Desde que era pequeño, Zamir Montero, nominado esta semana entre los 50 finalistas del Global Teacher Prize, que reconoce las mejores experiencias en docencia del mundo, soñaba con ser neurocirujano. Se pasaba horas leyendo artículos relacionados con la carrera y encontró otra motivación cuando conoció la historia de Sócrates, uno de los mejores futbolistas brasileños, que al retirarse del deporte estudió medicina. Sin embargo, dice, al graduarse del colegio no tenía dinero para ingresar a una universidad. Eligió otro camino: cursar dos años más en la Escuela Normal Superior San Pedro Alejandrino de Santa Marta. Ahí empezó su carrera para ser maestro.
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Su dedicación a la educación, según explicó el Global Teacher Prize cuando lo nominó, “va más allá de la enseñanza, ya que su misión permanente es crear ciudadanos globales y empoderar a los estudiantes para que se conviertan en miembros activos y responsables de sus comunidades y del mundo”. Además, para el jurado, Montero encontró “el inmenso poder de la educación para romper el ciclo de la pobreza y mejorar la vida de los jóvenes”. Lo ha hecho por medio de los más de 20 prototipos tecnológicos que ha desarrollado junto a sus estudiantes.
Hoy, revisando el pasado, cree que en la Normal descubrió que tenía una vocación para enseñar, la cual empezó a desarrollar a los 14 años, cuando su mamá, Ismelda, era madre comunitaria. Pasaba horas con ella mientras daba clase a los niños, les preparaba alimentos y buscaba canciones para despertarles el amor por las matemáticas.
Su carrera como docente arrancó en una escuela pequeña del barrio Villa del Carmen, en Santa Marta. En el Instituto Lúdico Huellitas Infantiles, como se llama, era profesor de niños y niñas de escasos recursos. De ahí saltó al corregimiento de Caraballo, en el municipio de Pivijay (Magdalena). Ya sabía que quería continuar en colegios públicos. Era 2009 y se encontró un gran reto: “Era un lugar abandonado, azotado por la pobreza, no tenía más de 70 casas y estaba alejado de toda comunicación. Apenas llegaba la luz. Había casos de niños con desnutrición y altas tasas de deserción. Los padres, en su mayoría, eran analfabetas. También eran víctimas de la violencia”.
Entonces, dice, su principal desafío era tratar de buscar algunas estrategias y herramientas que ayudaran un poco a mitigar esas situaciones sociales. En el aula de clases conoció a Ener Salas, uno de sus estudiantes. “El amor de ese niño por recibir esa enseñanza fue lo que me motivó inicialmente a desarrollar espacios extraescolares”, asegura Montero. Como parte de esas actividades, les enseñaba a las madres de sus estudiantes a leer y a escribir. Además, les dictaba clases de matemáticas, inglés o sociales para que asesoraran a sus hijos.
A raíz de la experiencia que adquirió con los espacios extraescolares, Montero, doctor en ciencias de la educación, desarrolló su primer aplicativo. Era “offline”, porque en el corregimiento no había una señal estable de celular ni de Internet. La herramienta, que se basaba en contenido multimedia, enseñaba a los niños y niñas a multiplicar. Este aplicativo fue el punto de partida de su labor docente, que se ha centrado en “impulsar la innovación, la inclusión social y el impacto comunitario”.
Con el propósito de apostarle a la tecnología como una herramienta transformadora en las aulas de clase, en 2017 llegó al IED John F. Kennedy, en el municipio de Fundación. Aquí, cuenta el docente, que también tiene un máster en gestión de tecnologías educativas, tuvo que sortear una serie de desafíos, pues en el colegio están inscritos más de 1.200 estudiantes, la mayoría de ellos vienen de familias desplazadas por el conflicto armado o viven en extrema pobreza. Esto sin contar que hay niños que se enfrentan a la falta de apoyo académico en sus casas y que tienen un acceso limitado a la tecnología.
A pesar de estas limitaciones, de la mano de sus estudiantes, logró impulsar “Design Thinking para un mundo más inclusivo”, su principal proyecto, que consiste en una página web que reúne más de 20 aplicativos de uso gratuito. Para desarrollar cada uno de estos prototipos se reúne con sus estudiantes y entre todos empiezan a identificar los diferentes problemas que hay en el colegio, en el sector o incluso en sus familias. Luego buscan a las personas que pueden beneficiar con la herramienta y les hacen una serie de diagnósticos y, basados en esta información, “desarrollamos el prototipo, pensando específicamente en la persona elegida”.
Un ejemplo de este proceso es la aplicación que desarrollaron para los niños y las niñas con síndrome de Down. La idea de elaborarla surgió porque uno de sus estudiantes tiene un hermano con síndrome de Down y estaban buscando algunas alternativas que les facilitara el proceso de aprendizaje. Lograron, explica Montero, mejorar en sus habilidades lectoras y su lógica matemática. AUDIT, otra de sus iniciativas, está diseñada para ayudar a comunicarse mejor los estudiantes con discapacidad auditiva.
Su proyecto más reciente está enfocado en grupos que han pasado por procesos de aculturación, es decir, que su cultura ha sido absorbida por la cultura mayoritaria, como la comunidad palenquera. Un día Diego Mejía, uno de sus exalumnos, vendedor de guineo en un puesto de la calle, le hizo un comentario. “Me dijo que le llamaba la atención que a las mujeres palenqueras nadie les comprara”. A raíz de su inquietud hicimos un grupo de investigación: “Guardianes de la Cultura”.
Tras varios encuentros del grupo encontraron que había muchos integrantes de las comunidades palenqueras asentados en Fundación y que varios de ellos estaban teniendo problemas de comunicación y, en general, con el abordaje de su cultura. Este fue el punto de partida para desarrollar un prototipo. “No podíamos creer que teníamos niños y niñas que hasta sabían coreano, pero desconocían por completo las otras lenguas propias de su país, de su región”, dice Montero.
Como parte de la solución empezaron a llevar a esos sabedores palenqueros a la escuela. Este ejercicio, además de ayudar a los estudiantes a que se apropiaran de esta cultura, saberes y prácticas, permitió desarrollar una serie de videojuegos para conocer más sobre la cultura palenquera. Luego el profesor y sus alumnos fueron por todos los barrios del municipio para hacer partícipe a la comunidad de este proceso, que pretenden repetir para promover la lengua kogui, idioma oficial del grupo étnico nativo de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Además de las enseñanzas de su madre y de su labor como madre comunitaria, Montero ha tenido otras dos motivaciones para continuar su tarea como profesor. La primera es Alfredo, su padre, que, describe, es “una persona que, a pesar de que llegó a segundo de primaria, tiene un ingenio y una capacidad de innovar en terrenos difíciles, sacar soluciones”. Su otra motivación fue es José Luis, su profesor de tercero de primaria. “Él es un apasionado por su trabajo y siempre quiere que sus estudiantes estén bien. Es muy empático. En cada acción que realizo lo veo a él”.
Montero, junto a Ramón Majé Floriano, el otro profesor colombiano que quedó entre los 50 finalistas, ahora esperará si resulta ganador del Global Teacher Prize. Entre el 11 y el 13 de febrero, en Dubai, se conocerán los resultados.
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