Somos testimonio de que por más oscuro que parezca el camino, encontramos una luz, un ángel como lo fue usted, Edwin".
Me sorprendió y, por los rostros de todas, a las señoras que estaban justo en ese instante, dicho testimonio. Y siguió: “Nosotros fuimos los que creamos la funeraria para mascotas y usted nos ayudó a contar y visibilizar la historia". Entonces todo cobró sentido y la memoria hizo lo suyo.
Así que para poder escribir este texto, busqué en los contenidos que hemos publicado y esto fue lo que ella y su hijo nos contestaron en nuestras 23 preguntas para emprendedores y sus emprendimientos, cuando fue su oportunidad: “La idea principal fue crear una funeraria para mascotas en la ciudad de Bogotá, en el año 2010, ya que existían muy pocas empresas dedicadas a este servicio y era un nicho en el mercado muy poco conocido y explorado. En el año 2020, en pandemia, Sepulpet fue una empresa golpeada y nos tocó reinventarnos o tendríamos que desaparecer, es allí donde nace la tienda de accesorios virtual Sepulpet, porque necesitábamos de otra fuente de ingreso”.
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Nos dijo que, gracias a la publicación que hicimos en ese instante en El Espectador, su hijo había sido tenido en cuenta para un trabajo en la CCB y, además, había recibido apoyo de esta para poder potenciar su emprendimiento. Que les había cambiado la vida, nos dijo varias veces, mientras las otras señoras y yo, por supuesto, escuchábamos con atención.
Entonces salí a caminar por los pasillos del evento, pues 120 mujeres eran las invitadas de la muestra comercial. Encontré de todo un poco: la señora que entendió que las flores son una de la industria más contaminante, pero no quería dejar de tener sus colores en la sala de su casa. Así que creó un emprendimiento que se encarga de intervenirlas, les alarga su vida útil y me contó que los ramos que estaba vendiendo podían durar hasta dos años en casa. Así evitaba tanto gasto de agua que necesitan las flores frescas no solo para plantarlas, sino para mantenerlas en el jarrón.
También una que invirtió en una especie de microscopio y un pequeño monitor de unas 14 pulgadas. Ella ponía el primero, que era del tamaño de un control de televisor, sobre el cuero cabelludo y proyectando en el monitor, evidenciaba a la persona que se estaba haciendo el chequeo, qué era lo que le estaba generando, por ejemplo, la caída del cabello. Era el stand más visitado. Ofrecía, como tenía sentido, los productos que prometían la cabellera soñada.
Me encontré con otra que era diseñadora industrial de empaques y que tenía su negocio hacía un poco más de diez años, con otra que venía helados con saber a crema de whisky, selva negra, cocada de arequipe, crema de maracuyá y el recordado queso con bocadillo. Vi muchos de bisutería, otros tantos de alimentos, encontré uno que ofrecía asesorías para trámites de visas, uno más que intervenía ropa con diseños pintados a mano, artículos religiosos, velas, muñecos tejidos y, al final, todo tipo de manualidades posible.
Para qué sirve crear un ecosistema de emprendimiento femenino en Colombia, le pregunté a María Paula Cárdenas, una de las fundadoras de Mompreneurs: “Para impulsarnos, para volver nuestros sueños realidad, para cambiar, para caminar, para crecer. Aquí está la unión del emprendimiento femenino para empoderarnos, para volver nuestros negocios, nuestros sueños en empresas rentables y sostenibles”.
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Y como las cifras siempre ayudarán a entender dimensiones, le pregunté cuántas mujeres hacen parte de su comunidad:“Hoy ya estamos 16.000 mujeres en Colombia y en Latinoamérica. Tenemos mujeres de Argentina, de Ecuador, hispanas en Estados Unidos, y aprovecho para decirles que de toda la región pueden ser parte”.
Durante medio día de este día entero dedicado a los sueños de todas estas mujeres y sus entornos, varios mensajes fueron quedando, como el de la política que pasó por allá para recordarles a las asistentes que “las mujeres son valientes”, o el de las presentadoras de la televisión nacional que contaron cómo llegaron a la pantalla a punta de trabajo y no de contactos; de las señoras que hablaban de cómo construir marca personas, o unas adecuadas finanzas, o cómo perseguir los sueños a pesar de las adversidades.
Cuando ya iba justo de salida, porque tenía que grabar un video sobre micronegocios y un reporte de Dane, entré al auditorio principal, estaba tomando un par de fotos, y una señora, de unos 45 años, me dijo: “Muchas gracias, estaba desanimada porque siento que no se me ha dado nada, pero cuando escuché su conferencia entendí que uno vive aplazando todo y sacando excusas”. No tuve mucho por decir, pues de eso se había tratado, en parte, la charla de los diez minutos. Le dije quela única forma de saber si algo funcionaba o no era probando.
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Yo, después de 20 años de experiencia en este oficio, puedo decir que a diario he escrito sobre negocios, grandes empresas, mucho sobre estado de resultados, esos liderazgos de líderes y lideresas de primer nivel empresarial, pero debo también decir que pocas veces había sentido tanto la cercanía de las personas con el periodismo de Emprendimiento y Liderazgo que estamos haciendo en El Espectador. Tengo muy claro que el protagonista no debería ser el periodista, pero sí quería contar esta experiencia porque nosotros, en este oficio, también sentimos a veces que el vaso medio vacío ya no nos va a dar tantos sorbos como para beber en esta trepidante labor de hacer contenido serio, con tiempo y de valor. Pero este tanque de oxígeno que acabamos de recibir, esperamos, nos dejará mucho más tiempo para seguir publicando historias y ayudando a personas como la señora Rosmery Ospino, como las diez que se me acercaron cuando bajé del escenario o como la señora que, al final, dijo que sí, que lo de aplazar ya no sería más con ella.
Si conoce historias de emprendedores y sus emprendimientos, escríbanos al correo de Edwin Bohórquez Aya (ebohorquez@elespectador.com) o al de Tatiana Gómez Fuentes (tgomez@elespectador.com). 👨🏻💻 🤓📚
