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La cifra es contundente: entre enero y agosto de 2025, los colombianos en el exterior enviaron USD 8.661 millones en remesas, un salto del 13,3 % frente al mismo periodo del año pasado. Según el más reciente informe de la Asociación Nacional de Instituciones Financieras (ANIF), con ese monto, los giros superaron incluso a las exportaciones de petróleo, durante décadas el símbolo de la economía nacional.
Hoy el bolsillo de las familias colombianas depende más de lo que llega desde Nueva Jersey, Madrid o Santiago de Chile, que de los barriles que salen de los Llanos.
Solo en agosto entraron US$1.905 millones, un aumento del 8,6 % frente al mismo mes de 2024. La magnitud de estas transferencias no es marginal: ya rozan el 4 % del PIB y se consolidan como la segunda fuente de divisas del país, después de la inversión extranjera.
¿De dónde viene el dinero?
Estados Unidos concentra la mitad de las remesas: USD 3.225 millones en el primer trimestre. El flujo creció 7,2 %, aunque menos que el promedio total (13,9 %), en parte por las políticas migratorias más estrictas en la era Trump.
España, en segundo lugar, aporta el 16,2 %, reflejo de la migración colombiana que comenzó en los años 90 y que sigue activa.
Chile y Reino Unido completan cerca del 8 % del total.
Esto evidencia que el mapa migratorio colombiano se refleja en el mapa de divisas que entran al país.
La mayoría de hogares usa las remesas para lo esencial: comida, salud, educación y vivienda. Es decir, sostienen la vida diaria y refuerzan el consumo interno. En departamentos como Valle del Cauca (26 %), Antioquia (16,3 %) y Cundinamarca (15,8 %), los giros del exterior son parte de la columna vertebral de la economía local.
Sin remesas, en muchas regiones la canasta familiar sería aún más difícil de completar.
Las remesas sí importan
Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), cerca de nueve de cada diez remesas que llegan se usa para necesidades básicas: comida, vivienda, transporte, salud. El restante 12 % se destina a ahorro, mejoras de vivienda o pequeños negocios.
Más allá de los hogares, las remesas cumplen otra función: equilibrar las cuentas externas de Colombia. Sirven como colchón frente al déficit comercial (cuando importamos más de lo que exportamos), aportan liquidez en dólares y estabilizan la balanza de pagos.
Hoy, equivalen al 26 % de todas las exportaciones del país en el primer semestre. Un peso nada despreciable para una economía que busca atraer inversión extranjera y no siempre lo logra.
El límite del “salvavidas”
Pero ojo: las remesas no son la panacea. Aunque ayudan a suavizar los déficits externos, no alcanzan para cubrir los choques que vienen. El crecimiento proyectado de la economía (2,8 % en 2025 y 3,0 % en 2026) empujará más importaciones, lo que presionará nuevamente la cuenta corriente. Y la incertidumbre política y fiscal puede frenar la inversión extranjera directa.
En palabras sencillas: las remesas son un salvavidas poderoso, pero no un bote. Pueden mantener a flote la economía en momentos de turbulencia, pero no reemplazan las reformas estructurales que el país necesita para crecer de manera sostenida.
El factor Trump
El gobierno de Estados Unidos ya endureció controles migratorios. Migrantes colombianos, con miedo a deportaciones, envían más dinero como medida preventiva. Ese “efecto Trump” explica parte del repunte reciente.
El riesgo no es solo policial. En el Congreso estadounidense avanza la iniciativa “One Big Beautiful Bill Act”, que busca aplicar un impuesto a las remesas internacionales desde diciembre de 2025. Aunque hoy se discute si la tasa será de 1 % o más, y aún no está claro a quién aplicará, el solo debate revela la fragilidad de depender de un ingreso que Colombia no controla.
Así, las remesas son un alivio inmediato, pero no un sustituto del crecimiento productivo. Colombia no puede construir su futuro sobre un flujo que depende de la economía de otros países y de las decisiones de un Congreso en Washington.
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